jueves, 13 de junio de 2024

LOS PAPELES DE FACUNDO CABRAL. 37. Transcripción de Juana Macedo. FACUNDO CABRAL.




El pato silvestre que guía a su cría, el ciervo salvaje del norte, la paloma al borde de la ventana, la vaca de la pradera, el cerdo que busca en la basura, la estrella lejana y la cercana flor; reconozco en ellos y en mí la misma ley.

La presión de mi pie sobre la hierba despierta mil afectos. Estoy enamorado de todo lo que crece al aire libre, de los que viven junto al ganado, de los que sienten el sabor del océano, de los que conocen el canto del bosque, de los que levantan bellas casas sobre este bello planeta. Amo lo positivo de la ciencia, sus precisiones y claridades. Estoy agradecido a los que piensan poemas en las ciudades y a los que construyen aviones precisos que me acercan el mundo y sus camellos, el mundo y sus mares, los mares que cruzan los barcos que construyen los hermanos para los que ahora canto mi canción.

En mi departamento del Barrio Norte algunos libros buscan, envano, la vana multiplicación de un espejo, como el de la abuela, el que se llenaba de uvas blancas y sombreros negros, el que mezclaba, o mejor dicho complicaba, sin miedo los anchos bigotes de mi abuelo el coronel con los incipientes senos de mi prima Paula, que antes amé en secreto y ahora en silencio (ahora sé que, por lo menos durante el coito, amé a todas las mujeres, entonces es absurdo, e injusto, extrañar solo a una).

Ese primer espejo me enseño a fabular, a inventar o esconder alguna minucia para excitar a los inteligentes, o mostrar un todo que sería una sola cosa para unos pocos (el jardín de la abuela todavía se me cae encima por obra y gracia del espejo que tal vez duerma en un depósito de muebles cercano a este pequeño departamento del barrio norte, cuyo mayor orgullo es ser vecino de la plaza San Martín, donde escuché a Borges hablar de León Bloy y de Ernesto Sábato, con el que a veces camino).

Bioy Casares, mesurado recreador de lo fantástico, gustaba recordar que los heresiarcas de Uqbar creían que la cópula y los espejos eran abominables porque multiplicaban a los hombres.

Por el espejo de la abuela comencé a sospechar que el universo puede ser una gigantesca ilusión compartida (ese espejo me anticipó al Jerusalen que años después caminaría con emoción y el Amsterdam que gocé en plena paz, en la paz que propicia la inevitable libertad). Los ríos, los valles y las montañas eran nebulosos en ese espejo pero claras las manzanas y los vestidos que mi madre confeccionaba para cualquiera que no fuera ella. En ese espejo aparecían y desaparecían islas donde solo habitaban caballos blancos que excitaban a los viejos árabes que hicieron del comercio un arte (los espejos guardan mundos que podemos ver pero que nunca serán nuestros). La abuela tenía alas, por lo menos en el espejo que de vez en cuando insinuaba el perfil de mi padre, al que vi de frente cuarenta años después, al final de un concierto mio en el Teatro Astral de Mar de Plata, donde en este momento Sylvia se hace cargo de la locura de cualquiera. La poesía es la continuación del mundo fantástico de aquel espejo, una alternativa que me salva de elecciones, de efemérides, de parientes, de guerras, de compromisos, de medidas y de fronteras. La poesía imagina ciudades que después levantarán otros, revoluciones que se concretará cuando el poeta ya no trajine este planeta, que talvez es un poema de Dios que concretarán los hombres (solo un poeta puede comprender que yo haya perdido a mi mujer en mi pueblo que no existe para los mapas, los atlas y los hombres más viajados).

No hay comentarios.:

Publicar un comentario