lunes, 8 de diciembre de 2025

DESAPARICION EN LOS ANDES: EL MISTERIO QUE VOLVIÓ TRAS 36 AÑOS

DESAPARICION EN LOS ANDES: EL MISTERIO QUE VOLVIÓ TRAS 36 AÑOS.
En marzo de 1986, en la tranquila ciudad de Huaraz, Perú, amanecía un día frío con el aroma de leña ardiendo en las chimeneas de las casitas andinas. Daniel Torres, de 31 años, bebía lentamente un café caliente desde el balcón de un pequeño hostal, mientras miraba las montañas nevadas que rodeaban el valle. A su lado estaba Laura Méndez, su esposa, que acomodaba a su bebé Camila, de apenas 11 meses, dentro de un cangurito de tela. La niña apenas asomaba sus ojitos bajo la manta rosa bordada que siempre la acompañaba, regalo de su abuela.

Ese viaje era más que una simple escapada romántica: era un intento de volver a encontrarse como familia después de meses de rutinas pesadas. Daniel trabajaba largas jornadas en obras de la sierra, y Laura impartía clases en una escuela local. Camila, con su llanto constante y sus sonrisas repentinas, había llenado la vida de ambos de cansancio, pero también de ternura.

Aquella mañana, los dueños del hostal escucharon a la pareja preguntar por senderos poco conocidos, caminos “secretos” desde donde la vista era aún más imponente que desde los miradores turísticos. Con una mezcla de emoción y curiosidad, Daniel cargó su mochila de lona gris con agua, comida ligera y su vieja cámara analógica. Laura, algo temerosa de las alturas, escondía sus nervios bajo una sonrisa mientras ajustaba las correas del cangurito que sostenía a Camila.

Cerca de las diez de la mañana, varios excursionistas aseguraron haberlos visto en la distancia, bajando por una bifurcación estrecha, lejos de los senderos principales. No parecían perdidos, ni pedían ayuda. Avanzaban tranquilos, como quien ya tiene decidido el camino. Fue la última vez que alguien los vio.

Esa noche, la inquietud comenzó. Las camas de su habitación permanecían intactas, con las maletas cerradas y los juguetitos de la bebé aún sobre la colcha. La camioneta blanca seguía en el estacionamiento. Nada había cambiado, excepto que la familia no regresó.

La búsqueda inició al amanecer siguiente. Guías locales recorrieron los senderos, la policía improvisó brigadas y hasta se sumaron helicópteros. Pero los Andes son inmensos y traicioneros: senderos ocultos, quebradas profundas, cuevas naturales. No hubo huellas, ni ropa, ni caída evidente. Era como si la cordillera se los hubiera tragado en silencio.

El caso quedó en la memoria de la comunidad, volviéndose casi una leyenda. Cada año, en marzo, alguien dejaba flores silvestres en uno de los miradores, como si pidiera disculpas a la montaña por no haber protegido a la familia Torres Méndez.

Agosto de 2022. Treinta y seis años después, un montañista experimentado decidió explorar más allá de los caminos turísticos. Entre rocas cubiertas de musgo y raíces entrelazadas, halló una pequeña abertura escondida como una herida en la montaña. Encendió su linterna y la luz reveló lo impensable: los restos de un adulto y un niño dispuestos de forma extraña, casi como si alguien los hubiera acomodado allí. Junto a ellos, una mochila gris rasgada y un pedazo de manta rosa con bordados desvaídos.

El hallazgo removió la herida y el misterio. Nadie sabe qué ocurrió aquel día de 1986 en los Andes peruanos. Lo único cierto es que la montaña guarda sus secretos… y aún no ha decidido contarlos.

Una historia que sigue sin respuestas.

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