¡CÓMPRAME ESTO! —gritó el niño, apretando una bolsa de papas fritas en su mano.
La madre, cansada y con la cara roja de vergüenza, acepta.
—Sí hijito... —dijo bajito.
El niño sonrió triunfante. Detrás del mostrador, la cajera, una mujer mayor, los observaba con sorpresa.
—Perdone que me meta, señora... pero los hijos no aprenden cuando uno les da todo fácil. Aprenden con lo que les falta.
La madre la miró confundida.
—Los hijos necesitan alas, no premios cada vez que lloran. Si les damos todo servido, no aprenden a defenderse. Hay que enseñarles a esperar, a equivocarse, a soportar un “no”.
La madre asintió en silencio. Las palabras le quedaron dando vueltas.
El niño se le acercó nuevamente a la mamá y le ordenó:
—Dame tu celular, RÁPIDO. Quiero jugar.
Su madre lo miró con el ceño fruncido. Estaba cansada. Nerviosa. Dudó. Pero esta vez, en lugar de ceder, dijo:
—No, mi amor. Hoy no.
El niño abrió los ojos con rabia, tiró la bolsa al suelo y se lanzó al piso llorando, pataleando, gritando. La madre se quedó quieta. Lo miró, pero no actuó. No lo regañó ni le habló. Solo esperó.
Pasaron unos minutos. El niño, al ver que nadie reaccionaba, fue bajando el tono. Se cansó. Se levantó solo, con la cara roja y los ojos húmedos. No dijo nada más.
La madre respiró profundo. No fue fácil. Pero lo logró. Se acercó a él:
—No siempre vas a tener lo que quieres. Pero siempre estaré aquí para ayudarte a crecer.
Luego lo tomó de la mano y le agradeció a la cajera por el consejo.
No confundas amor con complacer todos los caprichos de tus hijos. Decir “sí” siempre solo les hace daño. Cuando cedes al berrinche, les estás enseñando que pueden conseguir todo sin esfuerzo, sin respeto ni límites. Eso no es amor, es prepararles un camino difícil.
Los límites son necesarios. Son las herramientas que les permitirán enfrentarse a la vida real, que no siempre será justa ni fácil. Si no les enseñas a aceptar un “no” desde pequeños, la vida lo hará, y será mucho más duro para ellos.
Poner reglas, decir “no” y resistir el berrinche es duro, sí, pero es lo que les da fuerza, seguridad y autonomía. Es lo que les ayuda a crecer como personas capaces y responsables.
No les des todo fácil. No los protejas de la frustración. Eso no los prepara para el mundo, solo los vuelve vulnerables. Amar es poner límites, aunque duela, porque así les das alas verdaderas para volar.