viernes, 5 de septiembre de 2025

POR UN PEDACITO DE PAN..

"Entré a la panadería con el estómago vacío y el corazón todavía más. Tenía apenas ocho años y no recordaba la última vez que había comido algo caliente.

—Señora… ¿me da un pedacito de pan, aunque sea duro? —pedí con la voz temblorosa.

La mujer me miró de arriba abajo y me señaló la puerta.
—¡Fuera de aquí, mocoso! ¡Anda a trabajar como todos! —me gritó mientras limpiaba el mostrador.

Sentí un nudo en la garganta y empecé a retroceder, pero una voz grave interrumpió.
—¡Oiga, señora! —era un anciano que estaba comprando—. ¿No ve que es un niño?

—Pues que sus padres se hagan cargo —replicó ella, molesta.

Bajé la cabeza, con ganas de desaparecer. Pero el hombre se agachó y me puso una mano en el hombro.
—No te preocupes, hijo. Vamos, yo te invito algo.

Ese día me llevó a su casa, me dió sopa, una cama y lo más importante: un lugar donde no me sentía basura.
—No tengo nietos —me dijo sonriendo—, ¿quieres ser el mío?

Apreté los labios para no llorar y asentí.
—Sí, abuelo.

Los años pasaron y ese anciano se convirtió en mi familia, en mi fuerza y en mi motivo para estudiar. Me hizo prometer que algún día ayudaría a otros como él me ayudó a mí.

El tiempo voló, y un día, ya convertido en médico, me llamaron de urgencia al hospital. Una mujer se estaba desangrando en quirófano. Cuando entré y la vi en la camilla, me quedé helado: era la panadera.

Mientras la operaba, recordé su grito aquel día, pero también recordé la mano cálida de mi abuelo salvándome de la calle. Y entonces entendí.

Horas después, la mujer despertó.
—¿Usted… me salvó la vida? —me preguntó con los ojos vidriosos.

La miré con serenidad.
—Sí, señora. Y lo hice porque alguien, un día, creyó que yo merecía otra oportunidad.

Ella rompió en llanto. Yo solo sonreí, porque en ese momento sentí que mi abuelo, desde el cielo, estaba orgulloso".

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