III,6. Aquellos estudios que se llaman honestos tenían por objetivo las contiendas del foro, para hacer sobresalir en ellas, en las que, entre más se engaña, más se es alabado. ¡Tanta es la ceguera de los hombres, que hasta de, su misma ceguera se glorían! Y ya había llegado a ser «el mayor» de la escuela de retórica y me gozaba de ello soberbiamente y me hinchaban de orgullo. Con todo, tú sabes, Señor, que era mucho más calmado que los demás y totalmente ajeno a las perversiones de los trastornados –nombre siniestro y diabólico que ha logrado convertirse en distintivo de urbanidad–, y entre los cuales vivía con impúdico pudor, por no como ser uno de ellos. Es verdad que andaba con ellos y me gozaba a veces con sus amistades, pero siempre aborrecí sus hechos, esto es, las revueltas con que impúdicamente sorprendían y ridiculizaban la candidez de los novatos, sin otro fin que el de tener el gusto de burlarles y apacentar a costa ajena sus malévolas alegrías. Nada hay más parecido que este hecho a los hechos de los demonios, por lo que ningún nombre les cuadra mejor que el de trastornados o perversores, por ser ellos antes trastornados y pervertidos totalmente por los espíritus malignos, que así los burlan y engañan, sin saberlo, en aquello mismo en que desean reírse y engañar a los demás.
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