XIII,20. Yo no sabía nada entonces de estas cosas; y así amaba las hermosuras inferiores, y caminaba hacia el abismo, y decía a mis amigos: «¿Amamos por ventura algo fuera de lo hermoso? ¿Y qué es lo hermoso? ¿Qué es la belleza? ¿Qué es lo que nos atrae y aficiona a las cosas que amamos? Porque ciertamente que si no hubiera en ellas alguna gracia y hermosura, de ningún modo nos atraerían hacia sí». (...). 22. (...) ¿Luego amo en el hombre lo que yo no quiero ser, siendo, no obstante, hombre? Grande abismo es el hombre (grande profundum est ipse homo), cuyos cabellos, Señor, tú los tienes contados, sin que se pierda uno sin que tú lo sepas; y, sin embargo, más fáciles de contar son sus cabellos que sus afectos y los movimientos de su corazón. 26. Yo me esforzaba por llegar a ti, mas era rechazado por ti para que gustase de la muerte, porque tú resistes a los soberbios. ¿Y qué mayor soberbia que afirmar con incomprensible locura que yo era lo mismo que tú en naturaleza? Porque siendo yo mudable y reconociéndome tal –pues si quería ser sabio era por hacerme de peor mejor–, prefería, sin embargo, juzgarte mudable antes que no ser yo lo que eres tú. He aquí por qué era yo rechazado y tú resistías a mi ventosa cerviz. Yo no sabía imaginar más que formas corporales, y, siendo carne, acusaba a la carne; y como espíritu errante, no acertaba a volver a ti; y caminando, marchaba hacia aquellas cosas que no son nada ni en ti, ni en mí, ni en el cuerpo; ni me eran sugeridas por tu verdad, sino que eran imaginadas por mi vanidad según los cuerpos; y decía a tus fieles parvulitos, mis conciudadanos, de los que yo sin saberlo andaba desterrado; yo, hablador e inepto, les decía: «¿Por qué yerra el alma, hechura de Dios?»; mas no quería se me dijese: «Y ¿por qué yerra Dios?». Y defendía más que por necesidad erraba tu sustancia inmutable, en vez de confesar que la mía, mudable, se había desviado espontáneamente y en castigo de ello andaba ahora en error.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario