miércoles, 1 de octubre de 2025

ADOPTÓ A 9 NIÑAS NEGRAS QUE NADIE QUERÍA

En 1979, adoptó a nueve niñas negras que nadie quería — hoy, décadas después, el mundo no puede creer en lo que se convirtieron
Richard Miller tenía apenas treinta y cuatro años cuando su vida dio un vuelco inesperado. Dos años habían pasado desde la muerte de su esposa, Anne, dejándolo en la casa que ambos soñaron llenar con hijos. Una tarde lluviosa, su camioneta se descompuso cerca del orfanato St. Mary’s. Entró solo para pedir el teléfono, pero terminó recorriendo un pasillo en penumbras, atraído por un llanto infantil.
En una pequeña habitación, nueve bebés permanecían alineadas en cunas idénticas. Eran todas niñas, todas de piel oscura, con ojos grandes que reflejaban tanto miedo como esperanza. Sus diminutas manos se estiraban, buscando ser sostenidas por alguien. Una enfermera le murmuró:
—Las dejaron en las escaleras de la iglesia. Sin nombres, sin notas. Nadie quiere quedarse con todas. Pronto las separarán.
La palabra “separar” le atravesó como un cuchillo. Recordó lo último que Anne le había dicho antes de morir: “No permitas que el amor muera conmigo. Hazle un lugar donde pueda crecer.” Y en ese instante, frente a esas nueve hermanas, supo que quizá aquella promesa cobraba sentido.
Con la voz quebrada, preguntó:
—¿Y si me las llevo… a todas?
La enfermera se quedó helada.
—¿Las nueve? Señor, eso es una locura. Arruinará su vida.
Pero Richard ya había decidido. Pese a la oposición de trabajadores sociales, familiares y vecinos, firmó los papeles. En cuestión de días, aquel hombre blanco, viudo y sin experiencia, se convirtió en el padre de nueve niñas negras.
Lo que siguió fue una vida para la que nada lo había preparado. Las noches eran un caos de llantos, pañales y biberones. Vendió su camioneta, sus herramientas y hasta las joyas de Anne para comprar comida y ropa. Trabajó tres turnos en la fábrica, arregló techos los fines de semana y sirvió mesas por las noches. En el supermercado lo señalaban; en los parques, la gente susurraba; más de una vez le escupieron cerca. Pero nunca se arrepintió.
Al contrario, encontró momentos que lo ataron para siempre a sus hijas: la primera vez que rieron juntas, las noches de tormenta en que todas se acurrucaban contra su pecho, la visión de ellas gateando en fila como un tren diminuto. Las niñas eran suyas, y él era de ellas. Aunque el mundo dudara, Richard sabía que le había dado al amor un lugar donde echar raíces.
Criar a nueve hijas en solitario no fue solo difícil: fue una batalla diaria. Cada niña tenía su carácter, y Richard aprendió a reconocerlo y nutrirlo. Sarah tenía la risa más contagiosa. Ruth se aferraba a su camisa cada vez que había extraños. Naomi y Esther eran cómplices inseparables, siempre tramando travesuras. Leah, dulce y reflexiva, calmaba las peleas. Mary, callada pero decidida, fue la primera en dar pasos firmes. Hannah, Rachel y la pequeña Deborah eran inseparables, llenando la casa de juegos interminables.
Para los de afuera, eran “Las Nueve Miller”. Algunos lo decían con respeto, otros con desconfianza. Padres en la escuela murmuraban: “¿Qué pretende? ¿Por qué un hombre blanco adoptaría a nueve niñas negras?” Lo acusaban de buscar atención o de haber perdido la cordura. Richard nunca se defendía. Prefería aparecer cada mañana con almuerzos preparados, trenzas bien hechas y zapatos comprados con semanas de esfuerzo.
El dinero siempre escaseaba. Richard saltaba comidas para que ellas tuvieran suficiente, remendaba ropa gastada y pasaba madrugadas revisando facturas. Pero jamás dejó que sus hijas lo vieran quebrarse. Para ellas, era inamovible.
También hubo felicidad: cumpleaños con pasteles torcidos hechos en casa, navidades con regalos envueltos en periódico, noches de verano bajo las estrellas mientras Richard les contaba historias de Anne, la madre que nunca conocieron. Año tras año, las niñas crecieron y se convirtieron en mujeres fuertes. Brillaron en la escuela, se apoyaron mutuamente y siempre volvieron a casa para rodear a su padre.

2 comentarios:

  1. IMHOTEB Horacio Flores Varela1 de octubre de 2025 a las 7:18 a.m.

    Admirable muestra de amor y sacrificio !!! Felicidades.

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  2. Conmovedora historia. Dios camina con los justos.

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