domingo, 28 de septiembre de 2025

El pájaro enjaulado...

Había una vez un mercader que tenía enjaulado un pájaro originario de la India.
   Como a pesar de tenerlo cautivo, sentía aprecio por él, le dijo:
   Partiré de viaje a tu tierra natal, ¿Quieres que te traiga algo de allá?
   
-Ya que no estás dispuesto a darme la libertad, visita la jungla en que nací y anuncia a mis hermanos que me tienes cautivo.
-respondió el pájaro.

   El mercader así lo hizo y apenas les hubo dado la noticia, un pájaro silvestre semejante al que tenía en la jaula cayó al suelo y quedó inmóvil.

   El comerciante pensó que debía ser un pariente de su ave y se sintió triste por haber sido la causa de su muerte.
   De regreso al hogar, el pájaro le preguntó si traía buenas nuevas de la India.

   Me temo que no, respondió el mercader, uno de tus parientes sufrió un colapso y cayó a mis pies cuando mencioné tu cautiverio.

   Apenas hubo dicho éstas palabras, el ave también se desplomó en el fondo de la jaula. 
La noticia de la muerte de su pariente también lo ha afectado, pensó el mercader.

   Y entristecido, recogió al pájaro y lo depositó con cuidado en el alféizar de la ventana.

   De inmediato,  el ave revivió y voló al árbol más cercano.
   -Lo que creías una tragedia, era un mensaje que me enviaba mi hermano, dijo el pájaro.
  - El me indicó la manera de escapar de ti.

   Y se alejó volando, libre al fin.

Fomentando el amor al prójimo y la lectura...

sábado, 27 de septiembre de 2025

El funeral de mi esposo...

Después del funeral de mi esposo, mi hijo me llevó al borde de la ciudad y me dijo, “Aquí es donde te bajas”… Pero él no sabía el secreto que ya llevaba dentro... 

El camino estaba tan tranquilo que se sentía sagrado. No pacífico. Sagrado. El tipo de silencio que llega después de que suena la última campanada, no porque el mundo esté descansando, sino porque está conteniendo la respiración.

Me senté en el asiento del pasajero, las manos juntas como si me ofrecieran la comunión, excepto que lo único que venía era el exilio. Él no giró la cabeza. Ni una sola vez.

La niebla se había asentado gruesa esa noche, tan densa que borraba los árboles en sombras pálidas y se deslizaba bajo los neumáticos como si no quisiera que nos fuéramos. El motor ronroneaba, un sonido demasiado constante, demasiado educado, demasiado definitivo. En algún lugar a lo lejos, el océano susurraba su lento y antiguo ritmo, como si también él estuviera esperando un veredicto.

Los nudillos de mi hijo golpearon una vez el volante. Solo una vez. Su anillo de bodas hizo un sonido hueco contra el cuero. Eso fue todo. Sin despedida. Sin discurso.

— Aquí es donde te bajas, — dijo.

No fue una pregunta.
No fue una súplica.
Solo el tipo de declaración que hace un hombre cuando piensa que el mundo ahora le pertenece.

No pregunté por qué. No grité. No le supliqué a alguien que ya había olvidado cómo mirarme como si fuera humana. Y además... una parte de mí ya se había ido.

Él pensó que me sorprendería. Pensó que tropezaría con las piedras, lo buscaría, exigiría respuestas, exigiría amabilidad. Pensó que el dolor me haría débil. Que estaría demasiado vacía para moverme.

Pero él no sabía todo.
Nadie ve el momento en que se corta un hilo. Ni siquiera quien sostiene las tijeras.

Mi respiración dejó una mancha pálida en la ventana. En ella, pude ver el reflejo más tenue de mí misma — ojos cansados, labios apretados en una línea, cabello que había estado rizado esa mañana y ahora colgaba como papel mojado. Pero debajo... algo más. Algo duro. Algo preparado.

Él se estiró sobre mí, abrió la puerta y me entregó mi bolso como si fuera una entrega. Mis pies tocaban el suelo. Frío. Conchas trituradas en la tierra. No miré atrás.

El coche se alejó con el mismo zumbido tranquilo de una canción de cuna, excepto que nadie estaba durmiendo. Ya no.

Lo que él no se dio cuenta es que los funerales no son el final para todos. A veces son el comienzo de algo más. Algo enterrado más profundo que el amor. Más agudo que el dolor. Más antiguo que las mentiras que nos contamos sobre la familia.

Hay cosas que no he dicho en voz alta en años.
Cosas que he escondido bajo las tablas del suelo, entre cazuelas y sonrisas educadas.

Pero ahora?
Ahora no me queda nada que perder — y eso me hace peligrosa.

FERROCABRAL. FACUNDO CABRAL. Transcripción Juana Macedo. 15

 

Entramos en la última etapa del viaje y sería bueno hacer un balance del presente, a saber.

El general Becerra quiere hacer algo por la patria y no encuentra mejor cosa que abandonar el país.

El comisario Ortiz que odia a la juventud se enamora de una rubia menor de edad. El comisario que sabe de gente perdida, se pierde por esa rubia campeona del rock and roll.

¡Ahí va la mujer que me gusta, con el hombre que le gusta!

Lo que no consiguieron los antiguos griegos, ni el mismísimo Whitman lo consigue Alfonsín con tan solo un café y el encanto del poder, convencer a Borges que la democracia valía la pena.

Celeste Carvallo no deja de gritar y tiene razón. Baglieto sigue llorando porque le da resultado como a Migret. Charly García se aplaude frente al espejo. Sandra se desangra, Espineta no se entiende. Piero manso y tranquilo y yo súper podrido.

En realidad no estoy súper podrido pero era lo único que me rimaba con Piero, manso y tranquilo (risas).

Llegamos al cementerio de la Recoleta, aquí termina el viaje de los ricos, si es que quedan. Aquí nos damos cuenta que no valía la pena, haberse complicado tanto. Si solo estábamos de paso.

Era tan simple mi Señor, solo se trataba de vivir, así de fácil, es decir, que fuera de esto lo demás eran pretextos, esfuerzos inútiles como la Alianza Federal.


ESTACIÓN DE CHACARITA.

Llegamos a la Chacarita, aquí termina el viaje de los pobres si es que siguen vivos. A descansar, a devolver la nariz, la canción, las manos al Señor que me prestó la vida, dile que nunca entendí pero que de cualquier manera, valió la pena.



Valía la pena, haber sido un hombre para que ella fuese una mujer, de todas maneras valía la pena.

Valía la pena escapar del pueblo, perderme en el mundo, reencontrarme y volverme a perder, de todas maneras valía la pena.

Valía la pena comprobar que los problemas no son necesarios, que se puede vivir sin ellos, de todas maneras valía la pena.

De todas maneras valía la pena, valía la pena de todas maneras.

Valía la pena escapar del pueblo. Perderme en el mundo, reencontrarme, volver y volverme a perder.

De todas maneras valía la pena, valía la pena de todas maneras.

Valía la pena comprobar que los problemas no eran necesarios, que se puede vivir sin ellos.

De todas maneras valía la pena, valía la pena de todas maneras. La Vida es hermosa, pese a tanta guerra, la Vida es hermosa, si podés no te la pierdas, si podés no te la pierdas.

Y el Señor dijo a Abraham: "abandona tu tierra natal y la casa de tu padre y ve al país que yo te indicaré. Haré de ti una gran nación, te bendeciré y por ti se bendecirán todos los pueblos de la Tierra", El Señor dijo a Abraham.

[Canto]

No soy de aquí, ni soy de allá, no tengo edad ni porvenir (Coro) y ser feliz es mi color de identidad.

Me gusta es sol, Alicia y las palomas, el buen cigarro y la guitarra española. Saltar paredes y abrir las ventanas y cuando llora una mujer. Me gusta el vino tanto como las flores y los conejos y los viejos pastores. El pan casero y la voz de Dolores y el mar mojándome los pies.

¡La vida es hermosa, pese a tanta guerra, si podes no te la pierdas! (aplausos).


viernes, 26 de septiembre de 2025

FERROCABRAL. FACUNDO CABRAL. Transcripción Juana Macedo. 14

 
Al fin y al cabo todos ejercemos la mendicidad de alguna manera, salvo los hombres como Pedro Mendizábal que al igual que la madre Teresa tienen la libertad que solo nos puede dar la pobreza. La pobreza que uno elige por supuesto, no la que decide Martínez de Hoz.

