lunes, 8 de junio de 2015

LA MAGIA DE FACUNDO CABRAL (Pla Ventura 11.)

LA MAGIA DE FACUNDO CABRAL (Pla Ventura 11.)
LAS CONFESIONES DE FACUNDO CABRAL,
el 30 de abril de 2006, en Ibi, Alicante.

—¿Qué es el futuro para usted?

Nada; sencillamente, porque es algo que está por venir y, hacer planes de futuro, me parece un acto de insensatez. A cada día le basta con su propio afán; el mañana no interesa. Vivamos el presente puesto que, es, ha sido y será, la única estación en la que pasaremos el resto de nuestros días.

—Canta, escribe, pinta, compone. ¿Qué le queda por
hacer, maestro Cabral?

A mi edad, creo que pocas cosas; pero fíjate que, pese a todo, sigo creyendo que, hago muchísimas más cosas de las que podría hacer cualquier persona con mis años. Pasa la vida y sin darnos cuenta, apenas nos damos cuenta de que no nos queda gasolina en el tanque. Sigo escribiendo y, en este instante, trabajo en varios libros a la vez que, en breve, quiero terminar; intento grabar canciones que tenía olvidadas porque, de lo contrario, además de olvidarlas, se perderían.

—Hace siete años, maestro, me cupo la fortuna de conversar con usted y, aquel diálogo, tuve la dicha de plasmarlo en un libro bello que, gracias a usted, pude titular MI ENCUENTRO CON FACUNDO CABRAL. ¿Cómo entendió usted aquella filosofía mía por aquello de inmortalizar sus palabras?

Como algo grandioso; recuerda que, como te dije, era la primera vez que, desde España, alguien se preocupaba de contar los pasajes más hermosos de mi vida; la conversación que mantuvimos, mis anécdotas más bellas y, por encima de todo, me cautivó que publicases, en dicho libro, los irrepetibles mandamientos de la Madre Teresa, aquella mujer ejemplar que, para mi suerte, un día, en México, me entregó su amistad para siempre.

—Hablando de canciones, ¿Qué motivó que usted grabara “Guantanamera”?

Pues que es una canción muy bella a la que yo le debía un gran respeto y, con la admiración que sentía, al final, para estar en paz conmigo mismo, decidí grabarla. Sigo creyendo que, “Guantanamera” es uno de los grandes tesoros de la música Hispanoamericana, digamos, un prodigio de ternura.

—¿Qué siente, Cabral, tras sus actuaciones cuando llega al hotel?

Una paz infinita. Al pensar que, en mi concierto, he sido capaz de dibujar sonrisas en el rostro de todos los espectadores, es algo que, en la soledad de mi habitación, me sigue emocionando; es un lujo que Dios me ha dado que, en soledad, pretendo disfrutarlo; y a fe que lo consigo. Igualmente, ha habido momentos en que, al bajar del escenario, pensaba que no había dado todo lo que sentía o, quizás me faltó la inspiración del momento pero, en definitiva, tras mis actuaciones, me refugio con la paz.

—La UNESCO, maestro, en su día, le declaró como MENSAJERO MUNDIAL DE LA PAZ. ¿Es éste su mayor título?

Ese premio es otro agradecimiento que la debo a la vida. Pero, en honor a la verdad, no caben títulos cuando todos somos hermanos y uno sólo es el Padre.

—Si mal no me han contado, tenía usted 9 años y, junto a su madre, en una manifestación del público argentino para mostrarle su fervor al general Perón, hizo usted parar el coche presidencial para dirigirse a él y, a su vez, a Evita, la esposa de Juan Domingo Perón. Cuénteme todos los detalles de dicho encuentro.

Andábamos buscando trabajo y, en aquel lugar, pensé que era el momento idóneo para mostrarle al presidente mis ilusiones. Me puse frente al automóvil presidencial y, el chófer, no tuvo más remedio que parar. “¿Qué queres?” Me dijo el general.

¿Hay trabajo? Le pregunté. Tanto el general como la señora Eva Duarte, en aquel instante, nos emplazaron para que, al día siguiente, mi madre y yo acudiésemos a la Casa Rosada. Allí fuimos y, dos días más tarde, teníamos casa y trabajo. Claro que, en aquel fugaz encuentro, el general, se quedó sorprendido cuando le pedí trabajo. Aquí todo el mundo pide limosna y tú, pibe, eres el único que me ha pedido trabajo, me dijo tras encontrarnos. Por esta razón, jamás juzgaré a nadie y, menos, al general y a la señora Evita puesto que, gracias a ellos, tuvimos casa y trabajo. (continúa)

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