domingo, 14 de septiembre de 2025

Mi papá fingió estar enfermo....

“Mi papá fingió estar enfermo para que yo dejara mis estudios y lo mantuviera… hoy lo descubrí.” 

Ahí estaba yo, como todos los martes desde hace dos años, llevándole a papá su desayuno a la cama. Avena sin sal, té de manzanilla y sus pastillas organizadas por colores como si fuera un arcoíris farmacéutico.

—Buenos días, papi. ¿Cómo amaneciste? —le dije con esa voz dulce que había perfeccionado desde que dejé la universidad para cuidarlo.

—Ay, mija... —suspiró dramáticamente, llevándose la mano al pecho—. Otra noche terrible. El corazón me está matando. Los doctores no entienden lo grave que estoy.

Asentí con compasión, como siempre. Pobre papá, tan enfermo, tan frágil. Qué suerte que estaba yo ahí para él, ¿verdad?

—Te voy a dejar el desayuno aquí. Tengo que ir a trabajar —le dije, acomodando la bandeja en su mesa de noche.

—¿No puedes faltar hoy? Me siento muy mal...

—Papá, sabes que necesitamos el dinero del trabajo de medio tiempo. Las medicinas están carísimas.

Se las arregló para verse aún más decaído, como si hubiera tomado clases de actuación con Meryl Streep.

Salí de la casa corriendo hacia mi trabajo de cajera en el súper. Tres horas después, mi jefe me llamó.

—Oye, ¿no es tu papá el que está en el gimnasio de enfrente? —me preguntó, señalando hacia la ventana.

Mi sangre se congeló. Me asomé y ahí estaba: mi "moribundo" padre levantando pesas como si fuera The Rock en sus mejores tiempos.

—¿Perdón? —balbuceé, segura de que era una alucinación.

—Sí, lleva como una hora ahí. Lo reconocí porque tiene la misma playera que llevaba cuando vino a buscarte la semana pasada.

Sentí como si me hubieran dado un puñetazo en el estómago. Dejé todo y crucé la calle como zombie.

Entré al gimnasio y ahí estaba papá, sudando la gota gorda en la caminadora, platicando con una señora sobre rutinas de ejercicio.

—¡PAPÁ! —grité desde la entrada.

Se volteó y su cara pasó por todas las etapas del duelo en dos segundos: negación, ira, negociación, depresión y... ¿aceptación? Para nada.

—¡Mija! ¿Qué haces aquí? —dijo, intentando parecer sorprendido mientras se bajaba de la caminadora con la agilidad de un atleta olímpico.

—¿QUE QUÉ HAGO AQUÍ? —mi voz se quebró entre la furia y la incredulidad—. ¿En serio me preguntas eso mientras estás aquí haciendo ejercicio como si nada?

—Es que... el doctor me dijo que tenía que hacer un poco de ejercicio...

—¡MENTIROSO! —exploté, y todo el gimnasio se quedó en silencio—. ¡Dos años! ¡DOS AÑOS fingiendo que te estabas muriendo!

La señora con la que estaba platicando se alejó discretamente, pero yo ya estaba en modo huracán categoría 5.

—Cálmate, mija, la gente nos está viendo...

—¡QUE NOS VEAN! —mis manos temblaban de coraje—. ¡Dejé la universidad por ti! ¡Trabajo de medio tiempo para pagarte medicinas que ni necesitas! ¡He estado viviendo como una ermitaña cuidándote!

—Bueno, es que... yo necesitaba compañía y...

—¿COMPAÑÍA? —me reí con amargura—. ¿Compañía dices? ¡Hay clubs de adultos mayores, papá! ¡Hay grupos de baile! ¡Hay Tinder para gente de tu edad!

—No exageres...

—¿Que no exagere? —me acerqué a él, y por primera vez en años, lo vi encogerse—. ¿Sabes qué? Tienes razón. No voy a exagerar. Voy a ser muy clara: estás más sano que yo, que ando estresada trabajando para mantenerte mientras tú juegas al enfermo.

—Mija, yo solo quería...