“Yo soy Pedro Mendizábal pa lo que guste mandar, de lo que ve por acá casi todo lo hice yo, desde la mesa del peón, al techo del capataz.

Hice el cajón de mi padre y la cuna de mi hijo, alambre el campo de risas, pinté la casa de Elena y ayudo a pintar la escuela desde el año 35, aprendí lo suficiente pa’ tener lo necesario: el pan, el vino, el amor y la milonga que canto.

Hice el rancho donde siempre faltaba algo o alguien, la cama donde mi madre se murió sin una queja, a pesar de la pobreza que ya traía en la sangre, aunque siempre he dudado del cura y sus promesas. Le hice nueva la iglesia donde el pobre sueña el cielo para que el estanciero pueda señorear sobre la tierra. Hasta organicé la huelga que no trajo solución, que me dejó en prisión un tiempo bastante largo, pero de ese trago amargo no bebo. No Señor.

Hice el muro de cemento que paró a la inundación y el banco de la estación donde mi mujer se sienta a esperar todas las siestas…

En el final de mi vida, tengo la cuenta muy clara, pa’ los otros hice todo, pero para mí no hice nada. (aplausos)...

La esposa abrió tranquila la puerta..

La esposa abrió, tranquila, sin sospechar lo que estaba por venir.Y ahí estaba: una mujer, altiva, desafiante, con ese aire de “tengo algo importante que decir”.

—Hola, —dijo la visitante con voz segura— soy la amante de tu esposo.

La esposa la miró de arriba abajo.Respiró hondo, sonrió con calma… y respondió:
—Hola, mucho gusto. Yo soy la esposa. Pasa.

La amante parpadeó, desconcertada.
—¿Perdón? ¿No escuchaste lo que dije?
—Sí, escuché perfectamente, —respondió ella— dijiste que eres la amante. Y yo soy la esposa.
 ¿Entramos?

Ya en la sala, la esposa se sentó, la miró con una serenidad que descolocaba y le dijo:
—Bueno… ya que estás aquí, te muestro tu nueva realidad.

Se levantó con decisión, abrió el clóset y empezó a hablar mientras sacaba cosas:

—Esta es su ropa. Hay que lavársela a mano, porque no le gusta que se le arruine en la lavadora.
—Le encanta que le planchen las camisas con almidón y que todo esté doblado por colores, según su humor.
—Las comidas, bien puntuales, y tibias. No calientes, no frías. T-i-b-i-a-s.
—Aquí están sus zapatos. Le gusta que se los laven con cepillo de cerdas suaves. Uno por uno. 
Nada de lavadora, eh.
—Ah, y odia la casa desordenada. Lo quiere todo limpio pero no ayuda en nada. Tú sabes, 
hombre tradicional.

La amante seguía muda.
La esposa, implacable, le puso un mandil, una escoba y un recogedor en las manos. 
—Bueno, eso es todo lo que tienes que hacer. Te deseo suerte. Yo me retiro.

La amante no sabía si estaba en una telenovela o en una trampa mortal.
Pero lo mejor aún estaba por llegar.

La esposa subió las escaleras, empacó la ropa de su esposo en silencio, maleta por maleta, sin una sola lágrima.
Esta mujer no se quebró. Evolucionó.

Minutos después, bajó con las maletas.
Se retocó el labial frente al espejo, se soltó el cabello y se preparó para la escena final.

Y justo entonces… entró el esposo.

Las vio a las dos.
La amante parada con cara de “¿qué hago aquí?”.
La esposa, radiante, con una sonrisa de quien ya tomó una gran decisión.

—Hola, esposín… o mejor dicho, ex esposín, —dijo ella con tono irónico—
—Mira, te presento formalmente a tu amante. Ya se está instalando.

El hombre, con risa nerviosa, trató de improvisar:
—Mi amor, yo… yo te lo puedo explicar.

—No, —respondió ella, firme— no tienes que explicarme nada. Todo está más claro que el agua.
—Mira tus maletas… ya están listas. Y no te preocupes, no es que yo me voy de la casa.

Lo miró a los ojos y remató:

—El que se va eres tú.
—¿O ya se te olvidó que firmamos bienes separados? Esta casa es mía. Y tú aquí, no vuelves a entrar nunca más.
—Llévate tu nuevo proyecto de vida, tu nuevo amor, tu ropa, tus zapatos… y también tus excusas. Porque aquí, se acabó.

Y con una carcajada elegante y liberadora, se giró y se fue.

Atrás quedaron dos rostros pálidos, una puerta cerrándose, y una mujer que entendió que la dignidad no se negocia, el amor propio no se traiciona, y que cuando una mujer decide soltarte, no hay vuelta atrás.🤍

jueves, 25 de septiembre de 2025

El EL ÚLTIMO VIAJE EN MOTO...


EL ÚLTIMO VIAJE EN MOTO

Rosa Ortega, 76 años, siempre había tenido un anhelo guardado como un secreto: recorrer la carretera en moto, el viento en la cara y la sensación de libertad. Pero su vida había transcurrido entre hijos, trabajo y cuidados, y nunca hubo espacio para esa locura juvenil que veía en las películas.

Una tarde, en la cafetería del centro de jubilados, se lo confesó a Manuel Requena, 79 años, viudo desde hacía una década y apasionado de las motocicletas.
—Siempre soñé con sentir lo que es ir detrás de alguien en una Harley, como en esas películas americanas. Pero a mi edad ya es una tontería.
Manuel levantó las cejas, dejando escapar una sonrisa que le iluminó las arrugas.
—¿Una tontería? Rosa, a nuestra edad lo único tonto es no hacer lo que uno desea.

Esa misma semana, Manuel apareció frente a la casa de Rosa con una Harley Davidson azul, brillante bajo el sol.
—Sube —dijo, con un casco extra en la mano—. Hoy cumplimos tu sueño.
Rosa rió nerviosa, temblando un poco.
—¿Y si me caigo?
—Te agarras fuerte a mí y no habrá caída que temer.

Ella se colocó el casco, se abrazó a su cintura y, cuando el motor rugió, el corazón le latió como si tuviera 20 años. La moto salió por las calles del barrio, cruzó semáforos y pronto estaba devorando kilómetros de carretera.

El viento le despeinaba el cabello blanco que escapaba del casco. Rosa gritó entre carcajadas:
—¡Dios mío, esto es increíble!
—Te lo dije —respondió Manuel, mirando al frente—. No estamos viejos, estamos de estreno.

Rodaron por la costa mediterránea, el mar brillando al lado y el olor a salitre entrando en los pulmones. Pararon en un mirador para contemplar el atardecer. Rosa bajó de la moto con las piernas temblorosas.
—¿Sabes? Hace años que no me sentía así… libre, viva, como si pudiera volver a empezar.
Manuel se quitó el casco y la miró con ternura.
—Ese es el secreto, Rosa. La juventud no está en la piel, está en las ganas de hacer locuras.

Se sentaron sobre una roca, viendo cómo el sol caía lentamente en el horizonte. Rosa, con los ojos brillantes, susurró:
—Gracias por darme este regalo.
—El regalo me lo das tú —contestó Manuel—. No sabes lo que significa para mí compartir carretera, risas y miedo contigo.

Ella sonrió, y después de un silencio largo, apoyó su cabeza en el hombro de él.
—¿Y si hacemos más viajes? ¿Una ruta por toda España, como esos moteros jóvenes?
Manuel soltó una carcajada profunda.
—Tendremos que llevar pastillas para la tensión en la mochila, pero ¿por qué no?

El regreso fue más lento, como si ambos quisieran prolongar ese instante. Cuando Rosa bajó de la moto frente a su casa, se quedó quieta, mirándola como quien mira un sueño cumplido.
—¿Sabes lo que pienso? —dijo ella—. Que no importa cuánto nos quede de vida. Lo importante es que cada kilómetro lo recorramos con valentía y amor.
Manuel tomó su mano arrugada y respondió:
—Y mientras tú quieras subir a mi moto, siempre habrá una carretera esperando.

Esa noche, Rosa escribió en su diario algo que jamás olvidaría:
“Hoy volé sin alas. Hoy descubrí que la edad no impide que el corazón tenga sed de aventuras. Y en la carretera, abrazada a Manuel, entendí que la vida aún puede sorprenderme.”

Créditos al autor .

Un profesor ingresó al aula...

