EL DÍA QUE YO ME VAYA. FACUNDO CABRAL.
(Transcripción Juana Macedo)
Cuando el universo me abandone y el viento desgaste mis manos y abrevie mis pasos. Cuando el sol esté ausente del cielo y no me alcance el día. Cuando el mundo no me proteja del vacío, cuando el todo se aleje y se confunda en la nada. Cuando en la noche se refleje mi antigua duda y ya no vea en ella mis ojos. Entonces cambiaré mi torpe cuerpo por las alas con las que entraré en la mañana del despertar eterno, más allá de los sucesos momentáneos. Extasiado por las sutiles y vagas nubes, donde se repetirá la tenue luz que es la vida. Aquí sabré de misterio entero, para poder escribir por fin el poema. Porque eso es la vida, un constante tejer y destejer de vagas sombras. Sin más sentir que la belleza.
La vieja luna de oriente y las campanas de Lorca. La llamarada de Whitman Y la belga de Mallorca. El sol, el amado sol que enciende toda la vida. Esa fiesta permanente por la que mi alma camina. El espíritu extasiado y la gloria de los días. La salud de Dinamarca y en encanto de Turquía. Una idea que armoniza con tantas otras ideas, dos hermanos en Tandil, un abuelo en Galilea. Una madre que me espera y un padre que no conozco. Nueva York cuando la nieve y Méjico cuando Orozco.
Una milonga sureña, un par de botas tejanas, una esperanza infinita y una flor en la ventana. Una canción inconclusa y un jorongo mejicano, amores en todo el mundo y nada preso en la mano. Un amigo en el desierto y un maestro en la montaña. La libertad más hermosa y la idea más extraña. Esas cosas dejaré el día que yo me vaya. Querida perdóname si a ti no te dejo nada.
Una cerveza en Holanda, un pintor en Salamanca. Una hoguera junto al Nilo, un poema en Casablanca. Una pregunta en el aire, y una respuesta en el alma. Las noches en el Mar Rojo y los veranos de España. La voluntad y el delirio, una vieja gorra griega. Un turbante del Neguev, dos máscaras, una quena. Esas cosas dejaré el día que yo me vaya. Querida perdóname si a ti no te dejo nada.
La lluvia sobre Marruecos, en el bolso pan y queso. Y la Biblia liberando a mis sueños y a mis huesos. La locura satisfecha y la conciencia tranquila. Los temores que perdí, en París o Alejandría. Amo y señor de mí mismo, sin bandera y sin espada. Al viento devolveré las maravillas prestadas. Las alegrías de ser y hacer lo que uno ama. Querida perdóname si a ti no te dejo nada.
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