sábado, 28 de diciembre de 2019

PRELUDIO PARA CABRAL Última entrevista de Facundo Cabral en Venezuela (2)

PRELUDIO PARA CABRAL (2)
“Eva Perón fue la primera cosa bella que vi en mi vida"                                                                      


Para los que aún no lo saben, en el planeta hay vagabundos de primera clase. Se les puede reconocer por su manera de hablar, como si la locura y la poesía vivieran en una misma frase.

Algunos cargan una guitarra al hombro y patean países enteros con un costal de canciones en los labios. Tienen la mirada perdida, o más bien encontrada, como los profetas. Ríen, como los sabios, y se hacen preguntas en voz alta, como los grandes humoristas. Son incómodos, por naturaleza. Andariegos, por convicción. Y sencillos, por la estricta necesidad de ser verdaderos. Algunos tienen hasta cédula de identidad y hay uno, particularmente, que responde al nombre de Facundo Cabral (La Plata, Argentina, 1937). Es argentino, porque la tierra cambia de nombre a cada tanto, pero es universal, porque él cambia de destino a cada minuto. Dicen que ha recorrido 170 países y que ha grabado más de 120 discos. Dicen que su irreverencia y su honestidad musical no tienen día libre. Dicen que reflexiona en re mayor, que canta en forma de poema, que protesta y cuestiona y acusa y predica y defiende y agita sin descanso. Muchos resumen a Facundo Cabral en una sola frase, quizás excesiva, quizás solitaria: el juglar del siglo XX.

En todo caso, a Facundo Cabral se le notan sus conversaciones con Cristo y Gandhi, sus tertulias con Jorge Luis Borges y Krishnamurti, su sobredosis de poetas y filósofos, sus encuentros con presidentes de estado, multitudes, personajes anónimos del camino o santas como la Madre Teresa de Calcuta. En los años 60 y 70 fue uno de los grandes emblemas de la canción de protesta. Hoy, el tiempo lo ha convertido en una perseverancia feliz, en una suerte de sacerdote de la guitarra y la palabra, en un cantor imposible de obviar de la historia musical latinoamericana. Es tan sencillo y demoledor como que Facundo Cabral tenía que existir. Los vagabundos de primera clase son seres imprescindibles e irremediables.

Al final de la postal, Cabral reacciona en el acto y comenta:

Es hermoso ese texto porque me has leído una radiografía. No lo digo por las cosas bellas que dices allí, porque si las hay se las debo a tus colegas, los poetas, que me han hecho mucho menos tonto y mucho más sensible. Pero es bellísimo eso. Me gustaría llevármelo…

Nada puede decir tan bien lo que uno es como una radiografía… Hablas de multitudes, pero también he tenido “nadie”: yo tengo récord de fracasos. Una vez en Buenos Aires, un sábado en la calle Corrientes, canté en un teatro para una sola persona.

¿Y ya eras un hombre famoso?

Sí, pero lo mío es muy curioso. Mis subidas y bajadas son extraordinarias. Mi madre decía que yo parecía un parque de diversiones, una montaña rusa, pero nunca tuve sensaciones de fracasos ni de éxito porque fui muy feliz cuando apareció mi oficio y pude ejecutarlo.

Una vida como la de Facundo Cabral es demasiado vasta como para abarcarla en una sola entrevista, pero creo necesario que hagamos un dibujo primario de los grandes eventos en tu vida. Por ejemplo, alguna información habla de que Facundo Cabral transcurrió su infancia viajando 3.500 kilómetros con su madre y sus seis hermanos, hacia el sur, y que cuatro de ellos murieron en el trayecto.

Sí. Mi madre era una tremenda hembra, en todo el sentido de la palabra, y mi padre era un hombre refinado, culto, rico. Fue un amor de novela, ella era la muchacha de la novela colombiana, sobre todo de Latinoamérica, fogosa y siempre a punto de estallar; y mi padre era el hombre que tenía todos los medios pero no sabía cómo se hacía nada.

Y ese viaje ¿qué iban a hacer al sur?

