miércoles, 14 de mayo de 2025

La madre y el águila


Una mujer estaba por convertirse en mamá, y la incertidumbre le pesaba en el pecho.

—Tengo miedo —confesó—. Quiero darle lo mejor a mi hijo… pero no sé si voy a saber criarlo bien.

Entonces, un águila se le acercó.

—Cuando nacen mis crías —dijo el ave—, el nido es suave, cálido, lleno de plumas. Se sienten protegidas. Pero llega un momento en que necesito que aprendan a volar. Y ahí… saco todo lo suave. Dejo solo espinas.

—¿Espinas? —preguntó la mujer, confundida—. ¿No es cruel?

—No —respondió el águila—. Es necesario. Si todo es cómodo, nunca se mueven. Pero si el nido incomoda, buscan algo mejor. Salen. Crecen.

La mujer se quedó pensando.

—¿Y si caen?

—Casi siempre caen —respondió el águila—. Pero yo los levanto con mis garras y los lanzo de nuevo. Una, dos, cien veces. Hasta que aprenden a volar. Y cuando lo logran… los dejo ir. Porque el amor no es retener. Es soltar.

La mujer acarició su vientre. Entendió, por fin, que ser madre no es evitarles el dolor. Es prepararlos para enfrentarlo.

Y así se marchó, con el corazón sereno, sabiendo que su mayor reto no sería proteger a su hijo de todo… sino enseñarle a enfrentarlo todo con fuerza y dignidad.

Porque sí, cuesta verlos tropezar. Duele no resolverles la vida. Pero los hijos no necesitan una vida sin espinas… necesitan alas.

Alas para decidir. Alas para levantarse. Alas para irse cuando sea el momento… y también para regresar cuando quieran hacerlo por amor, no por necesidad.

Si quieres que tu hijo vuele alto… no le recortes las alas con miedos ni lo mantengas atrapado en una comodidad eterna.

Enséñale a volar, aunque eso implique verlo caer.

Porque el verdadero amor no es el que los protege de todo…

Es el que los prepara para TODO.

-Susana Rangel

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