LO CORTEZ NO QUITA LO CABRAL. 2da. parte. Transcripción Juana Macedo.
Curiosamente estos son los inventores de las artes y las ciencias, es decir los preclaros que miraron hacia arriba y se preguntaron que serían esos puntos tan brillantes en el firmamento y por qué estaban allí. Directamente de esa línea de enhiestos primates descienden Aristóteles y Borges, Bach y Picasso, Galileo y Fellini y Shakespereare y Beethoven y Cantinflas y Van Gogh y Camus y Caruso y Brel y Madame Curie y Verdi y María Callas y Withman y Almafuerte y Cocteau y Andrés Segovia y Einstein y Cervantes y Charly Parker y García Márquez y Paco de Lucía y los hermanos Writte y Serrat y Chopin y Groucho Marx y Neruda y Victoria de los Ángeles y el Dante y todos los que creemos sin la menor de las dudas que vale la pena soñar y sentir y escuchar el canto de la vida, respetarla y cuidarla, jugarse por ella y no jugar con ella.
De esta línea de alzados simios y sin pretensiones comparativas, sospecho que descendemos Facundo Cabral y los que comparten con nosotros las más humilde de las intenciones, hacer lo que más amamos, cantar por la vida y la esperanza.
Esta complicidad es una complicidad basada en nuestras coincidencias éticas y estéticas. El amor por la palabra y su voz más alta, la poesía, por la música y la conjunción mágica de ambas cosas en el milagro de una canción, nuestro mutuo sentido del humor y la decisión irrenunciable de ganarnos la vida haciendo lo que más nos gusta.
¿Qué cómo nos conocimos?
Muy sencillo iba yo en un vuelo sideral por el Parnaso, cuando un ángel me subyugó con su canto. ¡Perdón! Pero debo preservar la salud del relato y para ello se hace necesario un aterrizaje, digamos, de urgencia reacondicionando el párrafo a la realidad.
Iba yo en un taxi por Mar del Plata cuando a través de la radio escuché que alguien cantaba melodiosamente acompañado por una guitarra: “Ella no dice nada, solo sonríe cuando en lugar de sopa, sirve jazmines”. El conductor no supo decirme de quién se trataba, pero afortunadamente al terminar la canción el locutor mencionó al interprete y al autor que eran la misma persona, es decir Facundo Cabral. Traté de comprar el disco, y me resultó imposible. Un buen amigo que lo tenía me hizo el favor de copiarlo en un cassette. No solo la canción aludida era una canción de bella factura si no también el resto de las obras que conformaban aquel acetato. Al escuchar la cinta quedé fascinado, especialmente con otro tema titulado “No soy de aquí”. De regreso a mi lugar de residencia habitual es decir España, propuse al productor Rafael Trabucchelli y al inolvidable Waldo de los Ríos incluir “No soy de aquí” en el que sería mi inminente nuevo disco.
A los pocos días de nuestra versión comenzó a sonar en todas las emisoras españolas y muy pronto se convirtió en una canción muy popular. Al año siguiente regresé a la Argentina y también a Mar de Plata. Allí conocí personalmente a Facundo. Desde el principio se estableció entre nosotros una corriente de simpatía, acrecentada por nuestras coincidencias en Borges y en Brel. Esa amistad ha permanecido viva y floreciendo en amor y respeto hasta ahora mismo cuando escribo estas cuartillas en la habitación 203 del hotel Imperial Reforma de la ciudad de México. Hay un amplió anecdotario entre nosotros, pero prefiero guardar celosamente ese material, con la íntima intención de incluirlo algún día en las que pudieran llegar a ser mis memorias. Ahora intentaré una pirueta, una especie de salto mortal en el tiempo, para tratar de narrar cómo se gestó la idea de:
En 1993, el empresario de Puerto Rico Tony Pérez, nos contrató a los dos por separado, para juntarnos en el escenario del Teatro de las Bellas Artes de San Juan. Hasta ese momento no habíamos coincidido nunca en espectáculo alguno. Durante el encuentro en Puerto Rico no hubo entre nosotros el más mínimo asomo de divismo, cada quién guardó su lugar y el respeto por el otro. Nos daba igual quién iba a abrir y quién iba a cerrar el recital. Esto suele ser motivo de desavenencias entre intérpretes más o menos famosos, cuando se trata de espectáculos multipersonales. En ese sentido creo que si existen dos anti-divos en el mundo esos somos Facundo y yo. El público de San Juan, nos regaló el privilegio del éxito, tanto en asistencia como en aplausos. Poco tiempo después repetimos la experiencia en el Lincoln Center de Nueva York, en Miami y en Washington con resultados similares. En alguna de estas tres ciudades de la Unión Americana, sin poder precisar en cuál de ellas, uno de los dos tiró la idea sobre la mesa del desayuno, del almuerzo o de la cena.
