VIII,17. Tú, que haces morar en una misma casa a los de un solo corazón, nos uniste también a Evodio, joven de nuestro municipio, quien, militando como «agente de negocios», antes que nosotros se había convertido a ti y se había bautizado y, abandonada la milicia del siglo, se había alistado en la tuya. Estábamos juntos, y habríamos de juntos vivir en santa concordia. Buscábamos el lugar más adecuado para servirte, y juntos regresábamos al Africa. Mas he aquí que estando en Ostia Tiberina murió mi madre. Muchas cosas paso por alto, porque voy muy de prisa. Recibe mis confesiones y acciones de gracias, Dios mío, por las innumerables cosas que paso en silencio. Mas no callaré lo que mi alma me sugiera de aquella, tu sierva, que me engendró en la carne para que naciera a la luz temporal, y en su corazón para que naciera a la luz eterna. No referiré yo sus dones, sino los tuyos en ella. Porque ni ella se hizo a sí misma ni a sí misma se había educado. Tú fuiste quien la creaste, pues ni su padre ni su madre sabían cómo saldría de ellos; la Vara de tu Cristo, el régimen de tu Unico fue quien la instruyó en tu temor en una casa creyente, miembro bueno de tu Iglesia.
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