VI,14. Así que cuando llegó el tiempo en que debíamos «dar el nombre», dejando la quinta, retornamos a Milán. También Alipio quiso renacer en ti conmigo, revestido ya de la humildad conveniente a tus sacramentos, y tan fortísimo domador de su cuerpo, que se atrevió, sin tener costumbre de ello, a andar con los pies descalzos sobre el suelo glacial de Italia. Asociamos también con nosotros al niño Adeodato, nacido carnalmente de mi pecado. Tú, sin embargo, le habías hecho bien. Tenía unos quince años; mas por su ingenio adelantaba a muchos varones graves y doctos. Éstos eran dones tuyos, te lo confieso, Señor y Dios mío, Creador de todas las cosas y muy poderoso para dar forma a todas nuestras deformidades, pues lo único mío en este niño, era el delito. Porque aun aquello mismo en que le instruíamos en tu disciplina, eras tú quien nos lo inspirabas, ningún otro; a ti te confieso tus dones (...).
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