sábado, 30 de agosto de 2025

NO TE CASES CON EL. Reflexión

— No te cases con él, hija. Con ese muchacho nunca vas a ser feliz —me dijo mi mamá en cuanto se enteró de mi decisión—. ¿Cómo van a vivir? Y lo más importante… ¿con qué? Ese hombre no gana casi nada. Va a estar en ese trabajo mediocre toda su vida y te va a traer apenas unos pesos. ¡Te vas a pasar la vida contando las monedas para llegar a fin de mes!

— Mamá, ya basta, estoy cansada. Yo lo amo. Y eso es lo que importa.

— El amor, mi reina, solo alcanza al principio. Luego viene la vida real. El día a día. Y ahí sí que se siente. Vas a salir de sus brazos, vas a ir al refri y... ¿qué va a haber? ¡Pura pasta! ¿Y arreglarte? ¿Una blusita linda, unos zapatitos, una chamarra nueva? ¿No se te antoja?

— No. Lo único que quiero es estar con él.

— Claro… ¡¿y qué te puedo meter en la cabeza ahora?!

— Pues nada, mami. Ya decidí. Me voy a casar con él.

— ¡Ajá! ¿Y la boda? ¿Con qué dinero? ¿Tienen?

— No necesitamos mucho. Vamos a firmar en el Registro Civil y luego pasamos por la iglesia.

— Hagan lo que quieran. Pero luego no vengas llorando, ¿eh?

— Está bien, mamá. Como digas.

Pasaron los años. Contra todos los pronósticos, me casé con el “muertito de hambre” —que en realidad era gerente. Al poco tiempo tuvimos una hija. Sí, a veces discutíamos. Pero nada grave. Siempre nos reconciliábamos. Los dos trabajábamos, traíamos dinero a la casa. Y para sorpresa de mi mamá… ¡nos alcanzaba para todo!

Después, mi esposo hizo unos cursos, cambió de trabajo y empezó a ganar mucho más. Pero en nuestra casa, el dinero nunca fue lo más importante. Mi hija y yo siempre tuvimos lo necesario. Ropa bonita, con buen gusto. Y mi mamá no dejaba de preguntarse: ¿cómo le hacían?

Nunca la olvidé. La visitaba seguido, le llevaba antojitos, le llevaba a su nieta. Y, a pesar de todo, yo la seguía queriendo.

— Oye, hija… siempre me he preguntado: ¿cómo le hicieron ustedes? Yo con tu papá no quise seguir desde el primer momento en que vi que no daba para más. ¡Y tu marido, que parecía igual de inútil, ahora gana bien y les tiene todo! Nomás les falta el remozado de la casa. ¿Podrán con eso?

— Pues no sé, mamá. La verdad es que estamos bien así, sin remodelación. Y ¿sabes qué? Mi papá nunca fue un inútil. Y mi esposo tampoco. Nunca lo fueron. La diferencia es que papá fue un hombre no amado. Y el mío… es un hombre amado.

Y es verdad: cuando hay amor, se puede con todo. Con amor, hasta lo más difícil se vuelve posible.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario