TESTIGO DEL PLANETA
Facundo, has recorrido 170 países.
No, 165.
Que se dice en una sola línea, pero eso es mucha vida. ¿Qué has aprendido del planeta… de tanto recorrerlo?
Que tiene vida propia. Me encanta cuando escucho a los científicos que me confirman eso. El planeta tiene vida propia y siento que soy un pequeño animal que camina por su cabeza, por la periferia. Lo amo. Fíjate, he vivido el planeta con 40º bajo cero y con 60 sobre cero en el Mar Muerto; me bañé en el Mar Rojo, en el Golfo de Akaba en Eilath, me bañé en el Mar Negro, floté en el Mar Muerto, crucé bosques canadienses, vi al lobo, vi al león en libertad al mediodía. ¡Imagínate! ¡Espléndido! Vi al tigre de Bengala que tanto amaba Borges. Estuve bastante cerca de las panteras, vi parir cebras en África y a una ballena en la baja California… Estuve en el parto de mi hija. ¡El planeta es extraordinario!
¿Crees en la resurrección?
Sí, yo soy viejísimo, somos viejísimos, yo siento siglos conmigo, a veces aparecen.
¿Cómo se la lleva Facundo Cabral con su ego? ¿Cuántas veces al día el ego te gana la partida?
Muy difícil. Primero, no te olvides que soy argentino, sería un milagro; y segundo, ¿cómo no va a sonar una campana dentro tuyo cuando ves mil personas cantando tu canción? Es imposible. Yo no sé si eso es el ego. Una vez le hice a la Madre Teresa la misma pregunta. Le dije: “Madre, usted es la única persona que yo he conocido en el mundo en la que no hay ni rastros del ego. ¿Qué hizo usted con el ego?” Y me dijo: “Bueno, lo puse a hacer lo único que puede hacer el ego, me lava los pies cada noche antes de acostarme”. Esa era la Madre Teresa.
“Queremos decirle a los jóvenes que no se den por vencidos ni aun vencidos, que no se sientan esclavos ni aun esclavos, que trémulos de pavor, arremetan feroces; ya mal heridos, ten el tesón del clavo enmohecido que ya viejo y ruin vuelve a ser clavo, no la tremenda estupidez del pavo que amaina su plumaje al primer ruido, procede como Dios que nunca llora o como Lucifer que nunca reza o como el robledal cuya grandeza necesita del agua y nunca implora”.
Eso es Almafuerte. ¡Ohhh! Mi Dios, es nuestro Whitman… Almafuerte es nuestro poeta nacional y está un poco ido... Lo habrás leído ¿no? Almafuerte, busca El Misionero, es un Whitman con furia. En un momento dice: “Levántate holgazán/ vibre tu pulpa/ peligra el universo por tu culpa”. El decía, “Ante la faz del abismo te ordeno retroceder”. Una cosa extraordinaria.
Se escuchan los primeros acordes de una memorable canción de Pablo Milanés “El breve espacio en que no estás”.
Cabral lo reconoce al instante.
Esto es el cielo. Borges decía: “Yo no hubiese conocido la envidia si no hubiese nacido Macedonio Fernández”. Yo te diría que me hubiese librado por completo de la envidia si no hubiese escrito García Márquez y si no hubiera cantado Pablo Milanés. Me conmueve profundamente. Esta canción es una canción perfecta. Lo que ha hecho él y lo que ha hecho Silvio Rodríguez -y cuidado que no estoy hablando de la amistad porque apenas conocí a Pablo cuando hicimos algunos conciertos en Colombia, que fue un placer- son cosas extraordinarias. Cada vez que la escucho me siento seguro de que me hubiera gustado escribir esa canción. Hasta el título es afortunado.
Se escucha a otra leyenda: Atahualpa Yupanqui. La reverencia de Cabral es, de nuevo, inmediata. Bueno, este es el Tata, este es mi padre.
“Tu sueño viene cantando Guagüita por el camino/ tu sueño viene cantando como los ríos/ pasar la vida entre piedras Guagüita/ nuestro destino /pasar la vida entre piedras/ como los ríos. Tu sueño viene cantando Guagüita/ por el camino/ hasta los vientos del cerro / quedan dormidos”.
¿Qué significa Atahualpa Yupanqui para Facundo Cabral?
Bueno, cuando ibas a mi casa y se hablaba de Atahualpa, había que ponerse de pie para nombrarlo. Era un buda. Antes de ir a la cárcel, cuando trabajaba embolsando papas, el dueño del campo nos llevó –a tres o cuatro de los que trabajábamos más duro- al Club Social de Balcarce como premio. Fue la primera vez que comí con cubiertos. Cuando estábamos comiendo el postre dijo: “Bueno, apurando, apurando, porque ya llegó la hora y tenemos que ir a escuchar al maestro”. No sabíamos de qué estaba hablando, y nos llevó a un salón cercano donde apareció don Atahualpa, el señor al que mi madre se le ponía de pie antes de nombrarlo. Muchos años después, le dije en París a don Atahualpa, porque después fuimos muy amigos: “¿Sabe que yo le debo el mundo a usted?”. “¿Cómo a mí?”.Y le respondí: “Yo camino por el mundo y canto por usted, por aquella primera vez que yo lo escuché en el Club Social de Balcarce y dije ¡qué maravilla de oficio! Vivir y caminar y contar lo vivido”. Y es lo que hice con mi vida. Atahualpa es nuestro padre.
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