El Mesías prometido.
El Mesías y con ella, con Eva… hermosa… mi Dios. Ese vendedor de la plaza fue mi primer socio. Muchos años después, cuando empecé a ser conocido y había aparecido en televisión, siempre que iba a un programa preguntaba por el tipo de la plaza y un día lo reencontré, muy viejecito. Mira lo que es la vida. Él me pagó el tren y fue mi primer viaje pago. Me compró un sándwich glorioso y yo salí y pasé toda la noche en la Catedral. A la mañana siguiente empezaron a llegar multitudes y a las doce llegó el auto espléndido, un auto descapotable, delante el chofer, el gobernador, que era un coronel mercante, y atrás, de pie, a la izquierda, la señora Eva. Fue la primera cosa bella que vi en mi vida. Yo descubrí a la mujer con Eva Perón. ¡La belleza, con un vestido!... Y a la derecha, estaba Perón con su uniforme de gala, ¡espléndido! Corrí hacia el auto y cuando estaba llegando me cazó un policía, pero Perón estaba saludando por ese lado y lo vio y le dijo: “Déjelo que venga”. Y fui hasta el auto, me subí al estribo y entonces me dijo: “¿Querías hablar conmigo?” Y le digo, “Sí ¿hay trabajo?”. Hizo parar el auto en medio de la multitud. Le repito “¿hay trabajo?”. Y la señora Eva, que iba al lado, escuchó, se acercó y me dijo: “¡Por fin alguien que pide trabajo y no limosna! Por supuesto que hay trabajo, mi amor, siempre hay trabajo. Encárguense del niño”. Me llevaron a un lugar, me dieron ropa nueva, me bañé después de meses, comí comida caliente. Me sentí respetado, sentí que era parte de la sociedad. La señora Eva llegó como a las tres horas, ante el asombro de toda esa gente, y dijo: “Mi amor, tuvimos suerte, ya conseguimos un trabajo para tu madre”. Así fue como nos fuimos a vivir a una escuela en Tandil, a 400 kilómetros al sur de Buenos Aires, en la Provincia de Buenos Aires. Mi madre estuvo internada un año, le salvaron la vida.
DÍAS DE SOMBRA
Más allá de esa maravillosa anécdota con Eva Perón, entiendo que en algún momento terminaste confinado en un reformatorio.
Sí, porque era alcohólico.
¿A qué edad te volviste alcohólico?
Enseguida. No sabía que era alcohólico, pero yo no quería vivir. Por eso no hablaba, no quería, yo me sentí muy aliviado cuando a mi madre y mis hermanos les dieron un techo y un respeto…
¿Fuiste alcohólico de niño?
Claro, porque yo trabajaba en el campo y de noche en el campo se hace fuego, se come el asado y da vuelta la guitarra, se canta y ¿qué otra cosa?... se toma ginebra, se toma vino. Yo no me di cuenta de que el alcohol me ayudaba a no ver, yo no quería ver. Había robado algunas botellas y un día la policía se enojó, me metieron en una cárcel de menores y me dieron cuatro años de prisión. Pero fue extraordinario. Caí preso a los14 años porque era muy violento, rompía cosas… pero fue extraordinario, porque siempre Dios estuvo al lado mío. Me metió en la prisión para que dejara de ser un ignorante. Ahí había un jesuita que me llevó a vivir a una biblioteca muy pequeña donde me contaba las historias de los libros, hasta que me entusiasmé tanto que le dije: “Simón y ¿cómo hacemos?”. “Mira, si yo tengo tiempo y vos tenés ganas te enseño a leer”. Entonces estudié. Lo que eran los seis años de colegio primario y los seis de secundario, los hice en tres años.
Los jesuitas son los grandes amantes del conocimiento.
Comencé a tener noticias de Quevedo a los 15 años, de Góngora…
Puro Siglo de Oro español. De Horacio, de Homero, de Heráclito, de Plotino, y de los libros de arte. Nos divertíamos, por ejemplo, con Magritte, con Chagall, que con los años fue un gran amigo en París, en los años 70. Gran amigo, incluso hasta tengo obras de él.
Pero así deberían ser todas las cárceles del mundo.
Sí, si hay un jesuita en una cárcel, estás salvado. A los 17, cuando me faltaba un año, me escapé. Él me ayudó. Me dijo: “Ya tienes que pensar con la cabeza para poder sobrevivir”. Y ahí me encontré con un vagabundo que me dijo: “Oye, ven aquí, imbécil, te veo pasar todas las noches como un miserable ¿no te dijeron que sos príncipe?”. “¿Cómo príncipe?”, le dije. “Ah ¿no sabías eso? ¿No sabías que sos príncipe?”. Y me dice señalando el cielo: “¿Cómo le llamas al hijo del Rey?”. Y acá estoy. Canté de pura alegría.
¿Cómo descubriste que eras cantante? ¿Cómo asumiste la música como forma de vida?
Por Jesús. No soy ni un pastor ni mucho menos, ya pastor hubo uno grandioso. Tampoco pertenezco a una iglesia, soy un libre pensador y un libre sentidor, y más con las religiones, pero a mí me salvó Jesús, porque conocí El Sermón de la Montaña esa noche cuando el vagabundo me dijo que era príncipe. Cuando estuve en la cárcel el padre jesuita nunca me permitió meterme en la Biblia. Decía: “Vos sos muy chiquito y tenés mucho odio todavía para entrar en esa hoguera. Eso es para hombres. Hay que esperar”.
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