Cuando llegaron a Tandil, Facundo Cabral era analfabeto, ladrón, violento: un infierno con rulos dispuesto a acabar con el mundo.
—Nunca había ido al colegio, vivía peleándome. Odiaba a mi padre. Quería matarlo por habernos abandonado.
—¿Y sus hermanos?
—No aportaban nada. Unos pobres tipos. Ahora no sé si sobrevive uno. Creo que no. Casi no los conozco. Cosa que agradezco. Para mí nunca fue una buena idea la familia. Para mí, mi familia es la humanidad. Yo siempre fui raro. Y para mis hermanos debo haber resultado un descastado. Sin embargo, vivieron siempre de mí. Materialmente, que parece que es lo que importa, fui el que aportó.
—¿Eso le produce rencor?
—No. Nada. O tal vez lo disimulé. Debo ser buen actor. Me dolía llevar libros a mi casa, que no leían. Libros escritos por mí. Hay un dolor en eso. Pero hay una frase de Macedonio Fernández: «¿Quién cree que es esa entrometida, la realidad, para arruinarme la vida?». A mí la realidad no me va a arruinar la vida.
Aprendió a leer a los 14 y a los 17 caminaba por las calles de Tandil cuando un mendigo le gritó: «¡Príncipe!». A él, que sólo aspiraba a despertarse muerto.
—Pensé que me estaba tomando el pelo. Le dije: «Viejo, a usted lo salva la edad». Y me dijo: «¡Príncipe! ¿O cómo llamás al hijo del rey del universo?». Simón se llamaba ese viejo. Y me dijo: «Hace muchos años pasó por aquí nuestro hermano mayor, Jesús, y trajo la gran noticia». «¿Y cuál es esa noticia?». «Que uno solo es el Padre». Al viejo Simón le debo la gran noticia de que yo no era huérfano, de que yo tenía un Padre grandioso.
La epifanía. La vida sin transiciones. De momentos terribles a momentos perfectos. De momentos perfectos a momentos terribles.
***
El local es apretado, gélido. Venden bolsos, y Facundo Cabral busca un bolso: un bolso con un cierre solo.
—Entremos acá. Perdí un bolso y necesito un bolso con un solo cierre. Buenas, ¿se puede mirar sin comprar?
Un hombre dice sí, claro, qué está buscando.
—Un bolso con un solo cierre, porque tengo mucho pleito con la vista y si tiene muchos cierres meto las cosas en cualquier lado y no las encuentro. ¿Sabés cuáles usaba yo? Unos de marca Rosenthal. Me dicen que ya no se hacen.
—Sí, se hacen, pero la calidad ya no es lo que era.
—Nada es lo que era. Ni yo soy lo que era, flaco. ¿Vamos a comer?
Renguea hasta la esquina. Levanta el bastón y un taxi se detiene. Sube con dificultad, primero el cuerpo, después las piernas. Los problemas de su pierna derecha tienen diversos orígenes: en los años 80, se debían a un accidente automovilístico; en los 90, a una debilidad congénita. Ahora, a dos balazos, gentileza de un marido despechado en Santo Domingo.
—Nunca llegues a esta edad, flaco —le dice al taxista—. Yo daba miedo. Ahora doy lástima.
***(Continúa)
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