Autor: Facundo Cabral. 13/12/2007
MIS PAPELES
Por algún rincón del mundo, o de mi pueblo, andará lo que fui y lo que pude haber sido y no fui, los horrores y las felicidades posibles, por algún costado debo seguir siendo solo argentino, es decir un inmigrante cruzado por aquí para que naciera un padre que, para mi bien, poco y nada conozco, en algún puerto debo seguir levantando el ancla para que se vayan otros, o cultivando la tierra para que coman otros, los que ahora me escuchan porque no soy el que debía ser, en algún lugar se habrá cansado de esperarme la mujer que ni siquiera sospecho, pero esto no me quita el sueño porque solo se puede sobrevivir comulgando con el presente, sin las cadenas del pasado ni la ansiedad que provoca la idea del futuro (el presente, el momento, el instante, es una constante reencarnación, un estar despierto para no perdernos las revelaciones).
Los misterios me rodean, y esto es excitante, pero también amo a la razón, aunque solo me explique lo artificial (también se que, fácilmente, puede ser mi verdugo, la razón que ha cegado a los occidentales). Encuentro las huellas de las infinitas manos de Dios en todas partes, entonces solo me queda gozar su obra y cantar su gloria, retrato lo que puedo porque los cambios de la naturaleza son constantes (a veces parece lo mismo pero nunca es lo mismo), pero me consuela saber que cada cosa es un resumen de la fatalidad.
A veces reaparece el miedo de mi abuelo en mi, entonces veo enemigos en todas partes, hasta las hojas del invierno se apresuran a sepultarme de una buena vez, y las canciones, a través de la mediocridad que no soporto, me envenenan desde las radios que estallan en los aeropuertos y las cafeterías, en los supermercados y en los taxis. A veces no le encuentro sentido a nada, por eso ni siquiera salgo a comer o a conversar con mis amigos, entonces, al borrarme le doy chance al olvido, y soy nadie antes de ser nada, es decir soy un muerto que camina entre los vivos, un muerto que ya no duda de que hay más en nuestra memoria que en nuestra vida, a la que me trajeron sin que lo pidiera, a este mundo violento e incómodo, sentenciado a muerte antes de aprender a vivir, es decir impotente antes de desarrollar mi potencia, la única sorpresa sería cómo se cumpliría la sentencia: un automóvil me destruiría por fuera o un cáncer que me devoraría por dentro, el smog, el estrés o un tiro, sea como fuere ante la indiferencia del universo, y esta ciega y gigantesca brutalidad es la causa de la desesperación de los humanos que ni siquiera sospechan porqué corren y se odian y se temen y se matan, solo de vez en cuando se conmueven ante los juegos de un niño o la leve sonrisa del abuelo que espera la sentencia en la paz del valle, ya olvidado de las disputas por la cima de la montaña (por el mar dorado que es el trigal cruza la caravana negra detrás del cajón donde Matilde dejó sin esqueleto para volar al otro lado de la vida, donde la luz y el silencio son para siempre), pero no hay que preocuparse demasiado porque todo es apariencia, una grandiosa, una caótica apariencia, hasta nosotros solo somos la idea que tenemos de nosotros, y esto lo venimos sospechando desde Parménides. En este lío, en este juego de espejos, los religiosos son soñadores de sueños tranquilos que ansían despertar en un paraíso lleno de buena gente.
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