Facundo Cabral
Claudio Kleiman
De él podría decirse, como rezaba la portada del primer disco publicado en la Argentina de Bob Dylan, ¿Poeta o Profeta? Y la discusión probablemente se prolongaría hasta el presente, cada vez que asome la controvertida figura de Facundo Cabral. A su alrededor se ha edificado una compleja mitología (que él mismo ayudó a construir y alimentar), que lo pinta como un sabio, filósofo, trotamundos, poeta, o como un charlatán cercano a la mitomanía. Muchos no pueden creer su bagaje de experiencias, la fantástica enumeración de países recorridos, de encuentros con hombres notables, la colección de frases, aforismos y verdades propias y ajenas. Tantas, que alguno llegó a definirlo como “la versión divertida de la Enciclopedia Británica”. Lo que sí se puede dar por seguro es que un artista tan inclasificable y polémico como Facundo, que encierra una incalculable cantidad de referencias culturales, poéticas, musicales, literarias y filosóficas, es un producto de ese caldo de cultivo que fueron los ‘60.
Nació como Rodolfo Enrique Cabral en 1937, y su infancia es materia de leyenda. En un reportaje de Pipo Lernoud, Cabral relató: “Nací en La Plata y me crié en Berisso. Mi padre era un tipo pintón, de familia rica, con bastante cultura. Mi madre era pobre e inculta, y no podía creer que alguien como mi viejo la amara. Después de tres hijos, mi viejo se plantó con otra mujer. Fue una maldición. Vivimos dos años y pico en la calle. Allí fue que conocí a Perón, en un desfile. Me acerqué a mangarle trabajo y me mandó a un laburo en Tandil. Y ésa fue una bendición, porque me alejó de mi familia, me obligó a despertarme y rebuscármelas solo. En realidad, desde chico anduve en la calle. Y ya sospechaba que si mi padre se había ido, había otro padre, int angible, que no me abandonaba nunca, el mismo padre de los cereales y las ratas. Esa idea inocente fue como un faro en la oscuridad. Todo el tiempo anduve tratando de detectar por dónde andaba mi Gran Viejo. Eso me llevó a leer a Whitman, a Rimbaud, a Krishnamurti, a los orientales, a los budistas, la Biblia”.
En Tandil se acercó a la literatura a través de su amistad con el escritor y periodista Jorge Di Paola, quien a su vez era amigo de Witold Gombrowicz –el escritor polaco residía en esa ciudad por entonces–, a quien el adolescente Cabral escuchaba extasiado. En Balcarce, donde había ido a trabajar en la cosecha de la papa, Cabral tuvo una revelación cuando escuchó en un club a Atahualpa Yupanqui, su máxima influencia: “Me rompió la cabeza. Pensé, la puta que lo parió, éste es mi oficio”.
Su primer trabajo como cantor también origina una de esas historias increíbles.
Voy por aquí….
Debutó en el Hotel Hermitage de Mar Del Plata el 31 de diciembre de 1959. Fue a pedir trabajo: esa noche tocaba la orquesta del brasileño Ary Barroso, pero un dúo que debía tocar como soporte faltó, y un tal Parisier, dueño del hotel, le dio una oportunidad. Facundo se presentó con la actitud que iba a marcar a fuego la primera etapa de su carrera. De entrada dijo, “al entrar a este hotel aprendí algo, ya sé dónde está la guita que nosotros no tenemos”. Y continuó: “Yo no soy artista, nunca estuve en un lugar como éste. No sé qué hago aquí arriba, pero seguramente ustedes tampoco saben qué hacen aquí, entonces vamos a ver si hacemos algo juntos”. La reacción del público fue dividida, pero a Luis Sandrini, que estaba presente, le gustó, y también a Parisier, que lo contrató por toda la temporada.
Los comienzos de Cabral en Buenos Aires, en el in icio de los ‘60, incluyen su paso por El Club Del Clan como El Indio Gasparino, una etapa de la cual raramente habla. Pero sus canciones no eran muy diferentes de las que haría en su primer repertorio, como Juana vente pa’l corral y Vuele bajo. Buenos Aires se transformaba aceleradamente, y pasada la mitad de la década, Cabral ingresó en la bohemia artística del Instituto Di Tella y la Galería Del Este. Su marco era el café concert, que convivía con los albores del rock nacional, junto a artistas como Nacha Guevara, Poni Micharvegas, Pedro y Pablo, Moris. Allí fue forjando su personalidad, mezcla de bagualas y vidalas, la milonga sureña de Yupanqui, el folk de protesta de Dylan, y la chanson francesa que tanto influyó a los cantantes de café concert, con el humor irónico y refinado de exponentes como Georges Brassens, Jacques Brel, Boris Vian... (Continua parte 2)
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