La Biblia.
Sí, claro. Ese señor, un viejo vagabundo genial, me dijo entonces: “¿Vos sabes escribir? Saca el cuaderno ahí. Primera lección. Escribí ahí mira las aves del cielo...” Y me dicta El Sermón de la Montaña. Luego me dijo: “¿Sabes qué te acabo de dar? Un programa de vida”. Y ese fue mi programa de vida. Yo estaba tan contento que lo contaba por los campos: ¡Carajo, somos príncipes! Había gente que creía que sólo era un González, un esposo, sólo argentino, sólo pobre o sólo rico. Así me fue llevando la gente y un día, a los 22 años, estaba arriba de un escenario y no bajé más.
Facundo Cabral es uno de los mejores emblemas de lo que fueron los años 60, la época en que todos creyeron posible cambiar al mundo. Fueron los tiempos de los Beatles, de la cultura hippie, el lema universal de “Paz y Amor”, la Revolución Cubana. De todo eso quedó el reflejo de un momento estelar de la humanidad.
Sí, cómo no. Pero resulta que el mundo no cambió. La primera religión sigue siendo el dinero y la pobreza parece una epidemia sin remedio. ¿Por qué fracasó el gran sueño? ¿Te sientes derrotado en ese sentido?
No. Yo quise cambiar al mundo y me pasó lo mismo que le pasó a la gente; no Cabral, a gente importante de verdad, a Borges: (Imita perfectamente la voz de Borges) “Quise retratar al mundo. Yo quise, yo pensé que podía retratar al mundo a través de la palabra y ahora debo reconocer que no sé, a lo sumo he esbozado un autorretrato débil y tembloroso”. Yo quise cambiar el mundo, pero el mundo me cambió a mí. Si hubiese un jesuita en cada lugar, no habría fracasado nunca la revolución. De hecho está vigente, lo que pasa es que por el momento el dinero hace más ruido.
Pero el dinero tiene rato haciendo bastante ruido.
Sí, cómo no.
Gustave Flaubert decía que la humanidad es como es, no se trata de cambiarla, sino de conocerla. ¿Qué opinas de eso?
Krishnamurti me decía eso. Yo fui muy amigo de Krishnamurti. Lo conocí en el 74. Decía que la vida no es como debería ser, la vida es como es. Yo creo que debe ser como a mí me conviene y lo que a mí me conviene es que entienda que lo que sea es lo que está escrito. Cualquiera diría que eso es fatalismo. Sí, yo creo que este encuentro estaba escrito. Yo creo que vengo solo acá, a un lugar del aeropuerto contigo, y te escucho decir esas cosas mías tan claras porque uno es eso. Pero cuando lo vi de esa manera, cuando me di cuenta que era lo que tenía que ser, sentí una gran tranquilidad. De cualquier manera, trato de ver la forma de llegar por el camino más correcto y más compartido a un cierre de vida, para eso existe el libre albedrío. Un día le pregunté a Krishnamurti: “¿Hasta cuándo voy a caminar, maestro?”. Y me dijo: “Hasta que te metas en tus propias botas”. Hace un tiempo que sentí que por fin me metí en mis botas. Hice lo posible. Después, leyendo con detenimiento los discursos de Jesús, él dice: “Muchos eran los llamados, pocos los elegidos”. Me da la impresión de que hay mucha gente que no se quiere dar cuenta que tiene todas las posibilidades de vivir mucho mejor, más allá de cualquier sistema político. La política es el arte de dividir, entonces si pierde una mitad perdemos todos.
EL ÉXITO UNDERGROUND
Facundo, el gran éxito te llegó con una canción generacionalmente antológica como es No soy de aquí ni soy de allá.
Sí, vino de una borrachera...
¿Cuál es la historia de esa canción que ha sido cantada en numerosos idiomas y que la han cantado artistas como Julio Iglesias, Neil Diamond o Pedro Vargas?
Está grabada en 27 idiomas y se supone que hay más de 700 versiones. Se canta hasta en Rumania, qué se yo.
¿Cómo nació esa canción?
