miércoles, 20 de junio de 2018

LAS CONFESIONES DE SAN AGUSTÍN. LIBRO DÉCIMO. 27

27. Perdió la mujer la dracma y la buscó con la linterna; mas si no la hubiese
recordado, no la hallara tampoco; porque si no se acordara de ella, ¿cómo podría saber, al hallarla, que era la misma?
Yo recuerdo también haber buscado y hallado muchas cosas perdidas; y sé esto
porque cuando buscaba alguna de ellas y se me decía: «¿Es por fortuna esto?», «¿Es acaso aquello?», siempre decía que «no», hasta que se me ofrecía la que buscaba, de la cual, si yo no me acordara, fuese la que fuese, aunque se me ofreciera, no la hallara, porque no la
reconociera. Y siempre que perdemos y hallamos algo sucede lo mismo.
Sin embargo, si alguna cosa desaparece de la vista por casualidad—no de la
memoria—, como sucede con un cuerpo cualquiera visible, consérvase interiormente su imagen y se busca aquél hasta que es devuelto a la vista; el cual, al ser hallado, es reconocido por la imagen que llevamos dentro. Ni decimos haber. hallado lo que había perecido si no lo reconocemos, ni lo podemos reconocer si no lo recordamos; pero esto, aunque ciertamente había perecido para los ojos, mas era retenido en la memoria.

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