LIBRO NOVENO II,4. (...) Lleno, pues, de tal gozo, toleraba aquel lapso de tiempo hasta que terminase –no sé si eran unos veinte días–; y lo toleraba ya con gran dificultad, porque se había ido la ambición que solía llevar conmigo este pesado oficio y me había quedado yo solo; por lo que hubiera sucumbido de no haberse hecho presente, en lugar de ella, la paciencia. Tal vez dirá alguno de tus siervos, mis hermanos, que pequé en esto, porque, estando ya con el corazón lleno de deseos de servirte, soporté estar una hora más siquiera sentado en la cátedra de la mentira. No discutiré con ellos. Pero tú, Señor misericordiosísimo, ¿acaso no me has perdonado y remitido también este pecado con todos los demás, horrendos y mortales, en el agua santa del bautismo?
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