sábado, 5 de abril de 2025

MIS PAPELES. FACUNDO CABRAL. Parte 8

 
Autor: Facundo Cabral. 13/12/2007
MIS PAPELES

Dylan Thomas publica su primer libro de poemas cuando se mudó de Gales a Londres, donde trabajó como locutor de la BBC, después vivió en muchos pueblos, casi siempre costeros, pero todos, para él, fueron una continuación de su pueblo, es decir de su niñez, único momento feliz de su vida, el poeta que salta de la cama como un muerto de la niebla, el que salta por el patio trasero de sus sueños, seguro de arrepentirse por la noche de lo que haría por el día, el que salta a visitar a la vecina que vivía con los fantasmas de sus dos maridos muertos (antes de la Doña Flor de Jorge Amado), el que andaba buscando historias por los bares. 

Durante la segunda guerra mundial escribió poemas que parecían grandes piezas para órganos, poderosos y profundos, luces entre los cadáveres de cuarenta mil Londinenses, oraciones para las sinagogas del maíz, donde Dylan Thomas dejaba su simiente, allí, en los bajos valles del arrepentimiento donde se lloraba, cantando, la majestad del incendio, el respeto al fuego, aunque estuviera en las manos de un peligroso enfermo (a los costados del Támesis, después de la primera muerte, ya no hay ninguna).

Después de la guerra Dylan Thomas quiso recuperar su niñez, recuperar el asombro, vivir abiertamente, estar en el centro de la totalidad, por eso se fue a un pueblo de pescadores, donde escribió los sueños del pueblo dormido (recuerdo el coro de voces de marinos muertos que me envolvió en el Océano Pacifico hace más de veinte años) encerrado por su mujer en un cobertizo del que solo lo liberaba cuando abría la cantina, donde la cerveza lo bajaba hasta sus vecinos, donde descansaba de los mares de aguas verdes pobladas por cisnes blancos y de los sermones de hojas marrones que lo despertaban en la segunda oscuridad, y cuando digo segunda oscuridad recuerdo a la gran Esfinge uniendo al mundo inferior con el superior, es decir entre el fango y la luz, un gigantesco animal de piedra que se va transformando en un hombre de piedra, el león del desierto, apoyado en las ardientes arenas del desierto pero siempre atento al sol, al más allá (setenta metro de largo y veinte de alto), la fuerza de la tierra emergiendo hacia el cielo, el rey-león luchando contra el enemigo de todo, el tiempo, que solo está al servicio de la vida, es decir del cambio, porque la vida es movimiento, y muchas veces no hay purificación sin destrucción. La mandíbula cuadrada sugiere al inevitable orden, y la edad, la alta edad, siglos y siglos anteriores a Cristo, me recuerda la eternidad de los altos mandatos, el punto único donde comienza todo permanentemente, y alrededor de la Gran Esfinge y las pirámides miles de tumbas, tal vez las de los diez mil hombres que, se dice, trabajaron en esta obra (además de las tumbas de los Faraones, que eran dioses en la tierra), hombres que vivieron construyendo esta maravilla y murieron alrededor de ella, pintándola para la gran fiesta, la eterna ceremonia de la vida, la vida que nos exige ceremonias, como un concierto o lanzar una nave al espacio, de donde nos llegó la vida en los cometas y los aerolitos, que pronto desviaremos hacia Marte para que vuelvan a provocarle agua, es decir vida, para que tengamos a donde mudarnos cuando ya no podamos respirar aquí.


Solo por hoy... no te enojes, no discutas, no te preocupes...

 

Sobreviviste noches que ni tú pensabas...

 

Eres tu propio precursor y las torres que has elegido...

 

Hay que vigilar a los Ministros que no pueden hacer nada sin dinero...

 

Si queremos morir bien, tenemos que aprender a vivir bien.

viernes, 4 de abril de 2025

EMILIA. Reflexión


“EMILIA”

En una fría noche de invierno, Emilia, una niña de 9 años con ojos llenos de esperanza, vagaba por las calles de la ciudad.

Su cabello alborotado y sus ropas raídas contaban historias de abandono y pobreza.

Desde que perdió a su madre por una enfermedad, había aprendido a sobrevivir sola, confiando en la bondad de desconocidos.