🤣🤣🤣
Un profesor ingresó al aula y se encontró con la sorpresa de que su silla  se encontraba suspendida del techo.

Ante tal broma al  ver a sus alumnos, esbozó una sonrisa y sin pronunciar palabra, se acercó a la pizarra y anotó:

"Examen - 15 minutos que tendrá un puntaje total de 30 puntos".

1. Determina la altura de la silla desde el Su suelo en centímetros (1 punto).

2. Calcula el ángulo de la silla con respecto al techo  (1 punto)

3. Indica el nombre del estudiante que colgó la silla y los compañeros que lo asistieron. (28 puntos).

"El profesor logró atrapar al alumno que hizo la travesura".

FERROCABRAL. FACUNDO CABRAL. Transcripción Juana Macedo. 13

ESTACIÓN DE LA VERDAD.

Llegamos a la verdad; donde nos detendremos el menor tiempo posible para que no haya un suicidio en masa.

En esta estación debo reconocer que estoy cansado de ser este que soy, un eterno rebelde que para confirmar su desubicación social, debutó cantando canciones de protesta con Nacha Guevara en Punta del Este, para evitar intermediarios (risas).

Ahora volvió Nacha estuvo en el teatro el otro día me dice: ¿Cómo te va? Y le digo: más o menos, yo nunca coincido con la historia. Fíjate ahora que había llenado un montón de rabia y con eso había escrito unas canciones de protesta fantásticas, llegó la democracia y me arruinó.

Nacha me dice: Espera hay que darles tiempo alguna macana van a hacer y si no seremos cantores de protesta desocupados, o estaremos políticamente desaparecidos. Ahora les tocará a nuestros padres ir a la Plaza de Mayo a preguntar por nosotros. Como si yo supiera quién es mi padre.

Le pregunté a mi madre y me dice: Y qué se yo loco, había tanta gente. (risas) ¡Thank you!

De todas maneras dice mi madre, tu padre hizo lo único que podía hacer por nosotros, irse; aunque no, no era tan inteligente como para irse, para mí que se perdió.

En realidad si el final es la muerte la única ciencia es sobrevivir. Maradona con los pies, Moria con las tetas, Borges con la cabeza y Rockefeller con el sudor de la gente. (risas, aplausos)...

martes, 23 de septiembre de 2025

FERROCABRAL. FACUNDO CABRAL. Transcripción Juana Macedo .12



No sé por qué le llaman cura si es la misma enfermedad.

Cada monja con su asilo general, cada asilo con su amargado, cada amargado con su tango, cada tango con su soldán, cada soldán con su Larrea, cada Larrea con su familia, cada familia con sus principios, cada principio con su final, cada final con su recomenzar, cada recomenzar con su sueño y cada sueño con su libertad.

La libertad es una vieja que conocí en la bohemia, al lado de mucha gente y sin que nadie la viera.


Me dijo: Tengo tres hijos, uno está crucificado, el otro se ha vuelto loco y el tercero no ha llegado...

lunes, 22 de septiembre de 2025

El vuelo...

Imagina subir a un vuelo y sentarte en el lugar que elegiste con anticipación y por el que pagaste un poco más, solo para disfrutar la vista desde la ventana. Minutos después, una madre con su hijo llorando se acerca y te pide cambiarle tu asiento al niño. Te lo piensa pedir con tono de súplica, como si ceder fuera tu obligación.

Estás a punto de levantarte, porque fuiste criado para ser amable. Pero entonces recuerdas: llevas varios minutos soportando el llanto constante del niño. Te detienes y piensas:
“¿Por qué alguien más tiene que adaptarse a los berrinches de un niño que apenas me conoce? ¿Por qué ceder lo que pagué con esfuerzo solo porque sí?”
Así que respondes con calma:
"Lo siento, prefiero no cambiarme."

Eso hizo Jennifer, una pasajera de un vuelo en Brasil. Se negó a ceder su asiento y fue grabada sin su consentimiento por la madre del niño, quien la acusó de no tener empatía:

“Estoy grabando tu cara porque es repugnante que en pleno siglo XXI no tengas empatía con un niño”.

Jennifer no insultó. No reaccionó con rabia. Pero la exposición mediática le costó caro: se volvió viral, fue señalada públicamente, y todo por haber dicho “no” a algo que no era su responsabilidad.

Hoy, meses después, Jennifer ha decidido actuar. Ha demandado a la madre por difamación y daño moral, y también a la aerolínea, por no haberla defendido ante el acoso ni intervenir como debía. Incluso las azafatas, según afirma, le pidieron que cediera ante el berrinche del menor, lo que considera inapropiado y poco profesional.

Jennifer no busca venganza. Busca respeto. Busca poner límites. Porque decir que no también es un derecho.
Y esta vez, podría ganarle al sistema que la dejó sola.

¿Tú qué piensas? ¿Se defendió con justicia? ¿O crees que exageró?

Tomado de la red

sábado, 20 de septiembre de 2025

Hola papi ya aprendí la lección

Una familia se había comprado un auto nuevo, 0 km, hermoso, por donde se mire: el tapizado, el color...todo. 
El padre amaba ese auto, su esfuerzo estaba ahí. 

Un día salieron a pasear el Sr., la Sra. 
y su pequeño hijo de tan sólo 3 años. 
Pasaron por una gasolinera, bajaron los señores 
y el niño se quedó en el auto. 

El pequeño encontró un marcador 
y como es de suponer empezó a rallar todo el asiento. 

Él estaba feliz haciendo dibujitos en la tapicería del carro. 
Con un gran entusiasmo y amor, 
ya que los niños hacen sus cosas en esta condición. 
Él seguía pintando y pintando. 

 Al subirse los padres al carro 
y ver la atrocidad que había hecho su hijo, 
le empezaron a pegar en sus manitas hasta que se cansaron. 

El papá le dijo: 
Ya sabes que los marcadores son únicamente 
para dibujar en papeles que nosotros te prestemos. 

¡A ver si aprendes la lección!
Pegándole otra vez y sacando su furia, 
lo golpeaba con el llavero y las llaves del carro. 

Al llegar a su casa vieron que el niño estaba en mal estado 
y decidieron llevarlo al hospital. 

Después de varias horas, sale el médico y les dice 
Las cosas se complicaron y tenemos que amputar las manitas... 
Si no lo hacemos ahorita 
corremos el riesgo de una gangrena en los brazos. 

 

No podían creer lo que estaban oyendo. 
Era imposible que creer lo que el médico les había anunciado... 

Cuando el niño salió de cuidados intensivos los médicos 
dijeron a sus papás que ya podían entrar a verlo. 

Entrando el padre a la habitación envuelto en lágrimas... 
el niño le dice: 

¡Hola papi... ya aprendí la lección... 
no lo voy a hacer más papi... Pero por favor, devuélveme mis manitas! 

El padre salió de aquella habitación y se suicidó... 

¿Por qué le damos tanta importancia 
a las cosas materiales al grado de lastimar 
a nuestros seres queridos? 

Los niños son difíciles de tratar. 
El gran problema es de nosotros los padres 
por nuestra gran torpeza e impaciencia. 

Recuerda tú y yo alguna vez fuimos niños, 
también hicimos travesuras en alguna ocasión. 
Yo no sé tú, pero yo no quisiera este tipo de vida para mis hijos. 
Muestrales tu cariño, que se sientan importantes 
y recuerda que los niños sólo dan lo que reciben.

viernes, 19 de septiembre de 2025

Otra vez arroz con huevo...

— ¿Otra vez arroz con huevo, mamá? ¡No aguanto más esta miseria! — gritó con rabia.

La madre se sobresaltó con el grito. La cuchara se le cayó de las manos temblorosas, bajó la cabeza, intentando esconder la vergüenza.

— Es lo único que tenemos, hijo… — susurró casi sin voz.

El muchacho lanzó el plato con fuerza sobre la mesa. El arroz se esparció por el suelo.
Algunos granos se pegaron al rostro de la madre.

— ¡Pues cómetelo tú sola, esta porquería! — gritó él, dándole la espalda.

Ella no dijo nada. Solo se agachó, temblorosa, y comenzó a recoger los granos del suelo con los dedos. Como quien intenta salvar lo poco que queda… de comida y de dignidad.

Luego fue a su habitación.
Se arrodilló, como hacía todas las noches, al lado de la cama.
Y oró. Por él.

Pero el hijo ya no sentía amor. Ya no veía valor en ella.

