miércoles, 22 de agosto de 2018

LAS CONFESIONES DE SAN AGUSTÍN, LIBRO DÉCIMO TERCERO. 46

46. Mas los que las ven a través de tu Espíritu, tú eres quien las ves en ellos. Y, por tanto, cuando ellos ven que son buenas, tú eres quien ve que son buenas, y cualesquiera que por ti lea plazcan, tú eres quien les place en ellas, y los que por tu Espíritu nos placen, a ti te placen en nosotros. ¿Quién de los hombres sabe las cosas del hombre sino el espíritu del hombre que está en él? Así también, las cosas que son de Dios no las sabe nadie sino el Espíritu de Dios. Mas nosotros—dice—no hemos recibido el espíritu de este mundo, sino el espíritu que es de Dios, para que sepamos las cosas que nos han sido donadas por Dios. Mas siéntome tentado a preguntar: Ciertamente que nadie sabe las cosas que son de Dios sino el Espíritu de Dios; pero ¿cómo sabemos nosotros también las cosas que nos han sido donadas por Dios? Y oigo que se me responde: Las cosas que sabemos por su Espíritu, puede decirse que no las sabe nadie sino el Espíritu de Dios. Porque así como se ha dicho rectamente de aquellos que habían de hablar con el Espíritu de Dios: No sois vosotros los que habláis, así también de los que conocen las cosas por el Espíritu de Dios se dice rectamente: No sois vosotros los que conocéis; y, consiguientemente, a los que ven con el Espíritu de Dios se les dice no menos rectamente: No sois vosotros los que veis. Así, cuanto ven en el Espíritu de Dios que es bueno, no son ellos, sino es Dios el que ve que es bueno. Una cosa es, pues, que uno juzgue que es malo lo que es bueno, como hacen los que hemos dicho antes; otra, que lo que es bueno vea el hombre que es bueno, como sucede a muchos, a quienes agrada tu creación porque es buena, y, sin embargo, no les agradas tú en ella, por lo que quieren gozar más de ella que de ti; y otra, finalmente, el que cuando el hombre ve algo que es bueno, es Dios el que ve en él que es bueno, para que Dios sea amado en su obra, el cual no lo sería si no fuera por el Espíritu que nos ha dado; porque el amor de Dios se ha difundido en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado, por el cual vemos que es bueno cuanto de algún modo es, porque procede de aquel que es, no de cualquier modo, sino ser por esencia.

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