jueves, 25 de septiembre de 2025

El EL ÚLTIMO VIAJE EN MOTO...


EL ÚLTIMO VIAJE EN MOTO

Rosa Ortega, 76 años, siempre había tenido un anhelo guardado como un secreto: recorrer la carretera en moto, el viento en la cara y la sensación de libertad. Pero su vida había transcurrido entre hijos, trabajo y cuidados, y nunca hubo espacio para esa locura juvenil que veía en las películas.

Una tarde, en la cafetería del centro de jubilados, se lo confesó a Manuel Requena, 79 años, viudo desde hacía una década y apasionado de las motocicletas.
—Siempre soñé con sentir lo que es ir detrás de alguien en una Harley, como en esas películas americanas. Pero a mi edad ya es una tontería.
Manuel levantó las cejas, dejando escapar una sonrisa que le iluminó las arrugas.
—¿Una tontería? Rosa, a nuestra edad lo único tonto es no hacer lo que uno desea.

Esa misma semana, Manuel apareció frente a la casa de Rosa con una Harley Davidson azul, brillante bajo el sol.
—Sube —dijo, con un casco extra en la mano—. Hoy cumplimos tu sueño.
Rosa rió nerviosa, temblando un poco.
—¿Y si me caigo?
—Te agarras fuerte a mí y no habrá caída que temer.

Ella se colocó el casco, se abrazó a su cintura y, cuando el motor rugió, el corazón le latió como si tuviera 20 años. La moto salió por las calles del barrio, cruzó semáforos y pronto estaba devorando kilómetros de carretera.

El viento le despeinaba el cabello blanco que escapaba del casco. Rosa gritó entre carcajadas:
—¡Dios mío, esto es increíble!
—Te lo dije —respondió Manuel, mirando al frente—. No estamos viejos, estamos de estreno.

Rodaron por la costa mediterránea, el mar brillando al lado y el olor a salitre entrando en los pulmones. Pararon en un mirador para contemplar el atardecer. Rosa bajó de la moto con las piernas temblorosas.
—¿Sabes? Hace años que no me sentía así… libre, viva, como si pudiera volver a empezar.
Manuel se quitó el casco y la miró con ternura.
—Ese es el secreto, Rosa. La juventud no está en la piel, está en las ganas de hacer locuras.

Se sentaron sobre una roca, viendo cómo el sol caía lentamente en el horizonte. Rosa, con los ojos brillantes, susurró:
—Gracias por darme este regalo.
—El regalo me lo das tú —contestó Manuel—. No sabes lo que significa para mí compartir carretera, risas y miedo contigo.

Ella sonrió, y después de un silencio largo, apoyó su cabeza en el hombro de él.
—¿Y si hacemos más viajes? ¿Una ruta por toda España, como esos moteros jóvenes?
Manuel soltó una carcajada profunda.
—Tendremos que llevar pastillas para la tensión en la mochila, pero ¿por qué no?

El regreso fue más lento, como si ambos quisieran prolongar ese instante. Cuando Rosa bajó de la moto frente a su casa, se quedó quieta, mirándola como quien mira un sueño cumplido.
—¿Sabes lo que pienso? —dijo ella—. Que no importa cuánto nos quede de vida. Lo importante es que cada kilómetro lo recorramos con valentía y amor.
Manuel tomó su mano arrugada y respondió:
—Y mientras tú quieras subir a mi moto, siempre habrá una carretera esperando.

Esa noche, Rosa escribió en su diario algo que jamás olvidaría:
“Hoy volé sin alas. Hoy descubrí que la edad no impide que el corazón tenga sed de aventuras. Y en la carretera, abrazada a Manuel, entendí que la vida aún puede sorprenderme.”

Créditos al autor .

No hay comentarios.:

Publicar un comentario