martes, 8 de julio de 2025

UN DIARIO

—¿¡Un diario!? —dijo molesta—. ¿¡Esto es lo que me vas a regalar!? ¡Todas mis amigas tendrán un coche nuevo y yo tengo esto!

No esperó respuesta. Gritó. Lloró. La llamó tacaña. Y salió dando un portazo, dejando a su madre con las palabras atoradas en el pecho.

Todo había ocurrido el día de su graduación.

Durante meses, le había pedido a su mamá un auto nuevo. Sabía que tenía el dinero y estaba segura de que ese sería su gran regalo. Pero esa mañana, su madre simplemente le pidió que la acompañara a su oficina porque tenía “algo especial” para ella.

Y sí, le dio un regalo. Un diario de piel, con su nombre grabado.

Ese fue el último día que la vio.

Pasaron los años. La joven construyó una vida exitosa, abrió su propio negocio, formó una familia. Pero cada vez que alguien mencionaba a su madre, su expresión cambiaba. El orgullo y el resentimiento pesaban más que cualquier recuerdo bonito.

Hasta que un día… le avisaron que su madre había fallecido.

Le tocaba presentarse en la oficina para recibir la herencia.

Cuando entró, todo le pareció igual: el mismo escritorio, la misma silla. Y ahí estaba… el diario. Intacto.

Sintió algo en el pecho. Lo tomó, lo abrió casi por costumbre… y entonces, de entre las páginas, cayeron unas llaves. Junto a ellas, una nota escrita a mano:

“Querida hija, sé cuánto querías este auto.
Lo mandé hacer en el color azul celeste que tanto mencionabas de niña. Por eso tardó un día más en llegar.
Está completamente pagado.
Quiero que seas feliz con él y que en este diario escribas todos los lugares hermosos a los que te lleve.
Me haría feliz saberlo, aunque sea a través de tus palabras.
Con amor eterno: Mamá.”

Y entonces, se le vino todo abajo.

Había juzgado. Había gritado. Había dejado de hablarle.
Y lo peor… había perdido la oportunidad de agradecerle.

Moraleja:
A veces creemos que nuestros padres nos fallan, cuando en realidad nos aman más de lo que entendemos. Solo que no lo demuestran como esperábamos.

No esperes a que ya no estén para darte cuenta de lo que valían.

Valora su forma de amar. Su presencia. Sus gestos silenciosos.

Porque cuando se van… no hay regalo que pueda reemplazar lo que más duele: no haberlos escuchado.

— Susana Rangel

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