El viejo Pablo, fue guardián nocturno de obra durante la construcción del edificio adonde fuimos a vivir "ella" y yo. El recogió el cachorro y lo crió. Era un hombre tímido y denotaba bonomía en los cuatro costados. Cuando el edificio estuvo terminado e ingresamos los inquilinos para habitarlo. Pablo cambió su grado de guardián nocturno, a portero de noche. Sospecho que mudar de "status" no debe haber influido demasiado en su raquítico salario. Se hacia cargo de la portería a las once de la noche, cuando Antonio, el portero diurno finalizaba su jornada. Infalíblemente el "callejero" esperaba a esa hora la llegada de su amigo. Lo saludaba sin demasiadas efusiones y se largaba, o bien a cuarto piso en donde nosotros vivíamos o bien a callejear a sus anchas. A las siete en punto del día siguiente si dormía en nuestra casa, había que abrirle la puerta, porque tenía que acompañar a Pablo hasta la boca del Metro y nada ni nadie podía impedirlo sin correr el peligroso riesgo de conocer sus enfados. Una vez cumplida su obligación, regresaba a sus asuntos, o sea arañar con su pata nuestra puerta o a jugar con los niños en el baldío de enfrente. Por el tiempo transcurrido y por la avanzada edad que tenía Pablo por aquellos días, imagino que ya se debe haber ido. Su recuerdo permanece vivo en nosotros, al igual que el de "Moro" o "palomo" o sencillamente "callejero" el ser viviente más libre que he conocido jamás.
A.C.
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