—¡NO! —lo interrumpí—. No me vengas con excusas. ¿Sabes cuántas noches me la pasé despierta preocupada porque creía que te ibas a morir? ¿Cuántas veces rechacé salir con amigos porque "papá estaba muy mal"?

La gente del gimnasio ya había formado un círculo de curiosos, pero me daba igual.

—¿Y sabes qué es lo que más me duele? —mi voz se quebró—. Que preferiste manipularme antes que pedirme simplemente que pasáramos más tiempo juntos.

Papá finalmente bajó la mirada, avergonzado.

—Es que tenía miedo de que te fueras a estudiar lejos y...

—¡Pues claro que me iba a ir! ¡Tengo 24 años! ¡Se supone que tenga mi propia vida!

—Tienes razón —murmuró—. Me porté mal.

—¿Mal? ¡MAL! —me reí histéricamente—. Papá, esto no es portarse mal, esto es... esto es ser un manipulador profesional. Mereces un Oscar.

—No seas dramática...

—¿DRAMÁTICA YO? —volví a explotar—. ¡Tú eres el que lleva dos años fingiendo ataques al corazón!

En ese momento, como si el universo quisiera darme la razón, papá hizo su clásica rutina: se llevó la mano al pecho y puso cara de dolor.

—Ay, mija, me está dando algo...

—¡NI SE TE OCURRA! —le grité—. ¡Ya no funciona! ¡Se acabó el teatro!

Se quedó con la mano en el pecho, pero me miró con cara de "vale, ya no cuela".

—¿Sabes qué, papá? —me di la vuelta—. Felicidades. Oficialmente eres el padre más sano del mundo. Y también oficialmente, me voy a vivir sola. Ya verás cómo le haces con tu "enfermedad".

—¡Espera! No te puedes ir así...

—Claro que puedo —le sonreí con sarcasmo—. Después de todo, estás sanísimo para cuidarte solo, ¿no?

Salí del gimnasio con la cabeza en alto, dejando atrás a un papá muy confundido y a un público que probablemente tendría tema de conversación para semanas.

Esa noche, mientras empacaba mis cosas, papá tocó a mi puerta.

—¿Podemos hablar? —preguntó con voz genuinamente arrepentida.

—Habla —le dije sin dejar de doblar mi ropa.

—Tienes razón en todo. Fui un egoísta y un manipulador. Tenía tanto miedo de quedarme solo que... bueno, ya viste.

Me detuve y lo miré. Por primera vez en mucho tiempo, parecía mi papá real, no el actor que había estado interpretando.

—¿Y ahora qué? —le pregunté.

—Ahora voy a aprender a ser un papá de verdad, no un tirano disfrazado de víctima. Y tú vas a volver a la universidad.

—Papá...

—No, en serio. Tengo ahorros que no sabías. Los iba a usar para... bueno, para seguir fingiendo. Pero prefiero usarlos para que estudies.

Me quedé callada un momento, procesando todo.

—¿Sabes qué es lo más loco? —le dije finalmente—. Que si me hubieras pedido directamente pasar más tiempo juntos, yo habría dicho que sí. Pero tenías que montarte tu numerito.

—Lo sé —suspiró—. ¿Me perdonas?

—Te perdono —le dije—. Pero esto nunca más, ¿eh? Y definitivamente nos vamos a terapia familiar.

—¿Los dos?

—Los dos. A ver si aprendemos a comunicarnos como gente normal.

Se rió y por primera vez en años, su risa sonó real.

—¿Sabes? —me dijo mientras me ayudaba a desempacar—. Creo que después de todo, tu mamá tenía razón cuando decía que yo era muy dramático.

—Papá —le sonreí—, mamá no sabía ni la mitad.

---

**Debate: ¿Sacrificio vs. Manipulación?**

Al final, aprendí que hay una línea muy delgada entre pedir ayuda y exigirla a través del engaño. El amor filial no debería ser una prisión, y cuidar a nuestros padres no significa renunciar a nuestra propia vida. 

¿Fue sacrificio de mi parte? Sí, pero basado en mentiras. ¿Fue manipulación de la suya? Completamente. 

La verdadera pregunta es: ¿cuándo el miedo a la soledad justifica destruir la confianza con las personas que más queremos?

Spoiler alert: nunca.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario