"Qué rico hueles, mi vida!".
"Qué perfumada, mi amor!".
Éramos recién casados.
Fueron frases de rigor.
Después del baño él olía a Yardley o qué sé yo,
mientras yo me perfumaba
con perfumes de Christian Dior.
Pero hoy... Qué diferencia!
Él huele a ungüentos, y yo
a la Pomada del Tigre
que me pongo al por mayor.
¡Cómo han cambiado los tiempos
de cuando él me conoció!
Antiguamente lucían
encima del gavetero
una rosa, su retrato,
un perfume y un reloj.
Ahora? Un frasco de aspirinas;
el ungüento de rigor;
unas vendas; mis anteojos;
las píldoras de alcanfor;
la jeringa, la ampolleta,
el algodón y el alcohol.
Y en el suyo, amontonados,
para que quepan mejor,
un vaso para sus "dientes";
el frasco de la fricción;
un libro abierto; sus lentes;
jarabe para la tos;
y agua y la aspirina
por si nos viene un dolor...
Sin embargo: no añoramos
"Lo que el viento se llevó".
Recordamos lo que fuimos,
y vivimos nuestro hoy.
En las mañanas, sin prisas,
siempre la misma canción:
"Cómo dormiste, mi cielo?".
"Un dolor me despertó"...
"Cómo te sientes, mi vida?".
"Hoy tengo fuerte el dolor".
Y por las noches, acaso
recordando algo mejor,
oliendo a salicilato,
a pomadas y a inyección,
repetimos lo de siempre,
lo mismo de ayer y hoy:
"Que duermas muy bien, mi vida".
"Que duermas muy bien, mi amor"...
Rezamos un Padre Nuestro, y damos gracias a Dios.
Créditos al autor.
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