Dos hermanos vivían uno frente al otro, separados solo por un arroyo. Durante años habían sido muy unidos, pero por una discusión tonta dejaron de hablarse. El orgullo, el enojo y el silencio se fueron metiendo entre ellos, hasta que todo se rompió.
Un día, llegó un carpintero a la casa del hermano mayor y le preguntó si necesitaba ayuda.
—Sí —respondió—. Quiero que me construyas una cerca bien alta. Mi hermano desvió el arroyo para marcar distancia… y quiero asegurarme de no volver a verlo nunca.
El carpintero asintió. Se puso a trabajar en silencio mientras el hermano se iba al pueblo.
Cuando volvió al anochecer… se llevó una gran sorpresa.
Donde esperaba una cerca, había un puente.
Un puente de madera hermosa, que cruzaba el arroyo y llegaba hasta la puerta de su hermano.
Y justo en ese momento, vio que su hermano venía caminando hacia él.
—Hermano… no puedo creer que hayas construido este puente, después de todo lo que pasó. Yo fui quien se equivocó. Perdóname.
Se abrazaron. Lloraron. Y por primera vez en mucho tiempo… se sintieron en paz.
El carpintero ya se iba cuando el hermano mayor corrió a detenerlo.
—¡Espera! ¿Cuánto te debo? ¿Por qué no te quedas unos días?
El carpintero sonrió y le dijo:
—Gracias, pero aún me esperan muchos puentes por construir.
A veces, sin darnos cuenta, dejamos que los enojos levanten muros con la gente que más queremos. Pero el perdón… el perdón construye puentes.
Y siempre hay tiempo para tender uno.
¿A quién te gustaría acercarte hoy?
-Susana Rangel
Hermosa reflexion, gracias por compartirla
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