miércoles, 19 de junio de 2024

LOS PAPELES DE FACUNDO CABRAL. 38. Transcripción de Juana Macedo. FACUNDO CABRAL.



Como mi abuela y su espejo, veo todo a la vez, lo que quiere decir que padezco de irrealidad o soy un esotérico, por eso soy más fantasma en la vida de lo que seré en la muerte, por eso puedo pasar las paredes o dormir en el cuarto de un pequeño hotel de Tres Arroyos estando en un departamento de Buenos Aires.

Recien ahora tengo las canas que antes me mostró el espejo, recien ahora sé que de vez en cuando vengo a visitar una plaza y una calle empedrada que me insinuó el espejo que convivía con mi abuela en una vieja casa de Berisso, el mismo espejo donde aprendí que lo mejor de la amistad es la distancia (el espejo no fue mi confidente por eso está intacta nuestra amistad, que ni siquiera necesita saber dónde anda cada niño).

En el espejo de mi memoria reaparece el doctor Ferrari, al que también excitaban los espejos, con el que nos cambiábamos libros, es decir felicidades, y suplementos literarios, por lo menos cuando eran espejos donde reaparecía Fioran o Macedonio Fernández. La salida de la vida es el espejo, solía decir el doctor Ferrari y tenía razón porque desapareció en uno de ellos, tan limpio como el sanatorio de Rosario que lo albergaba (dejó de lado mi nostalgia porque el tema de ésta página no soy yo sino el espejo porque siempre me repitieron lo mismo, o por lo menos yo estuve en el centro de lo que repetían).

Cada vez que recuerdo a mi abuela y a su espejo el agua es más clara, el cielo más azul y cercana la salvación. La sola memoria de las tarde de la abuela dentro y fuera del espejo prodigioso a casa con las divisiones de mi mente, entonces recibo la grandiosa frescura de la totalidad, que me enriquece con mundos extraordinarios que tal vez solo sospecharon los magos de la antigüedad, que me dejan gozar sus altas palabras, sus arquitecturas, sus mitologías, sus barajas, sus dioses, sus miedos, el rumor de sus minerales y el silencio de sus mares, sus aves y sus hogueras, los fervores de sus guerras y la paz de sus acuerdos.

He confundido a las bibliotecas del mundo buscando lo que me mostraron los espejos, he desordenado, en vano, los papeles de los obispos, de los astrónomos, de los egiptólogos, de los oceanógrafos, de los poetas, de los filósofos, de los ecologistas y de los biólogos, de los pintores y de los moralistas. Nadie tiene noticias de los fantásticos mundos que me confiaron y me confían los espejos de los hoteles, de los aeropuertos, de los teatros, de los restaurantes, de las boutiques, de las agencias de automóviles, de las embajadas, de las universidades y de las casas de mis amigos.

No hay caos en los grandiosos mundos de los espejos, misteriosas leyes los rígen, se apoyan en un orden íntimos o secreto, hay algo indiscutible en sus montañas de sangre, en sus ríos de huesos trasparentes, en sus árboles alados y en sus pájaros de hierba. Estos maravillosos mundos no admiten discusión, no te dan tiempo porque de una vez te rodean sus riquezas y te enamoran sus esplendores, su danza religiosa que siempre es un poema. Millones de independencias conforman una sinfonía, es un estar permanente en un espacio que gira (cualquier cosa es una luna y la razón le lava los pies a la magia).

Las cosas del mundo se duplican dentro y fuera de los espejos de la misma manera que se borran cuando no las vivo y cuando las olvido, por eso no recuerdo a las manos de mi madre, por eso desaparecen los bancos de las plazas que ya no frecuento y enmudecen los discos de Edith Piaf que ya no escucho (esa vieja iglesia no ha desaparecido por la presencia de estas palomas).

A veces me sucede la verdad pero siempre el asombro porque el mundo es más fantástico que real, y eso lo aprendí de los espejos donde se superponen todos los mundos posibles. Yo encontré una mujer pero hay muchas más, existe más de lo que encuentro, como lo que perdí será hallado por otro (serán uno solo los distintos dolores de los hombres?) Esta música, este anaranjado sobre el celeste del cielo, este calor y esa copa de vino son una sola realidad, como todos los coitos son el mismo hombre y todos los hombres son el mismo coito, como todos los hombres somos Jesús cuando lo repetimos. Si todo lo que es igual es uno, hay un solo mormón y solo soldado, un solo alemán y una sola camarera, talvez un solo hombre repetido en el planeta y una sola mujer con millones de caras, entonces todos los libros son obra de un solo autor y todo es de todos y de nadie.

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