martes, 30 de enero de 2018

LAS CONFESIONES DE SAN AGUSTÍN. LIBRO TERCERO. VIII,16.


VIII,16. Lo mismo ha de decirse de los delitos cometidos por deseo de hacer daño, sea por afrenta o sea por injuria; y ambas cosas, o por deseo de venganza, como ocurre entre enemigos; o por alcanzar algún bien sin trabajar, como el ladrón que roba al viajero; o por evitar algún mal, como el que teme; o por envidia, como acontece al desgraciado con el que es más dichoso, o al que ha prosperado y teme se le iguale o le pesa de haberlo sido ya; o por el solo deleite, como el espectador de juegos de gladiadores; o el que se ríe y burla de los demás. Estas son las cabezas o fuentes de iniquidad que brotan de la concupiscencia de mandar, ver o sentir, ya sea de una sola, ya de dos, ya de todas juntas, y por las cuales se vive mal, ¡oh Dios altísimo y dulcísimo!, contra los tres y siete, el salterio de diez cuerdas, tu decálogo. Pero ¿qué pecados puede haber en ti, que no sufres corrupción? ¿O qué crímenes pueden cometerse contra ti, a quien nadie puede hacer daño? Pero lo que tú castigas es lo que los hombres cometen contra sí, porque hasta cuando pecan contra ti obran impíamente contra sus almas y su iniquidad se engaña a sí misma, ya corrompiendo y pervirtiendo su naturaleza –la que has hecho y ordenado tú–, ya sea usando inmoderadamente las cosas permitidas, ya sea deseando ardientemente las no permitidas, según el uso que es contra naturaleza. También se hacen reos del mismo crimen quienes de pensamiento y de palabra se enfurecen contra ti y dan golpes contra el aguijón, o cuando, rotos los límites de la convivencia humana, se alegran, audaces, con uniones o desuniones privadas, según que fuere de su agrado o disgusto. Y todo esto se hace cuando eres abandonado tú, fuente de vida, único y verdadero Creador y Rector del universo, y con soberbia privada se ama en la parte una falsa unidad. Así, pues, sólo con humilde piedad se vuelve uno a ti, y es como tú nos purificas de las malas costumbres, y te muestras propicio con los pecados de los que te confiesan, y escuchas los gemidos de los cautivos, y nos libras de los vínculos que nosotros mismos nos forjamos, con tal que no levantemos contra ti los cuernos de una falsa libertad, ya sea arrastrados por el ansia de poseer más, o por el temor de perderlo todo, amando más nuestro propio interés que a ti, Bien de todos.

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