Días después, se levantó y anunció:

— Me voy. Estoy harto de esta vida miserable. Me voy a la gran ciudad. Quiero algo mejor.

Ella no le suplicó que se quedara. No lloró.
Pero, con el corazón roto, le tomó la mano con fuerza y dijo:

— Prométeme que contestarás mis llamadas. Por favor, hijo... por favor.

Ella suplicaba.

Él puso los ojos en blanco.

Entonces ella añadió, con voz débil:

— Ya estoy cansada… siento que mi tiempo se acaba. El día que deje de llamarte… es porque ya me fui.

Él soltó su mano y se fue.
Ni siquiera se despidió bien.

La gran ciudad no era como él imaginaba.
Trabajó donde pudo: cargando cajas, vigilando una discoteca, mezclando cemento en obras.
La comida era escasa. El dinero, aún menos. Pero todos los días, el celular sonaba.

Era su madre.

— Hola, hijo… ¿Estás bien?

— Estoy ocupado, mamá. Chao.

Y colgaba, molesto, con prisa.

Hasta que un día, el teléfono no sonó.

Y el silencio... gritó.

Miró el aparato todo el día.
Llegó la noche. Y pensó para sí:

"Se murió."

No lloró.
No intentó devolver la llamada.
Ni siquiera hizo el esfuerzo de ir al entierro. Ni dinero tenía. Y aunque lo tuviera… no habría ido.

Pasaron los días. Y él lo sabía: su madre ya no estaba viva.

Meses después, agotado de tanta miseria, aceptó una propuesta:

— Es dinero fácil. Solo tienes que manejar — dijo un conocido.

Era un coche lleno de droga. Lo sabía.
Pero aceptó. Quería subir en la vida… rápido.

Aquella noche, se subió al coche, acomodó el asiento, puso las manos en el volante…

Y el celular vibró.

Número desconocido.

Atendió.

— Hijo… por favor, no vayas. No hagas ese viaje.
Regresa. Abandona esa idea. Ahora.

La voz… era de ella.

El corazón le dio un vuelco.

— ¿¡Mamá!? ¿Estás viva?

— Por favor, hijo. Escúchame. Vuelve a casa.
Y… cuídate.

Y colgó.

En su cara.

Trató de devolver la llamada.
Pero la grabación fue fría:

"Número inexistente."

Salió del coche, sudando. El pecho apretado.
Vendió lo poco que tenía. Algunas ropas. Un par de zapatillas.
Hizo una venta en la calle y juntó lo suficiente para volver.

Cuando llegó, la calle estaba más silenciosa de lo habitual.
Los vecinos lo miraban con pena.

— Tu madre falleció hace un mes…

Se dejó caer en la acera, sin fuerzas.

— No puede ser… ¡Ella me llamó ayer! ¡Ella habló conmigo!

— Imposible. Ella partió hace tiempo, hijo.

Entró en la casa.
En la sala, el aroma seguía siendo de ella.
En el cuarto, el silencio dolía.

Al lado de la cama, marcas de rodillas en el suelo.
Ella se arrodillaba ahí todos los días… para orar por él.

En un rincón, una lista de oración.
Su nombre estaba en la cima, marcado día tras día.
Desde que se fue… hasta el último día antes de su muerte.

Él se arrodilló ahí.
Las manos temblaban.
Las lágrimas caían sin control.

Corrió a la cocina, se lavó el rostro en el fregadero… y lo vio.

Sobre la mesa, una hoja doblada.
No era una carta. Era una oración.

Escrita con su letra:

“Señor, siento que estoy al borde de la muerte.
Y si muero, ya no podré orar por mi hijo.
Entonces… te lo entrego en tus manos.
Si algún día está en peligro, por favor, avísale.
Llámalo a este número.”
Y ahí estaba. Su número.

En ese instante, el celular vibró.

Notificación de noticia:

"Coche acribillado a balazos. Conductor muerto. Carga desaparecida."

La imagen… era del coche que él debía conducir esa noche.

Cayó de rodillas.
Y comprendió.

La llamada… vino del cielo.

Dios usó la última oración de una madre para salvar a un hijo ingrato.

Moraleja
Hay amores que llaman todos los días…
Y nosotros… ignoramos.

Pero cuando ese amor se silencia,
el mundo se vuelve más frío. Más duro. Más solo.

Si aún recibes esa llamada, contéstala.
Antes de que nunca más suene..

miércoles, 17 de septiembre de 2025

FERROCABRAL. FACUNDO CABRAL. Transcripción Juana Macedo. 10

 

ESTACIÓN DE LA IGNORANCIA.

Llegamos a la ignorancia, esta es la estación de los que quieren vivir tranquilos, sin problemas , aquí la vida es fácil, es decir los políticos deciden cuánto debes ganar, los militares cuanto debes perder, los curas cuanto debes aguantar y los sindicalistas cuando debes parar.

Pasamos por la City dónde el dólar sube y el hombre baja.

Uno más uno son dos, así empezó esta cuestión, en una sociedad donde la cifra ha superado a la frase, se podría decir para demostrar que vivimos entre números. Se podría decir por ejemplo:

“Un minuto de silencio, un segundo de descuido, un hijo”. Un toro, un marido en vacaciones.

Dos bellos amores, tres grandes negocios, cuatro whiskies, un accidente, una cura, tres monjas, tres curas, cuatro puntos cardenales, cinco habitaciones, 6 hermanas, 7 pecados capitales, 8 horas diarias, 20 años de buenos y leales servicios, 2 jubilados, 3 televisores 2 secretarias, Si señor, no señor, total no hago yo la suerte.

Un status, 10 ejecutivos 20 por ciento, 10 vencimientos, 5 gotas antes de cada comida, jaaajaaa (aplausos)

Un ataque de nervios, 2 discusiones, 4 testigos, 30 días de arresto, 1 arrepentimiento, 10 mandamientos.

No desearás a la mujer de tu prójimo… ni tu prójimo.

Una iglesia, una muchacha, 2 anillos, 3 hijos, 4 créditos, 5 embargos, 6 tiros. (aplausos)

Uno más uno son dos, así empezó esta cuestión”.

“El hombre es Dios cuando sueña, pero esclavo cuando cuenta. Las planillas y los documentos que se mueran muchacha, en la calle es primavera, el dinero no interesa, viva la naturaleza, come hierba, millones de vacas no pueden equivocarse.

Bien decía el hijo del carpintero de Belén, “mira las aves del cielo, no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros, pero Dios las alimenta, aprende de ellas. No sirve tu inteligencia porque ni un solo metro agregará a tu existencia”, bien decía...

Estaba sola a sus tiernos 17 años.. .

