EL DOLOR SILENCIOSO DE UNA MADRE DE HIJOS ADULTOS
Hay un dolor que no se ve.
No grita. No hace escándalo. No busca atención.
Es el dolor silencioso de una madre cuyos hijos ya crecieron.
Es ese suspiro profundo mientras revuelve el café.
Ese pensamiento que se le escapa mirando por la ventana.
Ese nudo en la garganta cuando recuerda que ya no la necesitan como antes.
Una madre de hijos adultos llora bajito.
Llora en sus oraciones.
Llora en el corazón cuando nadie la ve.
Y no porque no esté orgullosa… sino porque extraña.
Extraña los días en que podía proteger, corregir, abrazar sin pedir permiso.
Hoy, ve desde lejos.
Mira cómo toman decisiones, algunas buenas… otras que duelen.
Mira cómo caen… y no siempre puede correr a levantarlos.
Porque ahora son adultos.
Y le toca lo más difícil: hacerse a un lado.
Quisiera gritarles:
”¡Yo ya pasé por ahí, no lo hagas!”
”¡Cuidado, eso duele!”
Pero no puede.
Ahora solo puede estar.
Ser un refugio, no una imposición.
Ser compañía, no dirección.
Y así, calladamente,
ama más que nunca.
Con un amor paciente.
Con un amor que espera.
Con un amor que no empuja, pero nunca abandona.
Ese es el amor de una madre cuando los hijos crecen:
callado, fuerte, incondicional…
y lleno de oraciones que suben al cielo cada noche.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario