"HAY UNA SOLA RELIGIÓN, EL AMOR. HAY UN SOLO DIOS Y ESTÁ EN TODAS PARTES"
lunes, 30 de abril de 2018
domingo, 29 de abril de 2018
sábado, 28 de abril de 2018
viernes, 27 de abril de 2018
"LA MENTE SIN ATADURAS". Jiddu Krishnamurti
"LA MENTE SIN ATADURAS".
Para descubrir algo nuevo, debemos empezar por nuestra propia cuenta; debemos iniciar un viaje estando completamente desnudos, en especial de conocimientos, porque es muy fácil tener experiencias merced a la creencia y al conocimiento; pero estas experiencias son tan sólo productos de nuestra propia proyección y, por lo tanto, son completamente irreales, falsas. Al descubrir por nosotros mismos qué es lo nuevo, de nada sirve llevar la carga de lo viejo, especialmente el conocimiento, el conocimiento de otro, por importante que sea el otro-. Nosotros usamos el conocimiento como un medio de auto proyección, de seguridad, y queremos estar muy seguros de que tenemos las mismas experiencias que el Buda o Cristo o X. Cuando estamos constantemente proyectándonos por medio del conocimiento, no somos, evidentemente, buscadores de la verdad […].
No existe sendero para el descubrimiento de la verdad […]. Cuando queremos descubrir algo nuevo, cuando estamos experimentando con cualquier cosa, nuestra mente ha de hallarse muy quieta, ¿no es así? Si nuestra mente está llena, atestada de hechos, de conocimientos, éstos actúan como un obstáculo para lo nuevo; la dificultad para la mayoría de nosotros es que la mente se ha vuelto tan importante, tan predominantemente significativa, que interfiere todo el tiempo con cualquier cosa que pueda ser nueva, que pueda existir simultáneamente con lo conocido. Este conocimiento y el aprendizaje son obstáculos para quienes queremos buscar, para quienes deseamos tratar de comprender aquello que es intemporal.
La transformación del mundo resulta de la transformación de nosotros, porque somos el producto y parte del proceso total de la existencia humana.
Para que podamos transformarnos, es esencial que nos conozcamos; sin conocer lo que somos, no hay base para el recto pensar ni puede haber transformación alguna. Debemos conocernos tal como somos, no como quisiéramos ser, lo cual es tan sólo un ideal y, por lo tanto, es algo ficticio, irreal; sólo lo que es puede ser transformado, no lo que desearíamos ser.
Conocernos tal como somos requiere una vigilancia extraordinaria de la mente, porque lo que es experimenta modificaciones, cambios constantes; y para poder seguirlos con rapidez, la mente no debe estar atada a ningún dogma, a ninguna creencia particular, a ningún modelo de acción. Si queremos ir en pos de algo, no es bueno estar atado.
Para conocernos a nosotros mismos, nuestra mente debe hallarse en un estado de percepción alerta, de vigilancia, estado en el que se halla libre de todas las creencias, de todas las idealizaciones, porque las creencias y los ideales nos muestran un solo color y falsean la verdadera percepción. Si queremos conocernos, no podemos imaginar algo que no somos, ni creer en ello. Si somos codiciosos, envidiosos, violentos, de poco vale que tengamos meramente un ideal de no violencia, de no codicia...La comprensión de lo que somos -feos o hermosos, malvados o dañinos, lo que fuere-, el comprender sin distorsión alguna lo que realmente somos, es el principio de la virtud. La virtud es esencial, porque ella nos brinda libertad.
Comprender lo real.
En realidad, esto no es complejo, aunque pueda resultar difícil. Veamos, nosotros, no comenzamos con lo real, con el hecho, con lo que estamos pensando, haciendo, deseando; partimos de suposiciones, o de ideales, y así nos extraviamos. Para partir de hechos y no de suposiciones, necesitamos una profunda atención, y toda forma de pensar que no se origina en lo real, es una distracción. Por eso es tan importante comprender qué está ocurriendo tanto dentro como alrededor de nosotros.