Estaba sola, a sus tiernos 17 años ya sufría la traición y el abandono, era madre de un niño pequeño y llevaba otra criatura en su vientre, ella no sabía oficio alguno. Qué difícil es conseguir el pan cuando se es joven y se está desamparada. 
Su niño le pedía comida y ella se desgarraba en su dolor.
Fueron tiempos difíciles, hubo días que lavaba ropa ajena, limpiaba alguna casa, o los vidrios de los carros, cualquier cosa…
Cuando su niña nació, no tenía nada, fue echada del lugar en donde se alojaba por falta de pago, sin un techo y sin un pan que darle a sus nenes y  sin posibilidades de elección, se perdió… Una esquina oscura fue el testigo fiel de una nueva mujer que se dedicaría al más antiguo de los oficios…
 Al principio fue difícil. Y así, sin lujos, pero con mucho amor, les dio siempre lo necesario a sus niños, aún a costa de su propio sacrificio. Los años pasaron y cuando sus hijos crecieron, ella estaba orgullosa de verlos ya casi convertidos en profesionales , pensó que se acercaba el tiempo de descansar.
Eso pensaba ella, no sabiendo que una mala lengua, muy a su manera, le contó a la hija el pasado de su madre... Esa noche, ella volvía cansada a casa y las gruesas gotas de la lluvia caían en los techos de las casitas del barrio, la primera mirada que encontró al entrar fue la de su hija, quien al verla le dijo:
- ¡Vete, no quiero verte! ¡Hoy supe que eres una prostitut4; vete porque no eres digna del amor de tus hijos! ¡Me das asco!
Ella no supo qué responder, sabía que un día lo sabrían, siempre lo temió y siempre pensó que la reacción de ellos no seria agradable.
Pero darles asco, eso no, esa palabra fue un puñal que se clavó en su alma, y corrió, corrió bajo la lluvia que parecía compartir con ella su dolor, derramando en su rostro un copioso llanto... Cuando empezó a amanecer, ella lloraba aún sentada bajo un puente a muchas cuadras lejos de su casa... De pronto, una cálida cobija cubrió su espalda y al volver, vio al mayor de sus hijos:
- Madre, toda la noche te he buscado; ven volvamos a casa.
- No -le dijo-, tu hermana me desprecia, no sé si tú ya lo sepas…
- ¿Saber qué? Yo sólo sé que te quiero, que eres mi madre... Nada que venga de ti me avergüenza... Tú no eres más que una mujer valiente que se enfrentó a la vida como pudo para dar de comer a sus hijos.
Esa mañana los hermanos pelearon como nunca, ante la angustiada mirada de su madre.
- ¡Que se vaya! ¿No ves que es una cualquiera?, ¿no te da asco su oficio? A mí me da vergüenza que mis amigos sepan lo que ella es, y ya poco me falta para ser una profesional, no soportaría sus señalamientos…
- Pues vete con tus amigos, que yo me quedaré con ella. Yo no me he olvidado de las veces que se sacó el pan de la boca para dárnoslo, y de las noches que se amanecía junto a nuestra cama cuando estábamos  enfermos... Tú y yo no tuvimos padre porque nos abandonó, pero en cambio tuvimos una madre que todo nos lo dio, ¿o es que alguna vez te faltó algo? Yo sólo sé que lo que soy se lo debo a ella. Si tú la desprecias, vete tú, que yo la amaré por los dos...
Los días y las noches pasaron, y aquella muchacha que con ímpetu de conquistador salió de su casa, segura de sí misma, nunca se graduó, pero en cambio encontró el amor… El amor traidor de un hombre que después de burlarse de ella, la abandonó dejándola con un hijo en el vientre... El remordimiento de la crueldad con que había tratado a su madre le atormentaba,  había envejecido rápidamente. Por hambre y por remordimiento, volvió al hogar…
Entró a la casa, su hermano la miró fijamente, pero no había en su mirada reproches, solo amor.
- Vengo -le dijo- a pedirles perdón a ti y a mi madre. A quien tanto hice sufrir. El hermano bajó la mirada un momento, y luego le dijo:
- Sígueme.
La joven lo siguió varias calles hasta llegar  a un cementerio y allí, entre las primeras tumbas de la entrada,  se erguía la tumba de su madre.
-¡Nooo! gritó espantosamente, se le desgarró el alma, y llorando se tiró sobre la tumba, la besó y arañando el cemento pedía perdón. ¿Por qué?, se preguntaba,  ¿Por qué no pude pedirle perdón de rodillas, besar su frente cuando estaba viva? ¿Por qué te fuiste madrecita sin darme tu perdón? Allí, postrada sobre la tumba de su madre lloró el llanto más amargo de su vida.
El hermano, que a pesar del dolor conservaba la calma, le dijo:
- ¿Sabes?... Hasta en el último momento te llamó...
Aquella noche la lluvia le hizo daño, se enfermó. Pero no llores, ella te perdonó, le consumió la  tristeza extrañándote, llamándote… Pero aún en su lecho de muerte, ella te bendijo y me pidió que si volvías te recibiera con los brazos abiertos como ella lo hubiera hecho, y que de ahí en adelante fuéramos unidos y nos amáramos como siempre ella nos enseñó... Ese día inicia hoy hermanita, volvamos a casa.
Los hermanos se retiraron lentamente y pudieron sentir  la suave brisa que acariciaba sus frentes... Era su madre que los bendecía por enésima vez...

martes, 16 de septiembre de 2025

“¡Si bailas este vals, casaré a mi hijo contigo!”.

 

“SI BAILAS ESTE VALS, TE CASAS CON MI HIJO…” — El millonario se burló, pero la criada negra era campeona de baile

El mármol brillaba, los magnates brindaban, y una criada era el blanco de burlas crueles. “Si bailas este vals, te casas con mi hijo”, gritó el millonario entre risas. Pero lo que siguió dejó a todos sin aliento: la mujer escondía un secreto capaz de derrumbar prejuicios.

El escenario de lujo

La élite de Manhattan se dio cita en el vestíbulo de la nueva torre de Thompson Holdings. Candelabros de cristal, mármol reluciente y una orquesta en vivo daban a la noche un aire de película. Dos cientos invitados bebían champán, comentaban negocios millonarios y disfrutaban de la inauguración más esperada del año.

William Thompson III, anfitrión y magnate con reputación de arrogante, controlaba cada detalle con su copa en mano y una sonrisa de suficiencia. Era un hombre acostumbrado a que nadie lo contradijera.
El accidente inesperado

Entre el lujo, una figura pasaba desapercibida: Kesha Williams, 35 años, contratada como limpiadora eventual. Apenas llevaba tres semanas trabajando en eventos del grupo, pero aquella noche, el destino la empujó al centro de la escena.

Un resbalón bastó. La bandeja repleta de copas de cristal se estrelló contra el suelo con un estruendo ensordecedor. El silencio cayó de inmediato. Todas las miradas se clavaron en ella, arrodillada, recogiendo los pedazos entre lágrimas contenidas.

La burla cruel

William Thompson no dejó pasar la oportunidad de humillarla. Con voz fuerte y burlona, alzó su copa y exclamó:
—“¡Si bailas este vals, casaré a mi hijo contigo!”.

Las carcajadas resonaron en el salón. Para los invitados era un espectáculo más, un chiste de mal gusto que reforzaba su sensación de superioridad.

Kesha, con el rostro encendido de vergüenza, levantó la mirada. Y entonces, algo cambió.
El secreto de Kesha

Lo que nadie sabía era que Kesha no era solo una limpiadora. En su juventud había sido campeona nacional de baile de salón. Había dejado las competencias por circunstancias dolorosas: la falta de apoyo, la discriminación, la necesidad de sobrevivir trabajando en empleos temporales. Pero el talento seguía vivo en ella.

El reto, pensado como burla, encendió una chispa en su interior.
La respuesta inesperada

En lugar de huir, Kesha se levantó. Con voz serena, pero firme, dijo:
—“Acepto”.

El murmullo recorrió el salón. La orquesta, confundida, miró al magnate. William, divertido por lo que creía una humillación inevitable, ordenó que tocaran un vals. Su hijo, Richard Thompson, un joven acostumbrado al lujo pero no a los caprichos de su padre, palideció.


El vals que lo cambió todo

Kesha avanzó con paso elegante. Tomó a Richard de la mano con seguridad y comenzó a moverse. En segundos, la sala quedó boquiabierta. Sus giros eran precisos, sus movimientos fluidos, cada paso irradiaba una elegancia natural que contrastaba con el uniforme de limpiadora que llevaba puesto.

El público pasó de las risas a la incredulidad. El hijo del magnate, sorprendido por la soltura de su pareja, terminó siguiéndole el ritmo, atrapado en una danza que hipnotizaba a todos.

Cuando la música terminó, el salón entero estalló en aplausos.


El silencio del magnate

William Thompson III no sonreía. Había querido ridiculizar a una empleada y terminó siendo él el ridiculizado. El reto se había convertido en victoria. El rostro altivo del magnate mostraba por primera vez una grieta de impotencia.

Los invitados, incómodos, comenzaron a murmurar. Lo que debía ser una noche de ostentación había terminado en un espectáculo que expuso la soberbia del anfitrión.
La voz de la dignidad

Kesha, aún con la respiración agitada, levantó la barbilla y dijo con claridad:
—“No necesito casarme con nadie para demostrar mi valor. El baile es mi verdad, y ustedes acaban de verla”.

La frase cayó como un martillo. Varios invitados, avergonzados, evitaron mirarla. Otros, conmovidos, aplaudieron con fuerza.
El impacto en Richard

Richard, el hijo del magnate, quedó impresionado. Había aceptado la danza por obligación, pero en esos minutos descubrió a una mujer fuerte, segura, con un talento que eclipsaba la frivolidad del ambiente.

En privado, le dijo a Kesha:
—“Gracias por recordarme que no todo se compra con dinero. Esta noche aprendí más contigo que en todos mis años en salones de lujo”.
El eco del escándalo

Al día siguiente, los periódicos no hablaban de la torre, ni del lujo de la fiesta, sino de “la criada que humilló al magnate con un vals”. Las redes sociales se inundaron de comentarios y videos filtrados de la escena.


