Érase una vez un dictador que no era un déspota, sino un buen hombre al que le dieron todo el poder y, al final, se cansó de no tener con quien perder al poker y de aguantar a la reina de la primavera; pero antes dejó estas hermosas leyes, órdenes amorosas que hablaban de él y de su vida. Dijo:
-Ordeno que en este pueblo nada valga tanto como la vida.
-Ordeno que hayan flores en todas las ventanas y cualquier día de la semana, tenga la luminosa categoría del domingo; el lobo y el cordero pastarán juntos, por tanto, su comida, tendrá el mismo gusto aurora.
-Ordeno que los hombres se liberen de las mentiras del silencio y que la verdad sea la única bandera a esgrimir en la vida.
-Ordeno que respetemos y amemos a nuestros mayores puesto que, dicha acción, inevitablemente, en el día de mañana, será la gran lección que habremos legado a los nuestros.
-Ordeno que en este pueblo nada valga tanto como la vida, entonces, la verdad, será lo que tomaremos unidos de las manos.
-Ordeno que el dinero tenga fecha de vencimiento para que nadie pueda acumularlo para poder tener poder sobre sus hermanos. (Facundo Cabral)
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