Vivir eternamente.
Hace muchos años en Madrid acudía al consultorio del doctor Marañón a la llegada de cada primavera, un viejecito de más de noventa años con el propósito de que le realizara un exhaustivo chequeo.
Pero la sentencia del galeno era siempre la misma. No tiene usted absolutamente nada: !Está perfectamente sano!
Y el constantemente regresaba. Hasta que, en otra visita, cuando al doctor le faltaba tiempo para atender a sus enfermos, algo ofuscado le dijo:
-!No vuelva usted más hasta que no se encuentre verdaderamente enfermo!. !Sus visitas no tienen razón de ser!.
Y el anciano con el optimismo propio de los hombres de su edad, con esa ilusión hermosa del que sueña vivir eternamente, contestó:
-Perdone, doctor Marañón: más es un capricho mio, no me lo niegue usted, mientras usted viva, volveré todos los años a su consulta.
El galeno sonrió comprensivo. Relajó su mente, recobró su humor que hace días había perdido y revisó cuidadosamente a su viejo paciente, el que se fue satisfecho al comprobar nuevamente que la salud y la vida aun le sonreían.
El viejo recolector de vivencias.
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