miércoles, 13 de abril de 2016

EL DÍA QUE ME VOLVÍ INVISIBLE. REFLEXIÓN



EL DÍA QUE ME VOLVÍ INVISIBLE

(Transcripción Juana Macedo)



En esta casa no hay calendarios y en mi memoria los recuerdos están hechos una maraña. Me acuerdo de aquellos calendarios grandes, unos primores, ilustrados con imágenes de santos que colgábamos al lado del tocador. Pero ya no hay nada de eso, todas las cosas antiguas han ido desapareciendo. Yo, yo también me fui borrando sin que nadie se diera cuenta.


Primero me cambiaron de alcoba porque la familia creció, después me pasaron a otra más pequeña aun, acompañada de mis biznietas. Ahora ocupo el desván que está en el patio de atrás. Prometieron cambiarle el vidrio roto de la ventana pero se les ha olvidado, todas las noches vuela por ahí un airecito helado que aumenta mis dolores reumáticos.

Desde hace mucho tiempo tenía intenciones de escribir, pero me pasaba semanas buscando un lápiz y cuando al fin lo encontraba, yo misma volvía a olvidar dónde lo había puesto, ay a mis años las cosas se pierden fácilmente.

La otra tarde caí en cuenta que mi voz también había desaparecido, cuando les hablo a mis nietos o a mis hijos, no me contestan, pero no me oyen, no me miran, no me responden. Entonces llena de tristeza me retiro a mi cuarto antes de terminar de tomar la taza de café, o hago así de pronto, para que comprendan que estoy enojada, para que se den cuenta que me han ofendido y vengan a buscarme y me pidan perdón, pero nadie viene…

El otro día les dije que cuando me muriera, entonces sí que me iban a extrañar… Y el nieto más pequeñito dijo: ¿Y a poco estás viva abuela?, es cayó tan en gracia que no paraban de reír. Tres días estuve llorando en mi cuarto, hasta que una mañana entró uno de los muchachos a sacar unas llantas viejas y ni los buenos días me dio.

Fue entonces cuando me convencí de que soy invisible, me paro en medio de la sala para ver si aunque sea estorbo, me miran pero mi hija sigue barriendo sin tocarme, los niños corren a mi alrededor, de un lado a otro, sin tropezar conmigo.

Cuando mi yerno se enfermó tuve la oportunidad de serle útil, le llevé un té especial que yo misma preparé, se o puse en la mesita y me senté a esperar que se lo tomara. Solo que estaba viendo televisión y ni un parpadeo me indicó que se daba cuenta de mi presencia. El té poco a poco se fue enfriando y mi corazón también.

Un viernes se alborotaron los niños y me vinieron a decir que a día siguiente nos iríamos todos a un día de campo, me puse muy contenta, hacía tanto tiempo que no salía y menos al campo. El sábado fui la primera en levantarme, quise arreglar las cosas con calma. Ah los viejos nos tardamos mucho en hacer cualquier cosa, así que me tomé mi tiempo para no retrasarlos.

Al rato entraban y salían de la casa corriendo y echaban las bolsas y juguetes al carro. Yo ya estaba lista y muy alegre esperándolos en la puerta. Cuando arrancaron y el auto desapareció envuelto en bullicio.

Comprendí que yo no estaba invitada, tal vez porque no cabía en e auto o porque mis pasos tan lentos impedirían que todos los demás corretearan a su gusto por el bosque. Sentí clarito, clarito, como mi corazón se encogió, la barbilla me temblaba como cuando uno no aguanta las ganas de llorar.

Vivo con mi familia y cada día me hago más vieja, pero cosa curiosa ya no cumplo años, nadie lo recuerda, todos están tan ocupados. Yo lo entiendo ellos si hacen cosas importantes, ríen, gritan, sueñan, lloran, se abrazan, se besan y yo no sé a qué saben los besos.

Antes, hasta besuqueaba a los chiquitos, era un gusto enorme el que me daba teneros en mis brazos, como si fueran míos. Sentía su piel tiernita y su respiración dulzona muy cerca de mí. La vida nueva se me metía como un soplo y hasta me daba por cantar canciones de cuna que nunca creí. Pero un día mi nieta Laura, que acaba de tener un bebé, dijo que no era bueno que los ancianos besaran a los niños por cuestiones de higiene, ya no me acerqué más; no fuera a ser que les pasara algo malo por mis imprudencias. ¡Tengo tanto miedo de contagiarlos!

Pero yo los bendigo a todos y los perdono y los amo, porque son mi familia, son mi sangre, y después de todo, ¿Qué culpa tienen los pobres de que yo me haya vuelto invisible?

Reflexionemos brindemos calidad de vida a nuestros ancianos, algún día nosotros lo seremos y todo lo que se da, regresa.

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