Un día antes de que yo naciera mi padre se fue de casa. Vivíamos, mi madre y mis hermanos, en la casa de mi abuelo que era coronel. Todos los Cabral han sido militares y cuando mi padre se fue, mi abuelo echó a mi madre de su casa. Así que nací en la calle, en la vereda, un 22 de mayo. Yo estoy marcado por la calle. Y mi madre, por culpa de mi padre, se enojó con toda la humanidad y dijo: “No quiero ver más seres humanos”. En esa época no había nadie en la Patagonia, muy poca gente. Salimos para allá y en nueve años de caminata murieron cuatro hermanos de hambre y de frío, los fui viendo morir.

Se quedaron sin casa, sin techo, a la deriva.

Nueve años. Yo soy una especie de sobreviviente porque tenía lo que en ese momento se llamaba debilidad mental, que hoy sería autismo. Cuando llegamos a Tierra del Fuego, mi madre estaba muy enferma, se estaba muriendo y mis hermanos vivían de milagro. Entonces, le escuché una frase a alguien que le dijo a mi madre: “Sara, me dijeron que hay un presidente que le da trabajo a los pobres”. ¡Mira la frase!...Mi Dios, hoy cualquiera agarra esa frase para una campaña… ¡Imagínate! “Un presidente que le da trabajo a los pobres” ¿Qué más les podía dar? ¿Para qué está un presidente? Lo otro lo hace uno sólo: yo fornico solo, leo solo, camino solo, tomo el avión solo. Bueno, yo me fui y pregunté dónde estaba el Presidente que le daba trabajo a los pobres y me dijeron que en Buenos Aires, y salí hacia Buenos Aires sin decirle nada a mi madre. A los cuatro meses ella me dio por muerto, por desaparecido. Cuatro meses. Ojalá la gente no entienda que esto es un anuncio político porque pudiera parecerlo, pero no lo es. Tengo una deuda hasta la eternidad con ese señor del que te voy a hablar, y con su mujer.

¿Qué edad tenías cuando hiciste ese viaje a Buenos Aires?

Nueve años. Me vine colgado en los camiones, en un carro, en un tractor, en una moto. Fue maravilloso. Conocí todas las maneras sociales de mi país, fue un viaje extraordinario.

Un viaje de iniciación.

Exactamente…Recién ahora lo estoy pensando. Me crucé con gente de mucho dinero que me llevaba en su auto cien kilómetros, gente que me llevaba a caballo otros veinte kilómetros, y, bueno, así llegué a Buenos Aires y le pregunté a un vendedor de verduras que estaba en la Plaza Constitución: “Oye ¿conoces a un señor que se llama Perón?”…

Menuda pregunta.

Por eso no quiero que suene a anuncio político... Y me dice que sí, que es el presidente del país. “¿Dónde puedo hablar con él?”, le pregunto y me responde: “Bueno, vas derecho por la 9 de julio, cruzas a la derecha que es la calle Pellegrini, llegas a la Avenida de Mayo, doblas a la derecha, haces cuatro o cinco cuadras, llegas a una plaza, detrás de allí hay una casa absurda, ridículamente pintada de rosado, y bueno, ahí es”, me dijo muy burlón. Y yo pensé que “no es cierto, el presidente no puede estar en una casa rosada”. Entonces me dice que los presidentes suelen ser gente ocupada y que es muy difícil que me atienda. “Además –me dice- sos un niño, muy poco serio. Te van a mandar a la sociedad de no sé qué. Pero mira, yo leí en el periódico que mañana es el aniversario de la Ciudad de La Plata. Ve ahí, que a lo mejor cuando entre a la Catedral puedes llegar a él. No creo que sea fácil, pero tú ve”. De allí había salido con mi madre. Yo nací a dos cuadras de donde después me encontré con Perón. Mira lo que es el círculo. Yo, sin darme cuenta, había cerrado mi primer círculo a los nueve años. Era 1946, recién había subido al poder y Perón era el profeta que volvía a la tierra. Él fue tal vez el hombre más amado de la historia argentina en su momento.(Sigue 3)

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