Kesha se convirtió en símbolo de dignidad y resistencia frente a la arrogancia del poder.
El desenlace inesperado

Semanas después, recibió ofertas de academias de baile y fue invitada a programas de televisión. Lo que comenzó como humillación terminó devolviéndole su verdadera identidad.

Mientras tanto, Thompson Holdings tuvo que lidiar con la vergüenza pública. El magnate intentó silenciar la historia, pero era demasiado tarde: el vals ya había quedado grabado en la memoria colectiva como una lección contra la soberbia.
Reflexión final

La historia de Kesha nos recuerda que, incluso en los lugares donde reina la arrogancia, la verdad del talento y la dignidad puede brillar con fuerza inesperada.

Un magnate creyó burlarse de una mujer humilde. Pero fue esa mujer quien, con pasos de vals, derrumbó un imperio de prejuicios y demostró que el valor humano no se mide en fortunas, sino en la fuerza de levantarse frente a la humillación.

FERROCABRAL. FACUNDO CABRAL. Transcripción Juana Macedo. 9


Entre muchas maravillas que guardo en el corazón la principal es aquella que una noche de Ecuador me libró de las cadenas cuando me dijo que sí, porque aprendí que entregarse es comenzar a vivir.

Cuatro ojos me mataron el día que nos conocimos, los dos con que me miró y los dos de su marido.

Estoy forzado a robar porque he llegado muy tarde, desde antes de nacer las cosas eran de alguien.

Por ejemplo, "El Quijote" de Miguel Cervantes, "Hojas de Hierba" de Whitman, "Tristán e Isolda" de Wagner. España era de Franco, el Guernica de Picasso, Sofía Loren de Ponti, el oscar de Marlon Brando. La gloria era de Gardel, las vaquitas de Anchorena y si quedaba algo más se lo llevó López Herrera.

Hasta la misma injusticia ya tenía propietario como la desesperanza es privilegio del tango.

Si me gusta una mujer está de novia o casada, si soy ladrón es por culpa de la propiedad privada...

La flor seguía cantando en un Manhattan delirante como el sueño que es la vida. Otro Kennedy llegaba, Jimmy Carter insistía, Frank Sinatra retornaba y John Lennon se moría. O se dejaba matar para darme la oportunidad que yo pueda pasar el frente de una vez por todas. Thank you, John, donde quiera que estés. En el infierno con Somoza o en el Paraíso con Vinicius du Moraes...


Entre muchas maravillas que guardo en el corazón la principal es aquella que una noche de Ecuador me libró de las cadenas cuando me dijo que sí, porque aprendí que entregarse es comenzar a vivir.


Cuatro ojos me mataron el día que nos conocimos, los dos con que me miró y los dos de su marido.


Estoy forzado a robar porque he llegado muy tarde, desde antes de nacer las cosas eran de alguien.

Por ejemplo, "El Quijote" de Miguel Cervantes, "Hojas de Hierba" de Whitman, "Tristán e Isolda" de Wagner. España era de Franco, el Guernica de Picasso, Sofía Loren de Ponti, el oscar de Marlon Brando. La gloria era de Gardel, las vaquitas de Anchorena y si quedaba algo más se lo llevó López Herrera.

Hasta la misma injusticia ya tenía propietario como la desesperanza es privilegio del tango.

Si me gusta una mujer está de novia o casada, si soy ladrón es por culpa de la propiedad privada...

lunes, 15 de septiembre de 2025

LA TEORÍA DEL CABALLO MUERTO.

La “Teoría del Caballo Muerto”: Cuando Negar la Realidad es una Estrategia
La Teoría del Caballo Muerto es una metáfora satírica que ilustra cómo personas, instituciones e incluso naciones enfrentan problemas evidentes e irresolubles. En lugar de aceptar la realidad y actuar con sensatez, prefieren aferrarse a justificaciones y soluciones inútiles.
La idea central es simple: si descubres que estás montando un caballo muerto, lo lógico sería bajarte y seguir adelante. Sin embargo, en la práctica, sucede lo contrario. En lugar de aceptar la evidencia, se toman medidas absurdas como:
• Comprar una nueva silla de montar, esperando que haga la diferencia.
• Mejorar la alimentación del caballo, aunque esté muerto.
• Cambiar al jinete, en lugar de reconocer el problema real.
• Despedir al encargado de los caballos y contratar a alguien nuevo, esperando milagros.
• Organizar reuniones para discutir cómo aumentar la velocidad del caballo muerto.
• Crear comités de trabajo que, tras meses de análisis, concluyen lo obvio: el caballo está muerto.
• Justificar la situación comparándola con otros caballos muertos, culpando la falta de entrenamiento.
• Proponer cursos de capacitación para el caballo, con un presupuesto ampliado.
• Redefinir el concepto de "muerto" para convencerse de que aún hay esperanza.
La gran lección
Esta teoría deja en evidencia cómo muchas personas y organizaciones prefieren negar lo inevitable, gastando tiempo, recursos y energía en soluciones absurdas. En lugar de aceptar el problema desde el principio y tomar decisiones inteligentes, se aferran a la ilusión de que el caballo aún puede galopar.

FERROCABRAL. FACUNDO CABRAL. Transcripción Juana Macedo. 8

Vamos cruzando por la vida en el tren de la muerte, viendo como el progreso acaba con la gente.

En el mundo comprobé que hay un tal para cual y que cada uno encuentra lo que quiere encontrar. El hombre tiene mujeres y el gerente secretarias. El rico tiene problemas y el pobre tiene ganas. Me escapé de la Rosario que se hace la moralista, porque ella es virgen porque es fea y no porque sea buena...

Es mejor meter la nariz en los libros...

Confía en tu intuición...

Algunas veces...


domingo, 14 de septiembre de 2025

Después del entierro de mi esposo...


Después del entierro de mi esposo, mi hijo me llevó a las afueras del pueblo y me dijo:

—"Bájate aquí del autobús. Ya no podemos mantenerte."
Pero yo tenía un secreto que había guardado durante mucho tiempo, y por eso mi hijo lamentó no haber sido obediente.

El día del entierro de mi esposo, llovía.
La pequeña sombrilla negra no era suficiente para ocultar la tristeza en mi corazón. Temblaba mientras sostenía el palito de incienso y miraba la tumba recién excavada, con la tierra aún húmeda.
Mi compañero durante casi cuarenta años —mi querido Ramón— ahora no era más que un puñado de tierra fría.

Después del entierro, no tuve tiempo para sumirme en la tristeza. Rápidamente, mi hijo mayor, Jun, en quien mi esposo confiaba plenamente, tomó las llaves de la casa.
Años atrás, cuando Ramón aún estaba saludable, me dijo:
—"Ya somos mayores, debemos poner la propiedad a nombre de Jun para que él se haga responsable."
No me opuse —¿qué padre no ama a su hijo? Así que todas las propiedades y terrenos fueron transferidos a nombre de Jun.


En el séptimo día después del entierro, Jun me dijo que saliera a dar un paseo para distraerme.
No esperaba que ese viaje se sintiera como una puñalada.
El vehículo se detuvo a las afueras de la ciudad, cerca de una parada de jeep solitaria. Con voz fría, Jun dijo:
—"Bájate aquí. Mi esposa y yo ya no podemos mantenerte. A partir de ahora, tendrás que valerte por ti misma."


Me zumbaban los oídos, mi visión se oscureció. Pensé que había escuchado mal.
Pero sus ojos estaban decididos, como si quisiera empujarme enseguida.
Me senté al borde del camino, junto a una pequeña tienda, con una bolsa de tela que contenía unas pocas prendas en la mano.
La casa —donde viví, cuidé de mi esposo y crié a mis hijos— ya no me pertenecía. Estaba a nombre de él. No tenía derecho a volver.


Dicen que "cuando pierdes a tu esposo, aún tienes a tus hijos", pero a veces, tener hijos es como no tenerlos.
Me arrinconó mi propio hijo. Sin embargo, lo que Jun no sabía era esto: no estaba vacía.
En el bolsillo de mi camisa, siempre llevaba mi libreta de ahorros —el dinero que Ramón y yo habíamos guardado durante toda nuestra vida, valorado en decenas de millones de pesos.
Lo escondimos bien, sin decírselo a nadie, ni siquiera a nuestros hijos.
Una vez me dijo Ramón:
—“Las personas solo son buenas cuando tienen algo entre manos.”


