Me aparto del tiempo lineal, el tiempo histórico, el tiempo en el que se hacen las cosas, el tiempo de los objetivos, el de los logros, el de las recompensas, porque ese tiempo lineal solo es el tiempo en el que producimos por obligación presos en una cultura de consumo para la que es peor desperdiciar el tiempo que dejar sin producir un capital, por eso nos acostumbraron a pensar que los ideales, las fantasías, los sueños y la imaginación, responsables de los progresos y el arte del hombre, son pérdidas de tiempo. Pero podemos abolir el tiempo social, que no es nuestro tiempo, porque en nosotros sobrevive lo que era tan natural para el hombre primitivo, habilidad que nos permitirá obtener, por propia experiencia, el gobierno de nuestro tiempo, para hacer lo que amamos que es la única manera de vivir y hacerlo por nosotros mismos, por nuestra propia felicidad, que despertará a los que nos rodean, natural y poéticamente.
Nada está terminado, todo está por comenzar, siempre podemos empezar de nuevo, todo momento es buen momento, aunque algunos sociólogos aseguren que somos viejos a los cuarenta años.
Un ejemplo de que siempre es hora de empezar es Moisés que concretó el éxito a los ochenta años, o Aristóteles que escribió sus grandes obras después de los cincuenta y cinco años, o Copérnico que escribió su revolución Orbium a los setenta años, como Darwin su origen de las especies y Kant su Crítica de la razón pura. No podemos olvidar que Picasso pintó hasta los noventa y un años, como Chagall, como Tamayo, que pudieron crear porque se liberaron del tiempo social, como Henry Miller y Macedonio Fernández, el que no creía en la muerte de lo amado ni en la vida de lo que no se ama.
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