-¿Y si escribiéramos un guión conjunto para realizar una experiencia totalmente nueva para ambos?.
-Sería fenomenal para el año que viene, ¿no?
-Facundo, ¿por qué no te venís a pasar unos días en mi casa de Madrid y desarrollamos alguna idea?
-Acepto y así será.
Tanto a Emilio Valencia, agente de Facundo, como al mío, Omar Lauría, la idea les pareció brillante. Más tarde se reunieron con Mario Brambila, (además de agente artístico en México es un entrañable amigo) y entre los tres establecieron una especie de sociedad para llevar al escenario lo que se nos pudiera ocurrir a Facundo y a mí, por descabellado que fuera. Antes de terminar el 93, la "cosa" se puso en marcha y en enero del 94, Facundo me anunció su llegada y con ella empezó la fiesta. Nos pasamos todo el tiempo hablando, cantando, intercambiando puntos de vista, componiendo canciones, contándonos los últimos chistes y finalmente redactamos el proyecto. El espectáculo se llamaría: "Lo Cortez no quita lo Cabral", sugestivo título para algo también tan sugestivo como simple y diferente. Prescindiríamos de cualquier recurso de acompañamiento electrónico corriente en los espectáculos de hoy en día, por uno totalmente acústico, es decir, volveríamos al origen de un gran piano de cola en el escenario y por supuesto, a un pianista excepcional que lo toque. Ricardo Miralles era nuestro hombre. Hablamos con él y su entusiasmo coincidió con el nuestro.
Cuando Facundo tomó el avión de regreso a Buenos Aires tuvimos la sensación de que algo bueno iba a pasar de allí en delante. Yo me quedé con la tristeza de su partida y con mi pequeña bodega de vinos bastante mermada, pero feliz de haberla compartido con el amigo. Jorge Garrido, iluminador y Ángel Gómez, técnico de sonido, tuvieron la primera copia del guión en sus manos al día siguiente y comenzaron de inmediato a establecer necesidades, disponibilidades y por supuesto a diseñar el escenario y toda la parte técnica. Nos volvimos a juntar los tres, Miralles, Facundo y yo, esta vez en México a mediados de marzo, para informar de nuestros proyectos a los medios de comunicación, grabar algunos "spots" publicitarios de televisión y participar con Ricardo Rocha en sus dos programas. "En Vivo" y "Para gente grande". La estancia en la gran capital mexicana, nos sirvió además para ensayar diálogos y canciones. El debut, quedó establecido para el 5 de mayo siguiente en el Teatro de la Ciudad de México. A mí me quedaba todavía el compromiso de cantar una serie de conciertos firmados con anterioridad en Colombia, entre el 10 de abril y el 2 de mayo. El 3 llegamos a México y nos pusimos sin descanso a limar los últimos detalles hasta el mismo día del debut. El 5 de mayo a las 20,30 hrs., Javier Arévalo, nuestro regidor dio la orden de "Arriba el telón".
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