Esa noche, con los labios azulados por el frío, vio una mansión imponente al final de una calle. Sus luces brillaban como faros en la oscuridad, y a través de las ventanas podía vislumbrar un mundo de lujos que parecía sacado de un sueño.

Decidió acercarse, con la esperanza de encontrar refugio. Cuando llamó a la puerta, fue atendida por un hombre robusto con ceño fruncido, era el guardia.

No puedes estar aquí, niña. Vete antes de que llamemos a la policía.

Pero justo en ese momento apareció el dueño de la mansión, Mauricio Santillán, un millonario de 55 años que, aunque tenía fama de ser frío, sintió algo diferente al mirar a Emilia.

¿Qué quieres, pequeña?, preguntó, cruzando los brazos. Sólo un lugar donde dormir esta noche, señor, dijo Emilia, con la voz quebrada.

Mauricio, después de una breve pausa, dio una orden inesperada:
Déjala dormir en el sótano. Pero sólo por esta noche.

El sótano de la mansión, aunque frío y oscuro, era un lugar seguro para Emilia. Allí había cajas llenas de recuerdos antiguos, muebles cubiertos con sábanas blancas y un piano polvoriento en una esquina.

Mientras se acomodaba en un rincón con una manta que le ofrecieron, no pudo evitar observar todo con curiosidad.

A pesar de su cansancio, Emilia no podía dormir. Se acercó al piano y, con dedos temblorosos, presionó una tecla. El sonido resonó en el espacio vacío, rompiendo el silencio como una chispa en la oscuridad.

Mauricio, quien solía pasear por la mansión antes de dormir, escuchó la nota y bajó al sótano. Al verla junto al piano, algo se removió en su interior.

¿Sabes tocar?, preguntó, sorprendido. Mi mamá me enseñó algunas canciones antes de que ella... Emilia no terminó la frase, pero sus ojos contaron el resto de la historia.

Mauricio se sentó a su lado, algo que no había hecho en años. Sus dedos, acostumbrados a firmar contratos millonarios, tocaron suavemente las teclas. Para Emilia, fue como si el piano hablara, narrando emociones que las palabras no podían expresar.

A la mañana siguiente, mientras Emilia desayunaba en la cocina con los empleados, Mauricio recibió una llamada importante. Un evento benéfico que organizaba su empresa necesitaba un cierre memorable, pero la pianista contratada había cancelado.

Fue entonces cuando se le ocurrió una idea audaz. Bajó al sótano y encontró a Emilia explorando entre las cajas.

¿Te gustaría tocar el piano frente a muchas personas?, le preguntó.
¿Yo? Pero... no soy buena. Solo sé unas cuantas canciones.

Mauricio, con una sonrisa que hacía tiempo no mostraba, respondió: A veces, no se trata de ser perfecto, sino de mostrarle al mundo quién eres.

Esa noche, Mauricio llevó a Emilia al evento. El escenario estaba iluminado con luces doradas, y el público, compuesto por empresarios y figuras importantes, se sorprendió al ver a una niña con ropas prestadas acercarse al piano.

Emilia comenzó a tocar una sencilla melodía que su madre le había enseñado. Al principio, sus dedos temblaban, pero poco a poco, se llenó de confianza.

Cada nota parecía contar una historia, una que hablaba de lucha, amor y esperanza.

El público quedó hipnotizado. Algunos tenían lágrimas en los ojos, mientras otros aplaudían con fervor al terminar. Pero lo más sorprendente ocurrió después.

Una mujer del público, visiblemente emocionada, se acercó a Emilia y a Mauricio.

Esa canción... dijo la mujer. La escribí hace años, antes de perder a mi hija. ¿De dónde la aprendiste?

Emilia, impactada, respondió: Mi mamá me la enseñó. Siempre decía que era especial. La mujer, cuyo nombre era Margarita, era una reconocida compositora.

Al hablar más con Emilia, descubrieron un vínculo inesperado: Margarita era la tía de Emilia, separada de su hermana hacía años.

Mauricio, testigo de este momento, comprendió que había hecho más que ofrecerle un refugio a Emilia; le había devuelto una familia.

Mauricio, tocado por la experiencia, decidió cambiar su vida. Adoptó a Emilia oficialmente y comenzó a involucrarse en causas benéficas. El frío sótano de su mansión, que antes era un lugar olvidado, se convirtió en un espacio lleno de música y recuerdos.