Si somos cristianos, las visiones siguen cierto patrón; si somos hindúes, budistas, musulmanes, seguimos un patrón diferente. Nosotros vemos a Cristo o a Krishna conforme a nuestro condicionamiento; la educación que hemos recibido, la cultura en que nos hemos desarrollado determinan nuestras visiones. ¿Cuál es la realidad, el hecho: la visión o la mente que se ha formado en cierto molde?
Las visiones son la proyección de la tradición particular que ha venido a constituir el trasfondo de la mente. Este condicionamiento, no la visión que proyectamos, es la realidad, el hecho. Comprender el hecho es sencillo; pero se hace difícil debido a nuestros agrados y desagrados, a nuestra condena del hecho, a las opiniones o los juicios que tenemos acerca del hecho. Estar libres de estas formas de evaluación es comprender lo real, lo que es.
Krishnamurti no aceptó ser tratado como un Maestro ni como una autoridad, y renunció a aceptar otra acción que no fuera la transformación espiritual de cada persona, sin sujeción a tradiciones ni a cambios preestablecidos. Esta actitud marca, tal vez, su sello más característico. Krishnamurti pudo haber tenido la vida normal de un joven indio de familia pobre, pero el “azar” lo puso en el camino de la sociedad Teosófica, la que declaró al mundo que él era el mesías esperado para esta nueva era. Sin embargo, luego de algunos años de cumplir con tal “investimento”, vive un proceso de despertar espiritual que lo lleva a desvincularse de la institucionalidad Teosófica. Inició así un nuevo camino que lo llevó a un liderazgo espiritual de proyección mundial, libre de cualquier atadura, y con la convicción de que el camino espiritual es también la vía hacia la libertad.
Una enorme asamblea de más de tres mil personas lo oyeron hablar sobre la necesidad de abandonar todas las fuentes de autoridad, y en particular aquella que lo signaba como el Instructor de Mundo. Por el contrario, señalaba, cada cual debe vivir sólo de su propia luz interior.
jueves, 26 de abril de 2018
miércoles, 25 de abril de 2018
LAS CONFESIONES DE SAN AGUSTIN. LIBRO OCHO. II,3
II,3. Me encaminé, pues, a Simpliciano, padre de la colación de la gracia bautismal del entonces obispo Ambrosio, a quien éste amaba verdaderamente como a padre. Contéle los asendereados pasos de mi error; mas cuando le dije haber leído algunos libros de los platónicos, que Victorino, retórico en otro tiempo de la ciudad de Roma - y del cual había oído decir que había muerto cristiano -, había vertido a la lengua latina, me felicitó por no haber dado con las obras de otros filósofos, llenas de falacias y engaños, según los elementos de este mundo, sino con éstos en los cuales se insinúa por mil modos a Dios y su Verbo. Luego, para exhortarme a la humildad de Cristo, escondida los sabios y revelada a los pequeñuelos, me recordó al mismo Victorino, a quien él había tratado muy familiarmente estando en Roma, y de quien me refirió lo que no quiero pasar en silencio. Porque encierra gran alabanza de tu gracia, que debe serte confesada, el modo como este doctísimo anciano - peritísimo en todas las disciplinas liberales y que había leído y juzgado tantas obras de filósofos -, maestro de tantos nobles senadores, que en premio de su preclaro magisterio había merecido y obtenido una estatua en el Foro romano (cosa que los ciudadanos de este mundo tienen por el sumo) ; venerador hasta aquella edad de los ídolos y partícipe de los sagrados sacrilegios, a los cuales se inclinaba entonces casi toda la hinchada nobleza :romana, mirando propicios ya «a los dioses monstruos de todo género y a Anubis el ladrador» , que en otro tiempo «habían estado en armas contra Neptuno y Venus y contra Minerva», y a quienes, vencidos, la misma Roma les dirigía súplicas ya, a los cuales tantos años este mismo anciano Victorino había defendido con voz aterradora, no se avergonzó de ser siervo de tu Cristo e infante de tu fuente, sujetando su cuello al yugo de la humildad y sojuzgando su frente al oprobio de la cruz.
