Autor: Facundo Cabral. 13/12/2007
MIS PAPELES
Vivo entre los colores, en constante movimiento, como los colgantes de Calder, soy un hombre libre y feliz, libre porque soy valiente y feliz porque dejo que actúe el corazón antes que intervenga la cabeza.
Con mis libros y mis canciones le doy alegría y paz a la gente, le contagio el amor a la vida, la animo, la excito para que se anime, le ilumino el alma y el corazón (nada como el silencio que continúa al aplauso de bienvenida, nada más cálido que esos hermanos, habitantes de la sagrada oscuridad del teatro, que serán mis compinches durante las dos horas del concierto, o tal vez para siempre).
Aquí en el Quinta Real de Guadalajara, reina un silencio de ajedrez en la noche que, lentamente, va ocupándolo todo, desde mi suite (confortable, propicia para escribir, ideal para leer a Italo Calvino) a los cuidados jardines del hotel , la noche que avanza por las calles de Guadalajara llenando de sombras a las casas y a los automóviles, la noche que debilita a los mercados y a los carteles, la que enciende a los amantes y calma a los viejos, la que entristece a los trenes y hace desaparecer al lago de Chapala, la noche que hace más misterioso al bosque alegre, la que avanza para cubrir pueblo tras pueblo, la noche indiferente al tiempo (si es que no son la misma cosa), la que duerme a los pájaros y a los perros pero hace oír más a los ríos y los arroyos, la que enmascara a las iglesias y transforma a las cárceles y a los monasterios en fantasmas, la que cruza los cementerios para ser, por un instante, el espejo de los muertos (el arco iris se hace a un lado cuando pasa la noche, que hechiza a los búhos y excita a los murciélagos), la que es el manto del mar, una caricia de la eternidad, la noche que para Homero y para Borges era todo el tiempo, por eso ellos son para siempre porque no hay mejor musa que la noche donde, cabalmente, caen todos, pero solo los que quedan de pie alcanzan la poesía, por la que sabemos todo, por ejemplo que todo es lo mismo cuando llega la noche, momento final, propicio para las promesas entre las sábanas, cruel en los manicomios y los hospitales, la noche que le tatúa sirenas a las borracheras de los marinos, que llena de mujeres a las cabezas de los tímidos, que hace que cualquiera llegue al fondo de su memoria, la noche que llena de oraciones a los agradecidos y a los temerosos, la noche donde los jazmines vuelan y las mariposas vuelven a ser hojas del árbol que, entre otras cosas, nos dio la prosa para que podamos contar lo que jamás entenderemos porque entonces seríamos árboles, es decir dioses.
La noche avanza para hacer de todas las ciudades una sola selva y de todos los barcos un gigantesco bote tripulado por un pequeño hombre, un ciudadano que por temerle a todo se quedó solo, la noche que nos acerca al infinito, es decir a la nada, la noche que me recuerda los puertos de mujeres generosas, la noche que calla a las plazas donde tocan lo mismo las bandas de siempre, donde los viejos esperan la muerte y los jóvenes al amor (en la plaza de mi pueblo recordábamos a los que se habían ido, que nunca regresaron, lo que nos hizo sospechar que, más allá del pueblo, estaba el paraíso, poblado por hombres plenos y mujeres doradas).
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