lunes, 3 de noviembre de 2025

MI MAMÁ. Reflexión

Cuando sentí que mi mamá empezaba a irse, entendí que tenía que llevarme conmigo algo más que un simple recuerdo. No un objeto —aunque al final también lo tuve—, sino algo vivo, cercano, algo que calentara el alma. Y elegí un gesto, un momento… los hot cakes (bueno, en casa siempre les decíamos crepas, aunque ella les decía “mantecadas delgaditas”).

¿Cómo se van las mamás? Con una calma dolorosa, casi en silencio. Se van apagando poco a poco: se debilitan, olvidan palabras, se mueven despacio como si cada paso pesara, se cansan de las cosas más pequeñas. Si el hijo o la hija es atento, lo nota todo. Y si además hay alguien en la familia que trabaja en medicina, uno mismo termina volviéndose una especie de enfermero improvisado. En esos momentos, lo único que importa es no dejar que el tiempo se te escape.

Un día fui a visitarla. Me vio entrar y, como siempre, preguntó:
—¿Qué quieres que te prepare de comer, hijo?
—Hot cakes —le dije—. Pero esta vez los haremos juntos… y voy a escribir tu receta.

A mamá le encantó la idea. Ya le costaba trabajo estar mucho rato de pie, así que se sentó a dictar.

—Para unas veinte piezas, necesitas tres huevos, doce cucharadas de harina bien llenas, cuatro de aceite, una pizca de bicarbonato, un poquito de sal, nada de azúcar, dos tazas de leche tibia y, al final, una taza de agua hirviendo.
—¡Pero tiene que ser agua hirviendo! —recalcó—. Eso hace que salgan delgaditos, con hoyitos, como los que a ti te encantan.

Fui anotando todo. Ella hizo los primeros y luego me dejó seguir.
—Mueve el sartén —me decía—, que se esparza parejito.

Y así, uno tras otro, fueron saliendo. Cada vez más parejos, más doraditos, más bonitos. Darles la vuelta sin romperlos era casi un arte.

Durante los siguientes dos meses repetimos el ritual varias veces. Los comíamos con mermelada, miel, crema, o, cuando había suerte, con un poquito de caviar (como decía ella, “cuando nos damos la vida de ricos”). A veces con relleno de requesón y pasitas, otras de carne. Pero para mí, el verdadero festín era acompañarlos con una gran taza de té negro con leche, igual que a ella le gustaba.

Han pasado ocho años desde que hago los hot cakes solo. Me salen bien, incluso puedo usar dos sartenes al mismo tiempo, en media hora están listos. Les enseñé la receta a mis hijas, la comparto con los amigos. Pero el sabor… no es igual. La receta es la misma, el aspecto también, pero falta algo invisible.

Cada vez que los pruebo pienso: alguien más los haría mejor.
Y sé perfectamente quién.

Mi mamá.

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