Ese día decidí guardar silencio.
No supliqué, no revelé secretos.
Necesitaba ver cómo me trataban Jun y la vida.


El primer día que me quedé sola, me senté en el porche de la tienda.
La dueña —Aling Nena— se apiadó de mí y me ofreció una taza de té caliente.
Cuando le conté que había perdido a mi esposo y que mis hijos me habían dejado, suspiró profundamente:
—"Hoy en día, estas cosas pasan mucho, querida. Los hijos valoran más el dinero que el amor."


Alquilé temporalmente una pequeña habitación, pagada con los intereses que retiré de mi cuenta de ahorros.
Fui cuidadosa: no le conté a nadie que tenía una fortuna.
Vivía con sencillez, usaba ropa vieja, compraba comida barata y evitaba llamar la atención.


Había noches, acostada en una cama de bambú vieja, en que extrañaba mi antigua casa —el chirrido del ventilador, el aroma de la ensalada de jengibre que preparaba Ramón.
La nostalgia dolía, pero me decía a mí misma: mientras esté viva, debo seguir adelante.


Empecé a integrarme en mi nueva vida.
Durante el día, ayudaba en el mercado: lavaba vegetales, cargaba cosas, empaquetaba compras.
El salario no era grande, pero no me importaba.
Quería sostenerme por mí misma, sin depender de la caridad.
Los comerciantes del mercado me llamaban “la amable Mamá Teresa”.
No sabían que cada vez que regresaba a mi habitación después del mercado, abría mi libreta de ahorros por un momento y luego la guardaba con cuidado. Ese era mi secreto para sobrevivir.


Un día, me reencontré con una vieja conocida —Aling Rosa, mi mejor amiga de juventud.
Cuando me vio en una casa de alquiler, le dije que mi esposo había muerto y que la vida era difícil.
Se compadeció de mí y me invitó a ayudar en la carindería familiar. Acepté.
El trabajo era duro, pero tenía un lugar donde dormir y comida asegurada.
Eso me dio aún más razones para seguir ocultando mi libreta de ahorros.


Mientras tanto, las noticias sobre Jun llegaron a mis oídos.
Vivía con su esposa y sus hijos en una casa espaciosa, compró un coche nuevo, pero se involucró en el juego.
Me susurró un conocido:
—"Tal vez ya hipotecó el título de propiedad."


Me dolió el corazón al escuchar eso, pero decidí no contactarlo.
Él eligió dejar a su madre al borde de la carretera. Ya no tenía nada más que decirle.


Pasaron semanas antes de que Jun apareciera en mi nueva puerta. Esta vez no venía con frialdad, sino con el rostro demacrado, nervioso.


—“Mamá…” —murmuró, bajando la vista—. “Lo siento. No debí… no debí dejarte así.”


Su esposa lo había presionado, pero él aceptó. Lo supo todo el pueblo, y la vergüenza lo acompañaba en cada esquina.


—“Necesito tu ayuda” —añadió, casi en susurros.


Yo lo miré en silencio. Por dentro sentía un torbellino: rabia, tristeza, pero también compasión. Era mi hijo, aunque me hubiera traicionado.


Pero esta vez, no iba a dejar que mi amor de madre me cegara.
La lección


Con voz firme le respondí:


—“Jun, el día que me dejaste bajo la lluvia, también enterraste el respeto que te tenía. No necesitas mi dinero, necesitas recuperar tu dignidad. Yo ya no soy tu carga. Soy tu madre, pero también soy una mujer que aprendió a valerse por sí misma.”


Él lloró, algo que no hacía desde niño.


No le di mis ahorros. No porque quisiera vengarme, sino porque comprendí que el verdadero castigo era que aprendiera que las decisiones tienen consecuencias.
Epílogo


Hoy vivo en una casa modesta, pero llena de paz. Cultivo flores en el jardín, preparo mis propias comidas y recibo la visita de algunos vecinos que me tratan con cariño.


A veces, Jun me visita, con la mirada baja. Intenta reconstruir el puente que él mismo quemó. Yo lo dejo entrar, le sirvo té, pero el vacío que dejó en mí no se llenará jamás.


El secreto que guardé me salvó. No para presumir, sino para recordarme que nunca debemos entregar todo a ciegas, ni siquiera por amor.


Mi esposo confió en nuestro hijo, y yo también. Pero esa confianza fue traicionada. Ahora sé que la verdadera fortaleza está en no depender de la bondad de los demás, sino en asegurarnos de tener siempre un refugio propio.


Reflexión final:
La sangre no siempre garantiza gratitud. A veces, los mayores enemigos de un corazón noble se esconden en la misma familia. Pero la dignidad, cuando se defiende, puede convertirse en el arma más poderosa para sanar y sobrevivir.

Mi papá fingió estar enfermo....

“Mi papá fingió estar enfermo para que yo dejara mis estudios y lo mantuviera… hoy lo descubrí.” 

Ahí estaba yo, como todos los martes desde hace dos años, llevándole a papá su desayuno a la cama. Avena sin sal, té de manzanilla y sus pastillas organizadas por colores como si fuera un arcoíris farmacéutico.

—Buenos días, papi. ¿Cómo amaneciste? —le dije con esa voz dulce que había perfeccionado desde que dejé la universidad para cuidarlo.

—Ay, mija... —suspiró dramáticamente, llevándose la mano al pecho—. Otra noche terrible. El corazón me está matando. Los doctores no entienden lo grave que estoy.

Asentí con compasión, como siempre. Pobre papá, tan enfermo, tan frágil. Qué suerte que estaba yo ahí para él, ¿verdad?

—Te voy a dejar el desayuno aquí. Tengo que ir a trabajar —le dije, acomodando la bandeja en su mesa de noche.

—¿No puedes faltar hoy? Me siento muy mal...

—Papá, sabes que necesitamos el dinero del trabajo de medio tiempo. Las medicinas están carísimas.

Se las arregló para verse aún más decaído, como si hubiera tomado clases de actuación con Meryl Streep.

Salí de la casa corriendo hacia mi trabajo de cajera en el súper. Tres horas después, mi jefe me llamó.

—Oye, ¿no es tu papá el que está en el gimnasio de enfrente? —me preguntó, señalando hacia la ventana.

Mi sangre se congeló. Me asomé y ahí estaba: mi "moribundo" padre levantando pesas como si fuera The Rock en sus mejores tiempos.

—¿Perdón? —balbuceé, segura de que era una alucinación.

—Sí, lleva como una hora ahí. Lo reconocí porque tiene la misma playera que llevaba cuando vino a buscarte la semana pasada.

Sentí como si me hubieran dado un puñetazo en el estómago. Dejé todo y crucé la calle como zombie.

Entré al gimnasio y ahí estaba papá, sudando la gota gorda en la caminadora, platicando con una señora sobre rutinas de ejercicio.

—¡PAPÁ! —grité desde la entrada.

Se volteó y su cara pasó por todas las etapas del duelo en dos segundos: negación, ira, negociación, depresión y... ¿aceptación? Para nada.

—¡Mija! ¿Qué haces aquí? —dijo, intentando parecer sorprendido mientras se bajaba de la caminadora con la agilidad de un atleta olímpico.

—¿QUE QUÉ HAGO AQUÍ? —mi voz se quebró entre la furia y la incredulidad—. ¿En serio me preguntas eso mientras estás aquí haciendo ejercicio como si nada?

—Es que... el doctor me dijo que tenía que hacer un poco de ejercicio...

—¡MENTIROSO! —exploté, y todo el gimnasio se quedó en silencio—. ¡Dos años! ¡DOS AÑOS fingiendo que te estabas muriendo!

La señora con la que estaba platicando se alejó discretamente, pero yo ya estaba en modo huracán categoría 5.

—Cálmate, mija, la gente nos está viendo...

—¡QUE NOS VEAN! —mis manos temblaban de coraje—. ¡Dejé la universidad por ti! ¡Trabajo de medio tiempo para pagarte medicinas que ni necesitas! ¡He estado viviendo como una ermitaña cuidándote!

—Bueno, es que... yo necesitaba compañía y...

—¿COMPAÑÍA? —me reí con amargura—. ¿Compañía dices? ¡Hay clubs de adultos mayores, papá! ¡Hay grupos de baile! ¡Hay Tinder para gente de tu edad!

—No exageres...

