sábado, 6 de enero de 2018

LA LEYENDA DE FACUNDO CABRAL. Por Leila Guerriero (Parte 3)


El signo que, a veces, mejor dibuja.

En galpones, en baños públicos, en la calle: en esos sitios vivieron en Ushuaia. Los vecinos cambiaban de vereda cuando veían a esa familia de rotos, de pobres descosidos, y Facundo alimentaba su odio con desesperación y alevosía.

—Una madre sola o abandonada era peor que una leprosa. En un momento alguien dijo que Perón, que era presidente, daba trabajo, y yo me fui a Buenos Aires. Tenía nueve años y tardé tres meses en llegar. Cuando llegué, me dijeron que Perón iba a estar en la catedral de La Plata. Fui, y cuando pasaba el auto me escabullí y le grité: «¿Hay trabajo?». Le llamó la atención a Eva, que me dijo: «Por fin alguien que pide trabajo y no limosna. Sí que hay trabajo, mi amor, siempre hay trabajo».

Dos días más tarde regresaba a Tierra del Fuego, en avión y con oferta de trabajo para su madre como celadora en un colegio de Tandil, sur de la provincia de Buenos Aires. Así, Facundo empezó a vivir en una ciudad donde, cuatro años después y a la luz de una vela, empezaría a vislumbrar el sexo de la mano de Mirna, la hija del zapatero, sobre las telas gastadas de un sofá muy verde.

O eso —y así— le gusta contar.

***

En la oficina de pagos de la empresa de celulares, Facundo Cabral espera en la fila frente a una de las ventanillas.

—Adelante –dice una mujer, y Cabral avanza.

—Hola. ¿Cómo es tu nombre, mi amor?

—Ivana.

Ivana, eres la luz de mi ventana, para mí la vida sin Ivana no es nada. ¿Cuánto es, Ivana?

—Ciento once pesos, señor.

—Ivana, Dios te perdone por cobrarme.

Ivana sonríe, chequea algo en su computadora y pregunta:

—¿Usted es Cabral, Rodolfo Enrique?

—Sí. Pero llamame táiguer. Yo supe ser el sex symbol de este barrio.

—Señor, mire, acá dice que esa factura ya está paga.

—Ah. Bueno. ¿Entonces no tengo que pagar nada?

—No.

—Bueno. Chau, querida. Gracias.

Desanda el camino y susurra, a quienes todavía esperan:

—Si le cantás, la cajera no te cobra.

*** (Continúa 4)

No hay comentarios.:

Publicar un comentario