EL ZARPAZO DEL DOLOR
Facundo, la tragedia te ha buscado conversación muchas veces. Hay un momento terrible en tu vida. El episodio donde se cayó un avión con tu mujer y tu hija que iban a bordo.
Ah, sí…Un día entré a tomar un café a la cafetería del hotel en San José de Costa Rica; yo tenía 40 años y ella llegó, como la canción, fue mi canción, es más, sigue siendo mi canción. Fue la única pareja así. Ella tenía 18 años y estaba bellísima. Después recordé que la había visto unos días antes, en alguna parte, porque había sido segunda finalista del Miss América y portada de Playboy. Era bellísima… Y yo soy un animal que le presta mucha atención a toda esa cosa erótica; me gusta ver, me gusta tocar. Yo no me perdí nunca la fiesta, me gusta el fuego…Entonces, ella estaba con sus padres y yo supe que era mi mujer, así que me acerqué y le dije: “Oye, eres mi mujer, te vine a buscar”. Fue una cosa rarísima porque la verdad es que no quise ser ingenioso.
Fue una frase absolutamente espontánea.
Ni exageré mi argentinidad, ni me comporté como un argentino clásico, no, yo lo sentí. Fui, y los padres me miraron como diciendo: “¿Y este loco?” Y ella me miró. Ella tan bella y yo tan feo. Y le dije a los padres en un momento: “Es cierto”. Y ellos no pudieron reaccionar; hoy son grandes amigos míos. Fui a su cuarto, hizo sus maletas y se vino a mi habitación y, bueno, fueron cinco años viajando por todo el mundo. Fue conmigo a Hiroshima, a Kioto, a Pekín, a Shanghái, ¡qué sé yo! Cruzamos en el transiberiano de Moscú a Pekín, y en esos cinco años nació una niña. En una ocasión que fui a cantar a la Universidad de Harvard, ella me estaba esperando en Los Ángeles con la niña. Yo debía encontrarme con ella para seguir a Chicago pero mi vuelo se atrasó dos horas y perdí el avión. Ellas sí subieron y murieron. Ella de 23 y la niña de un año.
¿Cómo te marcó esa tragedia?
Uff. Después pensé: “Padre, ahora va a ser tan liviano, ¿qué me puede pasar después de esto?”
Sentías que habías tocado fondo.
Cuando me dio cáncer fue como si me hubieran dicho que tenía gripe porque eso fue un shock tan grande que quedé como un fantasma, me olvidé hasta de hablar español. Los amigos del mundo me llevaban y me invitaban, me metía en un avión y en otro, me llevaban para todos lados. Y así, de pronto, un día estaba otra vez arriba, en el escenario.
Por un momento volviste al autismo de la infancia.
Sí, y después aprendí una cosa genial que me trajo, no felicidad, pero sí una gran paz, que es más que felicidad. Aprendí que lo que uno ama, o lo que uno amó no muere, aprendí que lo que yo todavía no he amado aún no ha nacido. A mí no me pueden decir que se murió, yo no te creo, porque está en mi corazón. La Madre Teresa que murió, Octavio Paz, otro que no está, Borges… todos viven conmigo.
Y además, está su obra.
Claro, con esto pasó igual, ellas siguieron vivas, yo les sigo escribiendo canciones. El avión se cayó el 12 de junio del 78, el día que empezaba el Mundial de fútbol en Argentina, y ellas siguen estando ahí. Después empecé a trabajar mucho. Un día, la Madre Teresa me dijo una frase extraordinaria: “Mi amor ¿sabes qué es lo único que te puede matar? El amor que te está sobrando ¿dónde lo vas a poner? Ponlo en algún lugar o te va a aplastar. Ven conmigo”. Y empezamos a trabajar, a sacar de la basura, allá en Calcuta, a esos niños que sus familias tiran allí para que mueran quemados; comenzamos a salvar niñas y a criarlas, a bañar leprosos. De allí me iba al Lincoln Center a cantar y volvía corriendo. Me salvó, hizo gloriosa la segunda etapa de mi vida y hoy soy un tipo inmensamente feliz, libre y con todos los amores puestos porque lo que no puedo llevar adentro, no es mío. Creo que mi trabajo ha llegado al punto culminante porque me doy cuenta de que ahora contagio esa felicidad.