LAS CONFESIONES DE SAN AGUSTÍN. LIBRO SEPTIMO.VI,8.
VI,8. Asimismo había rechazado ya las engañosas predicciones e impíos delirios de los matemáticos. ¡Confiésete, por ello, Dios mío, tus misericordias desde lo más íntimo de mis entrañas! (...) sólo tu procuraste remedio a aquella terquedad mía con que me oponía a Vindiciano, anciano sagaz, y a Nebridio, joven de un alma admirable, los cuales afirmaban-el uno con firmeza, el otro con alguna duda, pero frecuentemente-que no existía tal arte de predecir las cosas futuras y que las conjeturas de los hombres tienen muchas veces la fuerza de la suerte, y que diciendo muchas cosas acertaban a decir algunas que habían de suceder sin saberlo los mismos que las decían, acertando a fuerza de hablar mucho.
LAS CONFESIONES DE SAN AGUSTIN. LIBRO SÉPTIMO. IV,6
IV,6. Así, pues empeñábame por hallar las demás cosas, como ya había hallado que lo incorruptible es mejor que lo corruptible, y por eso confesaba que tú, fueses lo que fueses, debías ser incorruptible. Porque nadie ha podido ni podrá jamás concebir cosa mejor que tú, que eres el bien sumo y excelentísimo. Ahora bien: siendo certísimo y verdaderísimo que lo incorruptible debe ser antepuesto a lo corruptible, como yo entonces lo anteponía, podía ya con el pensamiento concebir algo mejor que mi Dios, si tú no fueras incorruptible (...).
LAS CONFESIONES DE SAN AGUSTIN. LIBRO SÉPTIMO V,7
V,7. (...) ¿De dónde, pues, procede éste, puesto que Dios, bueno, hizo todas las cosas buenas: el Mayor y Sumo bien, los bienes menores; pero Criador y criaturas, todos buenos? ¿De dónde viene el mal? ¿Acaso la materia de donde las sacó era mala y la formó y ordenó, sí, mas dejando en ella algo que no convirtiese en bien? ¿Y por qué esto? ¿Acaso siendo omnipotente era, sin embargo, impotente para convertirla y mudarla toda, de modo que no quedase en ella nada de mal? Finalmente, ¿por qué quiso servirse de esta materia para hacer algo y no más bien usar de su omnipotencia para destruirla totalmente? ¿O podía ella existir contra su voluntad? Y si era eterna, ¿Por qué la dejó por tanto tiempo estar por tan infinitos espacios de tiempo para atrás y le agradó tanto después de servirse de ella para hacer alguna cosa? O ya que repentinamente quiso hacer algo, ¿no hubiera sido mejor, siendo omnipotente, hacer que no existiera aquélla, quedando él solo, bien total, verdadero, sumo e infinito? Y si no era justo que, siendo él bueno, no fabricase ni produjese algún bien, ¿por qué, quitada de delante y aniquilada aquella materia que era mala, no creó otra buena de donde sacase todas las cosas? Porque no sería omnipotente si no pudiera crear algún bien sin ayuda de aquella materia que él no había creado». Tales cosas revolvía yo en mi pecho, apesadumbrado con los devoradores cuidados de la muerte y de no haber hallado la verdad. Sin embargo, de modo estable se afincaba en mi corazón, en orden a la Iglesia católica, la fe de tu Cristo, Señor y Salvador nuestro; informe ciertamente en muchos puntos y como fluctuando fuera de la norma de doctrina; mas con todo, no la abandonaba ya mi alma, antes cada día se empapaba más y más en ella.
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