jueves, 17 de mayo de 2018

LAS CONFESIONES DE SAN AGUSTIN. LIBRO NOVENO. IX,19

IX,19. Así, pues, educada pudorosa y sobriamente, y sujeta más por ti a sus padres que por sus padres a ti, luego que llegó plenamente a la edad de casarse fue dada [en matrimonio] a un varón, a quien sirvió como a señor y se esforzó por ganarle para ti, hablándole de ti con sus costumbres, con las que la hacías hermosa y reverentemente amable y admirable ante sus ojos. De tal modo toleró las injurias de sus infidelidades, que jamás tuvo con él sobre este punto la menor riña, pues esperaba que tu misericordia vendría sobre él y, creyendo en ti, se haría casto. Era éste, además, por una parte sumamente cariñoso, por otra extremadamente vehemente; mas ella tenía cuidado de no oponerse a su marido enfadado, no sólo con los hechos, pero ni aun con la menor palabra; y sólo cuando le veía ya tranquilo y sosegado, y lo juzgaba oportuno, le daba razón de lo que había hecho, si por casualidad se había enfadado más de lo justo. Finalmente, cuando muchas señoras, que tenían maridos más mansos que ella, traían los rostros afeados con las señales de los golpes y comenzaban a murmurar de la conducta de ellos en sus charlas amigables, ella, achacándolo a su lengua, les advertía seriamente entre bromas que desde el punto que oyeron leer las las tablas llamadas matrimoniales debían haberlas considerado como un documento que las constituía en siervas de ellos; y así recordando esta condición suya, no debían ensoberbecerse contra sus señores. Y como ellas se admirasen, sabiendo lo feroz que era el marido que tenía, de que jamás se hubiese oído ni traslucido por ningún indicio que Patricio maltratase a su mujer, ni siquiera que un día hubiesen estado desavenidos con alguna discusión, y le pidiesen la razón de ello en el seno de la familiaridad, ella les enseñaba su modo de conducta, que es como dije arriba. Las que la imitaban experimentaban dichos efectos y le daban las gracias; las que no la seguían, estando esclavizadas, eran maltratadas.

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