viernes, 26 de septiembre de 2025

La esposa abrió tranquila la puerta..

La esposa abrió, tranquila, sin sospechar lo que estaba por venir.Y ahí estaba: una mujer, altiva, desafiante, con ese aire de “tengo algo importante que decir”.

—Hola, —dijo la visitante con voz segura— soy la amante de tu esposo.

La esposa la miró de arriba abajo.Respiró hondo, sonrió con calma… y respondió:
—Hola, mucho gusto. Yo soy la esposa. Pasa.

La amante parpadeó, desconcertada.
—¿Perdón? ¿No escuchaste lo que dije?
—Sí, escuché perfectamente, —respondió ella— dijiste que eres la amante. Y yo soy la esposa.
 ¿Entramos?

Ya en la sala, la esposa se sentó, la miró con una serenidad que descolocaba y le dijo:
—Bueno… ya que estás aquí, te muestro tu nueva realidad.

Se levantó con decisión, abrió el clóset y empezó a hablar mientras sacaba cosas:

—Esta es su ropa. Hay que lavársela a mano, porque no le gusta que se le arruine en la lavadora.
—Le encanta que le planchen las camisas con almidón y que todo esté doblado por colores, según su humor.
—Las comidas, bien puntuales, y tibias. No calientes, no frías. T-i-b-i-a-s.
—Aquí están sus zapatos. Le gusta que se los laven con cepillo de cerdas suaves. Uno por uno. 
Nada de lavadora, eh.
—Ah, y odia la casa desordenada. Lo quiere todo limpio pero no ayuda en nada. Tú sabes, 
hombre tradicional.

La amante seguía muda.
La esposa, implacable, le puso un mandil, una escoba y un recogedor en las manos. 
—Bueno, eso es todo lo que tienes que hacer. Te deseo suerte. Yo me retiro.

La amante no sabía si estaba en una telenovela o en una trampa mortal.
Pero lo mejor aún estaba por llegar.

La esposa subió las escaleras, empacó la ropa de su esposo en silencio, maleta por maleta, sin una sola lágrima.
Esta mujer no se quebró. Evolucionó.

Minutos después, bajó con las maletas.
Se retocó el labial frente al espejo, se soltó el cabello y se preparó para la escena final.

Y justo entonces… entró el esposo.

Las vio a las dos.
La amante parada con cara de “¿qué hago aquí?”.
La esposa, radiante, con una sonrisa de quien ya tomó una gran decisión.

—Hola, esposín… o mejor dicho, ex esposín, —dijo ella con tono irónico—
—Mira, te presento formalmente a tu amante. Ya se está instalando.

El hombre, con risa nerviosa, trató de improvisar:
—Mi amor, yo… yo te lo puedo explicar.

—No, —respondió ella, firme— no tienes que explicarme nada. Todo está más claro que el agua.
—Mira tus maletas… ya están listas. Y no te preocupes, no es que yo me voy de la casa.

Lo miró a los ojos y remató:

—El que se va eres tú.
—¿O ya se te olvidó que firmamos bienes separados? Esta casa es mía. Y tú aquí, no vuelves a entrar nunca más.
—Llévate tu nuevo proyecto de vida, tu nuevo amor, tu ropa, tus zapatos… y también tus excusas. Porque aquí, se acabó.

Y con una carcajada elegante y liberadora, se giró y se fue.

Atrás quedaron dos rostros pálidos, una puerta cerrándose, y una mujer que entendió que la dignidad no se negocia, el amor propio no se traiciona, y que cuando una mujer decide soltarte, no hay vuelta atrás.🤍

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