Cuando algunos cronistas dicen que eres una suerte de gurú, un sacerdote, un profeta o dicen que eres el juglar del siglo XX, ¿te parece excesivo o un justo reconocimiento?
Sospecho que no entiendo de qué se habla porque ese no era el plan. Yo lo agradezco mucho, porque para mí, como público, digo que Silvio Rodríguez y Pablo Milanés son el lujo de la canción de la lengua española. ¡Son el Rolls Royce!, me sale del alma. A lo mejor ellos, cuando dicen que soy un gurú, lo dicen con el mismo amor y el mismo aprecio, ¿qué se yo? Tal vez. Pero si es así, no es cosa mía, yo vivo y cuento mi experiencia. ¿Te puedo contar una historia que sucedió acá, en Venezuela?, te digo porque esto es clave para lo que estaba diciendo recién de que hay gente que cree que uno es un gurú…Estaba en el Aula Magna de la Ciudad Universitaria, en Caracas, llena de un público donde todos eran jóvenes, menos una viejecita, además, muy humilde. Todo el mundo la veía extrañado porque era como si la Madre Teresa estuviera en un concierto de los Rolling Stones. Era muy raro. Antes de que terminara de cantar, ella se subió al escenario, y yo tuve que parar porque ella subió a saludarme y no había terminado “No soy de aquí ni soy de allá”, la última canción del concierto. Ella subió y me dijo: “Señor Cabral, perdone que le interrumpa pero le quiero dar un beso y un abrazo”. Los muchachos estaban todos encantados con esa viejecita que cortaba la canción y subía a darme un abrazo ya mismo. Y entonces ella me dijo: “¿Sabe?, estoy tan feliz porque usted me contó un cuento hoy. Es más, mire, ¿sabe que era lo que más me gustaba a mí cuando yo era niña?” No. “Que mis padres me contaran un cuento”. Ya se iba y se devolvió para decir: “Un día fueron a la Isla de Margarita y la barca naufragó y murieron los dos. Me quedé sin mi cuento, claro. Me llevaron a un asilo de monjas y yo todas las noches esperaba mi cuento, pero pobrecitas, estaban tan ocupadas, tantos niños. Pasó el tiempo y yo esperaba; siempre seguí esperando mi cuento. Yo necesitaba mi cuento y no aparecía. Me casaron con un señor que traía cosas al asilo que no sólo no me contaba cuentos, ni siquiera me hablaba; yo lo único que sabía era que cada vez que llegaba borracho íbamos a tener un hijo más”. La viejecita hace como que se va, pero se devuelve: “…Y yo esperando mi cuento, y me quedo sola con mis niños porque él se fue también, y los voy criando, siete hijos, me dice, como Sara, como usted contó de su madre, y ya ve que la vida se los lleva, la vida te los presta un rato, pasan por uno y se los llevó la vida. Yo sola esperando mi cuento y llego a esta edad y viene usted y me cuenta un cuento, ¿cómo no lo voy a querer?”…Y me vuelve a abrazar. Los muchachos
del Aula Magna, ya enloquecidos, la aplaudían, fue maravilloso. Después me dice: “Esta noche aprendí para qué sirve un cuento: cuando era niña servía para que me durmiera en paz, y ahora usted me cuenta un cuento para que yo me muera en paz porque tengo un cáncer terminal. ¡Que Dios lo bendiga!”…En ese momento supe para qué subo al escenario. Alguien se muere en paz porque uno le contó un cuento.
Tremendo.
Entonces, eso tal vez conteste a tu pregunta. Tremenda cosa. Ella no sabía que los dos estábamos en la misma situación.
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