Pues había un folklorista que para mí fue un ser excepcional, Jorge Cafrune. Me encontré con él después de mucho tiempo en Uruguay. Yo no había bebido más desde que había salido de la cárcel de menores, pero ese día fue algo excepcional y nos pusimos a brindar, y se nos fue la mano. Cuando me di cuenta, tenía una borrachera feliz, no era de esas borracheras para no ver al mundo, esta era el festejo del encuentro con un amigo admirado. Así que me acompañó al concierto y en un momento en que estaba recordándolo en medio de esa cosa, le digo a Cafrune que estaba entre el público: “¡Oye! ahora que te veo con esa facha, con la barba, me acuerdo de Abraham y de la orden que recibió: “Abandona tu tierra natal y la casa de tu padre y ve al país que yo te indicaré. Haré de ti una gran nación. Te bendeciré y por ti se bendecirán todos los pueblos de la tierra”. El señor dijo a Abraham: “No soy de aquí”, y ya, ¡apareció la canción! Al otro día todos me pedían esa canción y yo no me acordaba porque la había improvisado. Cuando terminó el concierto, un periodista muy importante, Jacobo Timerman, socio del padre de Cecilia Roth, me invitó a la casa a cenar y al final de la cena me dijo: “Oye, no te saludamos en el cumpleaños de tu profeta pero acá tenemos tu regalo”, y me regaló un paquete chiquito con un moño rojo. Era un casete donde habían grabado el concierto de la noche anterior y escucho con emoción que aparece la canción. No era mía. No es mía. De lo menos que uno puede ser dueño es de una canción porque uno se sienta a elaborar un poema o una novela o un ensayo, pero la canción llega sola, es como el amor. Esa es la historia de esa canción. Viene sola, no se piensa. No tiene nada que ver con la cabeza.
En una de las últimas entrevistas que dio John Lennon antes de morir contó que los días de mayor éxito de los Beatles fueron momentos de opresión total y de gran decepción porque todos trataban de aprovecharse de ellos y que llegó a sentirse realmente miserable. ¿Cómo se sintió Facundo Cabral en sus días de máximo apogeo?
Exactamente así. ¡Qué bien! Yo no había escuchado nunca eso, pero lo dijo por mí también. Mira, al principio era una cosa así, uff, impresionante. Era un sentimiento así como de no saber qué pasaba. Una canción o dos, y de pronto todo el mundo venía corriendo a abrazarte. Me empecé a hacer una fama tremenda de trasgresor: “¡Usted es el único que dice lo que hay que decir! ¡Ahí está un hombre valiente con cojones!”. Yo era el valiente. De pronto me hice muy famoso y llegaba un dinero insoportable. Yo no sabía que la cantidad de dinero podía ser insoportable, me agobiaba y perdía mi libertad porque esperaban cosas de mí y resulta que yo ya quería cambiar hacia otro destino. Eso que leíste recién es fantástico, porque ¡es cierto!, deseaba cambiar de destino a cada rato. Sigo haciéndolo. Un día, de pronto, me encontraba en la televisión con un señor que era muy importante en la televisión argentina, y le dije: “¿Sabes qué? Me voy”, “pero ¿cómo?”, me replicó…“Que mañana voy a Ezeiza y tomo el primer avión; me voy porque estoy perdiendo mi libertad y me estoy ahogando”. Había tantos intereses alrededor mío que yo realmente sentía que me estaba estafando a mí mismo y me fui muchos años. Pasaron otros años, llegó la democracia, o estaba por llegar, cuando volví a la Argentina y la gente pensó que yo personalmente había traído la democracia de la Plaza Atenas. Cuando llegué tuve una recepción muy grande porque entre un éxito y otro estuve fuera del país muchos años. Un poco antes de que ganara el presidente Raúl Alfonsín me volví a ir y no regresé hasta después de nueve años. Vine en el año 1995 con Alberto Cortés.
¿No te llevas bien con el éxito?
Puedo vivir en un desierto con los tuareg, puedo vivir solo, amo la soledad, fue mi mejor amante, además siempre me resultó fiel. Cuando yo volvía al hotel siempre estaba esperándome; no me falló nunca. No podría vivir en el éxito, no ese éxito desmesurado con prolijidad. Yo camino tranquilo, no grabo a propósito, los libros en general me los edito yo mismo; hago todo lo posible por seguir siendo underground.
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