—¿Que no exagere? —me acerqué a él, y por primera vez en años, lo vi encogerse—. ¿Sabes qué? Tienes razón. No voy a exagerar. Voy a ser muy clara: estás más sano que yo, que ando estresada trabajando para mantenerte mientras tú juegas al enfermo.

—Mija, yo solo quería...

—¡NO! —lo interrumpí—. No me vengas con excusas. ¿Sabes cuántas noches me la pasé despierta preocupada porque creía que te ibas a morir? ¿Cuántas veces rechacé salir con amigos porque "papá estaba muy mal"?

La gente del gimnasio ya había formado un círculo de curiosos, pero me daba igual.

—¿Y sabes qué es lo que más me duele? —mi voz se quebró—. Que preferiste manipularme antes que pedirme simplemente que pasáramos más tiempo juntos.

Papá finalmente bajó la mirada, avergonzado.

—Es que tenía miedo de que te fueras a estudiar lejos y...

—¡Pues claro que me iba a ir! ¡Tengo 24 años! ¡Se supone que tenga mi propia vida!

—Tienes razón —murmuró—. Me porté mal.

—¿Mal? ¡MAL! —me reí histéricamente—. Papá, esto no es portarse mal, esto es... esto es ser un manipulador profesional. Mereces un Oscar.

—No seas dramática...

—¿DRAMÁTICA YO? —volví a explotar—. ¡Tú eres el que lleva dos años fingiendo ataques al corazón!

En ese momento, como si el universo quisiera darme la razón, papá hizo su clásica rutina: se llevó la mano al pecho y puso cara de dolor.

—Ay, mija, me está dando algo...

—¡NI SE TE OCURRA! —le grité—. ¡Ya no funciona! ¡Se acabó el teatro!

Se quedó con la mano en el pecho, pero me miró con cara de "vale, ya no cuela".

—¿Sabes qué, papá? —me di la vuelta—. Felicidades. Oficialmente eres el padre más sano del mundo. Y también oficialmente, me voy a vivir sola. Ya verás cómo le haces con tu "enfermedad".

—¡Espera! No te puedes ir así...

—Claro que puedo —le sonreí con sarcasmo—. Después de todo, estás sanísimo para cuidarte solo, ¿no?

Salí del gimnasio con la cabeza en alto, dejando atrás a un papá muy confundido y a un público que probablemente tendría tema de conversación para semanas.

Esa noche, mientras empacaba mis cosas, papá tocó a mi puerta.

—¿Podemos hablar? —preguntó con voz genuinamente arrepentida.

—Habla —le dije sin dejar de doblar mi ropa.

—Tienes razón en todo. Fui un egoísta y un manipulador. Tenía tanto miedo de quedarme solo que... bueno, ya viste.

Me detuve y lo miré. Por primera vez en mucho tiempo, parecía mi papá real, no el actor que había estado interpretando.

—¿Y ahora qué? —le pregunté.

—Ahora voy a aprender a ser un papá de verdad, no un tirano disfrazado de víctima. Y tú vas a volver a la universidad.

—Papá...

—No, en serio. Tengo ahorros que no sabías. Los iba a usar para... bueno, para seguir fingiendo. Pero prefiero usarlos para que estudies.

Me quedé callada un momento, procesando todo.

—¿Sabes qué es lo más loco? —le dije finalmente—. Que si me hubieras pedido directamente pasar más tiempo juntos, yo habría dicho que sí. Pero tenías que montarte tu numerito.

—Lo sé —suspiró—. ¿Me perdonas?

—Te perdono —le dije—. Pero esto nunca más, ¿eh? Y definitivamente nos vamos a terapia familiar.

—¿Los dos?

—Los dos. A ver si aprendemos a comunicarnos como gente normal.

Se rió y por primera vez en años, su risa sonó real.

—¿Sabes? —me dijo mientras me ayudaba a desempacar—. Creo que después de todo, tu mamá tenía razón cuando decía que yo era muy dramático.

—Papá —le sonreí—, mamá no sabía ni la mitad.

---

**Debate: ¿Sacrificio vs. Manipulación?**

Al final, aprendí que hay una línea muy delgada entre pedir ayuda y exigirla a través del engaño. El amor filial no debería ser una prisión, y cuidar a nuestros padres no significa renunciar a nuestra propia vida. 

¿Fue sacrificio de mi parte? Sí, pero basado en mentiras. ¿Fue manipulación de la suya? Completamente. 

La verdadera pregunta es: ¿cuándo el miedo a la soledad justifica destruir la confianza con las personas que más queremos?

Spoiler alert: nunca.

sábado, 13 de septiembre de 2025

FERROCABRAL. FACUNDO CABRAL 7. Transcripción Juana Macedo

Amado Señor: Padre Nuestro que estás en el surco, sacrificados seres nosotros, así en la tierra como en el agua, el pan nuestro de cada día ablándanos hoy y perdona nuestras deudas así como nosotros, no sé por qué todavía perdonamos a nuestros deudores
y déjanos caer en la tentación de terminar con todos ellos. Más líbranos de Camps, Amén. (aplausos)

Oíste mi Señor es un pedido general. ¡En el nombre del fraude, del fisco y los Esclavos Unidos, Okey !

-Perdóname, Señor, pero a veces me canso, a veces me canso de ser un ciudadano.

Me cansa la ciudad, las oficinas, me cansa la familia y la economía.

La familia, mi Señor, ese vía crucis de parientes, esa miseria en cooperativa.

“Madre hay una sola, Señor y justo vino a tocarme a mí”

Perdóname, Señor, estoy harto de este infierno, este mercado mediocre, donde todos tienen precio.

Perdóname, Señor, pero yo me iré contigo, por tus montañas, tus mares y tus ríos.

Perdóname, Señor, pero a veces pienso
que tienes para mí algo mejor que esto.
Perdóname, Señor, no quiero ser un ciudadano, yo quiero ser un hombre, como me has creado. (Aplausos)

viernes, 12 de septiembre de 2025

Keanu Reeves escribió...

Keanu Reeves escribió: La madre de mi amigo ha comido sano toda su vida. Nunca ha consumido alcohol o cualquier 'mala comida' hace ejercicio todos los días, muy ágil, muy activa, llevó todos los suplementos sugeridos por su doctor, nunca salió al sol sin protector solar y cuando lo hizo fue por el período más breve posible así que prácticamente protegió su salud a lo máximo. Ella ahora tiene 76 y tiene cáncer de piel, cáncer de la médula ósea y la osteoporosis extrema.

El padre de mi amigo come tocino, mantequilla, grasa y nunca se ejercita, salía al sol y se quemaba a cenizas todos los veranos, básicamente tomó el enfoque de vivir la vida a su máximo y no como otros sugieren. Él tiene 81 y los médicos dicen que su salud es el de una persona joven.

Las personas no pueden esconderse de su veneno, está por ahí y te encontrará. Las palabras de la madre de mi amigo fueron: "si yo hubiera sabido que mi vida iba a terminar de esta manera hubiese vivido más y disfrutado todo plenamente".

Ninguno de nosotros saldrá de aquí con vida, así que por favor deja de tratarte mal hasta con los pensamientos. Come la comida deliciosa. Camina en la luz del sol. Salta en el océano. Di la verdad que llevas en tu corazón como un tesoro escondido. Se tonto. Se amable. Se raro. No hay tiempo para nada más.

FERROCABRAL. FACUNDO CABRAL. Transcripción Juana Macedo. 6


Me detengo en San Francisco donde siempre hay algo para oír, por lo menos cuando Krishnamurti anda cerca.

Ese que bien sabe que la revolución fundamental es revolucionarse.

Me detengo en Creta donde siempre hay algo para amar. En Jerusalén donde siempre hay algo que aprender, incluso no acabar con Beiruth.

Levanto la voz en Italia y hago silencio en la India.

Porque soy y vivo en el presente, porque estoy hecho de sueños y de flores, de vacío, de vino y de trigo me llaman “el Hombre”. Es cierto que soy polvo, pero polvo sagrado yo, aunque Tú sabes mi Señor que cuando digo: "Yo soy" estoy diciendo "Tú eres", invicto, innombrable.
Altísimo Señor no te preocupes por el pan nuestro de cada día que eso es cosa nuestra, para eso somos hombres. Pero no nos dejes sin el sueño de cada noche porque sin él nada somos
nosotros que tal vez sólo seamos un sueño que Tú sueñas.