Emilia, con el tiempo, se convirtió en una pianista reconocida, llevando su historia de superación a todo el mundo. Y aunque había comenzado como una pequeña mendiga buscando un refugio por una noche, encontró algo mucho más valioso: un hogar, una familia y un propósito.

Créditos Canal Asombroso
Tomado de la red.

“Reflexión. El relato nos muestra la dura realidad que enfrentan muchos niños en el mundo.

La forma en que Mauricio, un millonario que ha perdido el contacto con sus emociones, se conecta con Emilia y se convierte en su padre adoptivo, nos muestra el poder de la bondad y la compasión.

También se destaca la importancia de la música y el arte en la vida de las personas, y cómo pueden ser una fuente de consuelo, inspiración y conexión.

Nunca es demasiado tarde para cambiar y encontrar la felicidad. Una sensación de esperanza y optimismo, nos recuerda que la vida siempre puede cambiar para mejorar la calidad de vida”.

"Que cada palabra que leas, sea un paso hacia un corazón más grande y una vida más plena”. FEGP

Un consejo. No ignores el esfuerzo...

Gracias. Por esas personas que curan...

jueves, 3 de abril de 2025

La formulación de un problema es más importante...

Cuando empecé a tratar con los hombres...


 

Somos visitantes en este planeta. Estamos aquí por cien años...

 


MIS PAPELES. Facundo Cabral. Parte 7

Autor: Facundo Cabral. 13/12/2007
MIS PAPELES

El presente me tiene tan atareado que nunca releo mis libros (en realidad, cuando van a la imprenta dejan de pertenecerme, comienzan a ser parte de la vida de los demás, ya no de la mía, como seguramente yo tengo más presente a la obra de Bradbury que él mismo, como yo le recordaba a Borges líneas suyas que había olvidado de tal manera que alguna vez me preguntó: ¿esa línea tan bella es mía?, el querido Borges que hablaba en francés con el alemán Ernst Jónger, al que una mañana le interrumpieron la lectura de Heródoto con la noticia de que debía alistarse para la segunda guerra mundial, a él, que ya había estado en la primera, de la que tanto escribí).

Estoy tan en m que el éxito me asombra más que alegrarme, pienso de concierto en concierto (Mazatlán, Culiacán, Los Mochis, Tampico, Veracruz), como pienso que tanto hubo antes para que las cosas sucedan ahora mismo, todos los siglos en este instante, tanta gente para que esto me suceda a mí en esta caliente mañana de Veracruz: el amor de los que me escuchan, las palmeras, el puerto, es decir la promesa del mundo, la ardiente comida Mexicana, el recuerdo de los días en que Estambul era Constantinopla. Tanto hubo antes para que todo sea ahora, esta Plaza de Armas, el Zócalo donde los Veracruzanos se juntan en los atardeceres a bailar danzón, el Capitán, tal vez el último de los Piratas románticos, que aquí se enamoró de una morena y aquí se quedó, como un alegre guía porque nadie sabe cómo él dónde están las aventuras y las diversiones.

Hicieron falta muchos siglos para este momento en este cuarto de hotel, frente a los barcos que alberga el golfo.

A cada rato aparece una nueva Gioconda, pero tantas no desvalorizan a la que Leonardo pintó sobre madera de álamo con una técnica tan sutil que no hay rastro de pincel, magnífico estudio de la luz crepuscular, juego de lo claro y lo oscuro que recrea la pintura antigua, la vida. Detrás, el paisaje da una idea total del mundo.

Pintores y Escultores inspiraron a Dylan Thomas (en homenaje a él, Robert Zimmerman se llama Bob Dylan), que los transcribía para que fueran palabras, que era el mundo en que vivía, él, que sobrevivía entre la pobreza y la cerveza, él, que quería una voz para advertir a los ríos y a las rosas de que en cualquier momento caemos en la nada, algo que aprendimos los hombres que con nuestras lágrimas fecundamos a la tierra, una voz para que la hierba sepa que la juventud, a veces, se dobla como ella por los vientos con que la vida nos prueba, una voz para alertarnos que el viento de la muerte bebe de las fuentes de la vida, que la sangre que cae del cielo cierra todas las heridas, que las estrellas son trampas urdidas por el tiempo.