II,3. Me bastaba, Señor, contra aquellos engañados engañadores y mudos charlatanes-porque no sonaba en su boca tu palabra-, bastábame, ciertamente, el argumento que desde antiguo, estando aún en Cartago, solía proponer Nebridio, y que todos los que le oímos entonces quedamos impresionados. «¿Qué podía hacer contra ti-decía-aquella no sé qué raza de tinieblas que los maniqueos suelen oponer como una masa contraria a ti, si tú, no hubieras querido pelear contra ella?»
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