Nació en un pueblo pequeño e ignorado hijo de una mujer sencilla y abnegada, creció en otro pueblo donde ayudaba a su padre en la carpintería. A los treinta años comenzó a predicar la salvación de su pueblo, nunca formó una familia, no construyó una casa, no vivió en las ciudades, solo dio testimonio de sí mismo.
A los treinta y tres años la gente se volvió contra él, enfrentó a sus enemigos y sus amigos lo negaron, fue juzgado y condenado a muerte, es más lo clavaron a una cruz de madera y lo pusieron entre dos ladrones. Mientras moría sus verdugos se jugaban su ropa a los dados. Cuando murió fue enterrado en una tumba prestada por un amigo generoso. Al tercer día resucitó de entre los muertos. Desde ese momento yo camino a su lado, por eso:
“Yo soy un hombre de suerte porque Jesús es mi amigo, yo traigo buenas noticias porque camino a su lado, mi corazón está lleno de esperanza y alegría pues aprendí que el amor es la razón de la vida, porque el amor siempre es Dios y Dios es siempre la vida”.
Pasaron casi dos mil años, a pesar de eso millones de hombres y mujeres siguen teniendo como faro a Jesús. Es más todos los barcos que alguna vez navegaron, todos los reyes que alguna vez reinaron, todos los guerreros que alguna vez guerrearon, todos los tribunales y todos los parlamentos juntos jamás afectaron la historia de la humanidad tanto como este hombre solitario, que es el protagonista de mi vida, mi Señor y nuestro mejor hermano.
“Yo soy un hombre de suerte porque Jesús es mi amigo, yo traigo buenas noticias porque camino a su lado, mi corazón está lleno de esperanza y alegría pues aprendí que el amor es la razón de la vida, porque el amor siempre es Dios y Dios es siempre la vida”.
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